No supe cuando me dormí, pero cuando abrí los ojos ya era un nuevo día. Bocarriba y mi cuerpo cubierto con las sabanas, recorrí con mi vista mis alrededores, totalmente desorientada, con la palma de mi mano tape mi boca al bostezar. "¿Cuándo fue que llegue aquí?"
—¡Chubi! —pedí la presencia del que su supone era mi guía.
El susodicho hizo su magistral aparición justo encima de mi estómago. Mis órganos eran aplastados gracias al rechoncho felino que meneaba su cola mientras se acomodaba sobre mí.
—¿Qué quieres, meow? —el desinterés que tenía por mi persona, empezaba a aflorar el pensamiento de aberración hacia mí por parte del gato.
Pase por alto cualquier idea—¿Cómo llegue aquí?
—No hay datos, meow—contesto de manera seca.
"¡Definitivamente me odia!", tras estirarse al enterrarme las uñas se marchó. Suspire abatida por la falta de ayuda. "Supongo que le cause muchos problemas a Michael ayer".
Mi tercer día lo lleve como el inicio el segundo, aunque esta vez cambie la decisión o de ir a la biblioteca, al jardín o la cocina por la cuarta. Reí en orgullo, por supuesto, la cuarta era invención completamente mía.
Deambule entre los pasillos sin saber cuál de las puertas me llevaría al destino en mi mente, y para mi mala suerte, sin importarle a cualquier miembro de la mansión de los locos le preguntase, se negaban a darme la respuesta rotundamente.
Chasquee la lengua frustrada, me gire y mire hacia el exterior, solamente se podía apreciar el denso bosque tras el cristal que nos separaba. Absurdas y más absurdas ideas nacían en mi cerebro; estrategias que fueron frustradas por la dulce voz a mis espaldas.
—¿Señorita?
Gire mi cabeza y en mi campo de visión entro el dulce Azazel que cargaba en sus delgados brazos su peluche de conejo.
—Hola Azazel—hice una media sonrisa.
—¿Le ocurre algo, señorita? — su melodiosa voz impregnada de preocupación me llenaba el pecho de calidez.
Dude por segundos si debía aprovecharme de alguien tan dulce e inocente como el delicado niño frente a mí.
—La verdad es que...Necesito un favor tuyo.
—¿De verdad? —me pregunto emocionado. Podía ver el brillo en sus hipnóticos ojos azules.
Asentí, sintiéndome avergonzada ante mis bajas acciones.
Sus suaves dedos tocaron mi mano, y con una sutil risa que mostraba su blanquecina dentadura me invitaba gentilmente a entrelazar nuestras manos. Mi corazón se derritió ante su inocente muestra de amabilidad.
Accedí ante sus encantos y dejé que me llevase con él, de alguna manera me sentía atontada ante su presencia. Mis piernas se sentían ligeras y la pura risa que emitían las cuerdas del niño les parecían música a mis oídos. Hasta podría jurar que florecía en mí el sentimiento de ser impura para escucharle.
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Atrapada en un otome
De TodoUna habitación completamente blanca. Lagunas de recuerdos. Y un celular con una única aplicación. ¿No podía tener una existencia más aburrida y confusa?