Era de noche, casi de madrugada. Haneul con su mochila en los hombros, su uniforme escolar un tanto arrugado y su dedo pulgar cerca del botón de "establecer llamada", caruzaba las calles no muy luminadas de Seúl. Caminaba a paso acelerado; además de tener frío por culpa de la brisa otoñal, tenía miedo. Quizás algún violador se aproximaba a ella aprovechando la oscuridad de la noche, siempre tenía que atravesar esas calles, con graffitis, olor alcohol mezclado con alguna otra sustancia agregada, letreros con luces de neón, botellas de alcohol esparcidas por las veredas y música alta proveniente de los antros. No quedaba otra.
Casi siempre estaban vacías, pues la gente se encontraba dentro de los locales que estaban abiertos de noche, así que Haneul la tenía fácil, seguía su camino en línea recta por un par de minutos, y listo.
La vida de Haneul era monótona y aburrida, del colegio al trabajo y del trabajo a la casa, siempre lo mismo. Haneul se vio obligada a trabajar a temprana edad, ya que su mamá lr habían diagnosticado cancer y el tratamiento era muy costoso, no le quedó alternativa más que venderse a si misma, si, prostituirse, no era el mejor trabajo pero esos viejos le pagaban bien, por una simple noche.
Mientras pensaba en evadir a su hermano cuando llegará a su casa, se paró en seco.
Alguien sentado en el borde de la vereda con su cabeza hundida en sus manos. Haneul solo pudo ver su pelo menta por unos segundos, porque el chico como si hubiera notado la presencia de Haneul, levantó la cabeza y se quedó mirando a Haneul, y Haneul se lo quedó mirando.
Después de dudar unos segundos, Haneul reanudó el paso. Sintió la mirada del chico clavada en ella, mientras seguía de largo.
Haneul quería voltearse y volverlo a ver, aquel chico era una verdadera obra de arte, pero ¿quién sabe? A lo mejor aquel chico era la peor persona del mundo. Un violador, atracador y asesino. O tal vez solo era un pobre chico roto que tan solo necesitaba un abrazo.
