𝓟𝓪𝓼𝓮𝓪𝓷𝓭𝓸.

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Aquel chico de cabellos azules corría, estirando de la mano a un alto hombre de cabellos negros.

—¡Joven amo, espere!—Exclamaba el mayor mientras corría tras el conde. 

Aunque parecía ser una excursión como cualquier otra, lo cierto era que se trataba de una misión recién terminada. Ciel había sido cruelmente mandado por la reina Victoria hacia esas áreas a cumplir con algunas tareas. Una vez terminadas las tareas, lo primero que hizo Ciel fue resbalarse de las manos del responsable demonio para llegar a la playa. Ahora se encontraba sentado en la arena, frente a la marea que había subido al punto en el que las olas tocaban sus pies. 

—Si quería venir a este lugar simplemente debió decírmelo.—Suspiraba Sebastian después de haberlo alcanzado.

A decir verdad, se lo había tomado con bastante calma.

—Sebastian, siéntate.

—No puedo...

—Es una orden.

—...

Resultó ser que no tuvo otra opción. El hombre de ojos rojos ahora se encontraba sentado al lado de su amado dueño, quien miraba perdidamente como el océano se extendía hacia el infinito horizonte. El contraste que hacían las nubes con el atardecer del sol eran impresionantes. El viento que chocaba contra sus rostros era tanto satisfactorio, como molesto.

—Sebastian... Tengo algo que decir.—Anunció el menor, llamando inmediatamente la atención del nombrado. 

Esto tenía que ser hablado en algún momento, aquello a lo que se enfrentaban era ciertamente, grande. Devastador, traía consigo un montón de experiencias y sentimientos.

—¿Qué sucede?—Preguntó Sebastian, preocupado. 

¿Qué le diría? ¿Que se vaya lejos? ¿Que le era molesto? Los humanos también eran propensos a perder el interés, a diferencia de los demonios que raramente se enamoraban, pero cuando lo hacían, lo hacían profunda y lealmente.

—Voy a tener que casarme con Elizabeth tarde o temprano.

—Entiendo.

—Voy a crecer. Voy a tener que hacer muchas cosas desagradables. Incluyendo generar un heredero.

—Comprendo.

—Eventualmente, cumpliré con mi venganza. Y cuando eso suceda, vas a tener que cumplir con el contrato.

—Sí...

—Sebastian... Quiero qu-que entiendas una cosa.—La presión en el pecho que tenía el conde era algo verdaderamente insoportable. La respiración de aquel joven del parche se cortaba levemente. A la vez que sus mejillas se tornaban rojas. Nunca había sido bueno con las palabras y lo resaltaría una y otra vez, ¡Porque está era la primera vez que hacía uso de ellas para expresar sus sentimientos más sinceros!—No quiero terminar contigo, Sebastian. No quiero apartarte. Quiero vivir hasta mis últimos momentos dedicados a ti. Para mí, no va a ser un final tan malo, después de todo. Te confiaré hasta los últimos segundos de mi vida a la persona que amo... Pero, tú... Aunque realmente ni siquiera sé si realmente me amas. O si tan sólo me consideras una fuente de diversión y pasatiempos... Sebastian...

Hizo una pausa, para poder tomar una respiración, recuperando la habilidad de seguir hablando.

—Eventualmente me verás jurarle amor eterno a otra persona, aunque sea mentira, aunque el verdadero amor eterno te lo juré a ti aquella tarde. Eventualmente tendrás que comerte mi alma, acabando así con mi vida... Sebastian... Tú... ¿Quieres terminar con ésto antes de que los resultados sean más desastrosos?—Tomó una respiración bastante larga, antes de volver a hablar.—Si es así... Lo comprendo...

No quería apartarlo.

Estaba jurando sus sentimientos.

Sin embargo, no hubo respuesta alguna. El silencio era acompañado con el sonido del agua, el cual se agitaba y las olas tocaban los pies de ambos, quienes no se apresuraban en moverse. 

Inseguro de sí mismo, Ciel volteó. Sólo para encontrarse con la mirada carmesí del demonio. Con una sorpresa particular. 

Sólo hubo dos veces en las que lo vió así, la primera vez, fue debido al gas mostaza. La segunda... Era ahora.

—Sebastian... ¿Por qué estás llorando...?—Preguntó el conde, sorprendido. 

Era una pregunta entendible. ¿Por qué estaba llorando? Se suponía que los demonios eran incapaces de derramar una sola lágrima. Sin embargo, él estaba llorando.

Y con razón.

Cuando era tan sólo un demonio hambriento, era de la creencia que el amor humano era una verdadera estupidez. Que los lazos humanos eran realmente innecesarios.

No fue hasta ése mismo momento que Sebastian lo comprendió, qué tan hermoso es que te devuelvan el amor que estás brindando.

El amor no es lo que la humanidad quiere representar como colores rosas y felicidad.

El amor significa dolor.

No se podía sentir amor, felicidad, sin sentir dolor y tristeza.

Y en ese mismo momento, él era testigo de ello. De la vida, de lo vivo que uno se siente experimentando estos sentimientos impactando una y otra vez.

No quería terminar con todo. Pero sabía que en algún momento, todo debía de acabar. Nada es eterno, ni siquiera su misma existencia.

Los labios del conde fueron sorprendidos por una repentina unión. Las manos de su demonio rodearon su cintura. Era inevitable derramar una lágrima que jamás olvidaría. Era algo completamente nuevo, aunque no el avergonzaba para nada.

Mierda, estaba enamorado, de un humano que moriría pronto.

—Yo... No quiero. No quiero terminar con todo, Ciel.—Fue su clara respuesta. Nunca había sido sincero consigo mismo, siempre se había dejado llevar por su propio narcisismo. Una vez. Aunque sea una vez...—Voy a ir con todo hasta el final. Voy a disfrutar tu compañía hasta el final.

—Una vida humana de por sí es como un día en tu vida... La mía... La mía no será más que unas horas...

—¡¿Crees que eso me interesa?!—Aquella frase fue suficiente para desconcertar por completo al menor. Sebastian nunca alzaba la voz, jamás lo hacía. Su mirada no podía parar de fijarse en sus ojos llorosos.—¡No soy estúpido, por Lucifer! Sé que todo va a tener un final algún día. Pero, ¿Cuesta tanto entender que quiero aprovechar todo el tiempo que me queda contigo? Tuve relaciones sexuales muchas veces, pero jamás me había sentido de ésta forma. Besé a muchos humanos, pero jamás me derretí de ésta forma. Entiéndelo, Ciel. ¡Eres mi primera vez en muchos ámbitos! ¡Maldita sea!

Las manos del conde se posaban en las mejillas de su mayordomo. Una suave y tierna sonrisa inundada de tristeza había conseguido cautivar al mayor. Con sus dedos pulgares, secaba inútilmente las lágrimas del pelinegro debido a que éstas seguían saliendo.

—Está bien, lo entiendo.—Fue la única respuesta que dio el conde. Antes de nuevamente dejarle un suave beso en los labios, en un silencio absoluto.

Que un demonio se le confesara de esa manera... Le era algo realmente dulce y a la vez desesperante. Viviría su romance sabiendo a la perfección que en algún momento éste no tendría más opción que acabarse.

Lo único que quedaba era confiar en que disfrutaría del tiempo en el que éste durara.

Nunca imaginó verse al estricto y seco Sebastian romperse de esa forma. Pero de todas maneras lo había hecho. Era algo completamente nuevo, que le ocasionaba dolor, y a la vez alegría.

Era perfectamente consciente de que su romance sería agridulce, de que sentiría dolor, de que al mismo tiempo sentiría alegría de tenerlo.

Pero estaría allí, para apoyar al demonio. Después de todo sería una experiencia completamente nueva para él. Pará ambos.

❝Dentro de la habitación❞.-Sebaciel.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora