f o u r.

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La carta inacabada.

En las jornadas siguientes, Yoongi se concentró al máximo en las clases y sesiones prácticas del profesor Kim SeokJin. Hizo además un esfuerzo complementario para compensar las fechas perdidas y ponerse al día. La intensidad de sus ocupaciones de estudiante le ayudó a alejar su pensamiento del palazzo. Sólo comprobó que el legajo de los Kim seguía faltando del archivo histórico. Por lo demás, se había impuesto la consigna de desentenderse de toda preocupación que fuese ajena al curso. Una y otra vez se había repetido que el palazzo no era más que un edificio antiguo en desuso, como tantos había en toda la península.

Únicamente en un aspecto no logró tranquilizarse: su anfitriona le inspiraba una vaga desconfianza. La veía pocas veces, y siempre fugazmente. Ella parecía rehuirle, como si le ocultara algo.

Yoongi había ido adquiriendo confianza con varios de sus compañeros de la universidad. Jimin y Hoseok eran sus preferidos. Sólo a ellos les había dicho algo de sus primeras impresiones al ocupar la alcoba. 

De entre los alumnos de SeokJin, un tal Jungkook era quien menos le gustaba

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De entre los alumnos de SeokJin, un tal Jungkook era quien menos le gustaba. Pertenecía a una familia rica de Seoul. Con antipática jactancia, no cesaba de repetir, siempre que el catedrático no pudiera oírle, que seguía aquel curso para prolongar un poco más las ventajas y diversiones de su vida de estudiante, ya que su destino era suceder a su adinerado padre en la dirección de los negocios familiares.

Yoongi le evitaba siempre y veía con agrado que Jimin también le rehuyera, a pesar de que él lo admiraba sin disimulo, considerándose con sobrado atractivo para merecer su atención.

Todo transcurría con normalidad más que aceptable cuando, al atardecer de un viernes. Yoongi hizo un descubrimiento que vino a modificar el curso de los hechos.

Sucedió de manera fortuita. Uno de los cajones del armario de su habitación tenía roto el listón trasero. Eso había provocado que dos libros cayeran al fondo, dificultando el cierre. Para alcanzar los volúmenes caídos, Yoongi sacó el cajón. Entonces ocurrió el inesperado hallazgo: unas hojas de papel, dobladas por la mitad, quedaron a la vista.

Se trataba de una carta cuya fecha era de diez días atrás.

Yoongi dedujo que la carta había sido escrita por el caballero de edad que se alojaba en aquella habitación antes de que él llegara a Seoul.

Buscó el final del escrito para conocer el nombre del firmante. No lo encontró. La carta estaba inacabada. El último párrafo decía así:

No me gustaría terminar sin explicarte, para mi desahogo, algunas otras circunstancias que tienen que ver con todo este misterio. Pero la luz que entra por la ventana ya va declinando y ahora tengo que ir al encuentro de una persona que acaso pueda disipar las dudas que me abruman. Continuaré escribiéndote más tarde, a la luz del candelabro.

Aquellas palabras indujeron a Yoongi a leer la carta desde el principio. Algo le decía que el misterio del que se hablaba en ella tenía que ver con la mansión de los Kim.

Mi querida hermana:

Llevaba algunos días debiéndote carta. Unas circunstancias anormales, de las que ahora te enterarás, han sido las responsables. Espero que no lleguen a alarmarte. Siempre has sabido de todos mis pequeños secretos y experiencias. No puedo hacer excepción en este caso. Además, será un alivio compartir contigo, aunque sea a distancia, los temores que me están agobiando.

Te costará creer que a mis años, y con lo mucho que llevo viajado por estos mundos de Dios, pueda sentirme atemorizado por un ambiente sombrío. Pues, por raro que te parezca, ésta es la situación en que me encuentro. Sin darle mucha importancia, te hablaba en mi anterior carta de ciertas sensaciones que me habían asaltado en sueños en esta habitación. Pues bien, han ido a más. Y ya no sólo en sueños. Me siento ridículo al admitirlo, pero no soy capaz de dominarlas.

Tú me conoces bien; mejor que nadie. Sabes que nunca he dado el menor crédito a supersticiones ni a fantasías irresponsables. Más bien he pecado siempre de lo contrario. Muchas veces me he burlado de esas personas que, por ignorancia, creen entrever presencias espectrales en cualquier lugar oscuro y solitario. Jamás me había sentido bajo influencias extrañas en ninguno de los sitios en que he vivido, y eso que estuve en algunos muy idóneos para despertar toda clase de ideas macabras.

No es ésta la morada más lúgubre de cuantas he conocido. Sin embargo, ha sido aquí donde he experimentado la inquietante sensación de no estar solo, aunque nadie más esté conmigo. (Me refiero, claro, a nadie más del mundo de los vivos).

Pensarás que la dureza de mis estudios es la responsable de que mis facultades se hayan debilitado. Pero te aseguro que nada de lo que me ocurre es atribuible al cansancio ni a la edad. De eso sí que estoy seguro.

Creo que el origen de tan extrañas sensaciones se debe a la deprimente vecindad de la mansión de los Kim. Tiempo atrás, entre sus muros ocurrieron hechos penosos y trágicos. Dejaron una especie de leyenda, es cierto, pero pertenece al pasado. Nada de lo que aquí sucedió, y que conozco sólo en parte, debería influirme ahora a mí en modo alguno. Y, no obstante, se diría que es así, contra toda razón y toda lógica.

Te confieso que me preocupa pensar que aún pasaré algunos meses en esta habitación. De no ser porque lo consideraría una cobardía y una traición a los sensatos principios en que siempre me he apoyado, cedería a mis impulsos y buscaría mañana mismo otro alojamiento en Seoul.

Quiero creer que la entereza y la cordura acabarán por imponerse a toda sugestión, pero, si te he de ser sincero, cada vez confío menos en ello.

Yoongi llegaba al último párrafo. Lo releyó y dejó a un lado la carta inacabada. Sin poder evitarlo, miró con desconfianza a todos los rincones. El anterior ocupante de la estancia, un experimentado caballero, ajeno a creencias supersticiosas, había percibido algo anormal en aquella habitación.

Y más aún: había abandonado la casa, y Seoul, de modo inesperado, tras la interrumpida redacción de aquella carta.

El joven veneciano empezó a preocuparse. Lo leído no le auguraba nada bueno. Notó que el vello se le erizaba.

El mismo hecho de que la carta hubiese quedado incompleta y sin curso daba mucho que pensar. Era sospechoso y extraño.

El caballero había escrito que iba a entrevistarse con alguien. ¿Quién podría ser esa persona? ¿Se habría producido el encuentro o algo lo había frustrado? ¿Por qué motivo había emprendido lo que parecía una huida repentina?

Todo lo sucedido después de la redacción de la carta constituía un misterio. Y también mucho de lo que había ocurrido antes.

Yoongi no quiso cerrar los ojos y ampararse en la confianza de que todo se reducía a aprensiones injustificadas. No tenía sentido esforzarse en ignorar que allí había algo extraño.

Súbitamente necesitado de acción y elementos de juicio, escondió la carta, se puso su uniforme de estudiante y salió de la estancia.

Necesitaba conocer cuanto antes qué leyenda emanaba de la vieja mansión de los Kim, porque estaba seguro de que el palazzo era el origen de todas aquellas inquietantes perturbaciones.

datsuzoko. yoonminDonde viven las historias. Descúbrelo ahora