XXIII - El Secreto

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Mientras tanto, en la Tierra, la escuela donde Helen estudiaba hizo un receso de una semana para que las obras de restauración fueran concluidas tras la explosión. Así también procedían las investigaciones por los equipos de la AMPT, la Asociación Mundial de Protección a la Tierra, nuevo órgano de carácter globalizado que sustituyó al equipo americano Alfa-Omega. Con la unión de las organizaciones, las informaciones sobre los incidentes en todo el mundo fueron compiladas con el objetivo de aumentar la eficiencia en la caza a los extraterrestres. Los datos principales sobre el episodio de la invasión en la escuela de Los Ángeles fueron suministrados por la propia agente Ann Soliver, que tuviera contacto directo con el blanco alienígena.

En casa, Lorena estaba deprimida por la tardanza de noticias de su familia. La enfermedad también avanzaba y le causaba dolores insoportables, a pesar de los fuertes medicamentos que tomaba. Además de eso, tenía la responsabilidad de cuidar de su hija y de la nieta.

Cuando las clases volvieron, Helen se sentía desprotegida. La ausencia de sus padres la debilitaba emocionalmente. Era mucha cosa encarar su situación diferente, la de ser una extraterrestre viviendo entre humanos. El abuelo y sus padres prometieron protegerla y enseñarla a lidiar con todo, pero ella ni siquiera sabía dónde estaban. ¿Cómo vivir con aquel miedo de hacer algo mal, la verdad siempre lista a salir por su boca? Cómo quería dividir aquello con alguien antes de que no consiguiera ya respirar. ¿Pero, en quién confiar?

La niña tenía un compañero llamado Henry, que se sentaba a su lado en la clase. Era un buen niño y siempre la trataba con cariño y delicadeza. En el recreo, siempre se quedaban charlando sentados en el patio de la escuela. Les gustaba resolver juntos los deberes de matemáticas, materia en que ambos eran buenos. Un día, ella dejó caer una goma de borrar al suelo. Miró a todos los lados de reojo y vio que nadie miraba. Como no quería entrar debajo de la silla, Helen miró el objeto caído y este lentamente volvió a su mano, con el poder de la telequinesis. De repente, se llevó un susto cuando vio ojos espantados mirarla a través de las gafas de montura cuadrada. Era Henry.

Para defenderse, Helen hizo lo único que podía. Entró en la mente del niño y dijo:

— No puedes decirle esto a nadie. Es nuestro secreto. ¿Vale?

— ¿Cómo estás hablando sin mover los labios?

— Presta atención a lo que te he dicho. Por favor, no se lo cuentes a nadie.

— ¡Está bien! Es nuestro secreto.

Después, Helen se daba cuenta de que el niño la observaba, sin entender muy bien lo que estaba pasando. Ella tenía que darle alguna explicación, ¿pero, cuál? Sabía que le dejaría intrigado.

La conversación ocurrió algunos días después, cuando estaban sentados en el patio de la escuela.

— ¿Helen, tus padres ya han vuelto de viaje? – Empezó él.

— Aún no. Cómo me gustaría que estuvieran aquí...

— Mis padres están siempre conmigo y cuando viajan me llevan con ellos – comentó Henry, orgulloso. – No entiendo por qué los tuyos te dejaron.

Mis padres son un poco diferentes Henry. Pero no me importa, sé que volverán.

— ¿Diferentes cómo?

Helen dudó por un instante, pero el amigo no dejaría aquella oportunidad pasar.

— ¡Puedes confiar en mí! Tiene que ver con lo que hiciste aquel día, ¿no?

Ella asintió, antes de respirar hondo. Tenía que hablar antes de que cambiara de idea.

— Yo no soy como los otros niños de este planeta, Henry. Soy diferente y tengo que esconderme de los humanos malos que quieren capturar a los seres de otros planetas para estudiarlos y hacer experimentos.

Los Hijos del Tiempo 3 - La Batalla de los DiosesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora