El camino hacia mi sueño - Parte 1

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El sol caía en aquel horizonte. Poco a poco se notaba mayor oscuridad en esta parte de la isla. Los árboles tapaban por completo la superficie de las casas con su sombra. Los habitantes recogían todo lo que hacían para meterse en casa, ya que cuando anochecía los mosquitos acechaban.

Yo aún no recogí la ropa que estaba lavando en esa orilla, puesto que aunque no debía permanecer allí sola me gustaba respirar esa tranquilidad. Aquella zona, rodeada de silencio, era lo más preciado que tenía. Los árboles que rodeaban aquel sitio eran altos y robustos, y cuando se acercaba la brisa se agitaban creando una melodía tan natural que me agradaba con tan solo pensarlo.

A medida que iba bajando el sol se oían múltiples puertas de las casas cercanas a esa parte del mar. Era el momento de marcharme, puesto que tenía una caminata hacia mi pueblo.

En esta pequeña isla habitaban dos pueblos. El más grande contaba con 160 habitantes y el más pequeño con tan solo 30. Yo vivía en el pequeño.

Era una zona muy tranquila, ya que apenas se oían ruidos. Muy de vez en cuando se oían barcos de pesca a lo lejos. Alguna vez venían turistas, pero casi siempre estábamos los 190 habitantes solos. Todos nos conocíamos, y ninguno de los que vivíamos aquí ha salido fuera. Digamos que éramos autosuficientes.

Esta isla era bastante simple, ya que no teníamos suficientes recursos, ni educación y apenas podíamos disfrutar tan siquiera de un libro, una televisión, un teléfono móvil o cualquier cosa que hubiera en las millones de grandes ciudades que habitan en el planeta.

Vivíamos a la antigua, ya sabéis, los hombres y las mujeres trabajábamos fuera por igual, pero con la diferencia de oportunidades. Cuando los hombres decidían qué rumbo tomaríamos con los cultivos, la pesca, la caza, o lo que fuera nosotras nos encargábamos de los niños, la casa, etc. Muchas veces llegué a plantearme que era injusto, pero daba por hecho que no iba a cambiar nada, y que bastantes oportunidades tenía con ser libre y poder realizar cosas que las mujeres adultas no podían.

Las casas estaban hechas de barro, pierda y madera. Había dos pequeñas granjas, en una de ellas había gallinas y en otra vacas. Pocas familias de la isla podía permitirse un caballo, y mi familia desgraciadamente no era una de ellas. Me encantaría poder montar en uno, pero es un privilegio que no me podía permitir. El dinero escaseaba cada vez más, y mi familia junto a dos más era de las más humildes.

En mi casa vivíamos mi abuela, mis padres, mi hermano mayor, dos hermanas menores y yo.

También vivíamos con una cabra, la cual aprovechábamos para vender la leche.

Mi padre era agricultor, se encargaba de las plantaciones de trigo. Y mi madre era lavandera, limpiaba las ropas y sábanas de las familias más privilegiadas. Mi hermano mayor con dieciocho años se encargaba de cuidar las granjas muy de vez en cuando. Los demás de la casa nos limitábamos a ayudar.

Muchas veces tuvimos miedo por no llegar a cumplir 3 comidas diarias durante una semana. Vivíamos el día a día, y cada día que pasaba era más preocupante.

Esa noche me dediqué a limpiar la ropa de la familia del alcalde del pueblo más habitado de la isla. Cuando me dirijí a casa me di cuenta de que la gente estaba más apagada de lo normal. Me preocupé bastante ya que todos los hombres se juntaron para hacer una asamblea y tomar decisiones sobre los dos pueblos. Nada más entrar vi a mis padres derrumbados.

Tragué saliva y les pregunté qué les pasó. Mi padre me dijo que el precio del trigo disminuyó muchísimo ya que los pueblos querían entregarse a otras cosas que no sean cereal. En ese mismo momento supe que no iba a ser un buen año y que yo tenía que arreglarlo. Dejé el cesto con la ropa limpia y corrí a la habitación de mi hermano.

- Hermano, tenemos que hacer algo. Quiero aportar parte de dinero a esta casa, necesito hacer algo - le dije.

- No vas a hacer nada. Ayuda a nuestra madre con la ropa, yo seguiré trabajando en las granjas, y tú no harás nada que no sea eso. Da igual cómo estemos, se pasará - me dijo seriamente.

- Me niego. Tengo que ayudar a mantener esto. ¿Cómo quieres que lleguemos a comer? ¿Cómo vamos a mantener a esta familia?

- ¡Tú estate quieta! - me gritó.

En ese momento me sentí frustrada. Me di cuenta de que no valía para nada, o eso creía. Hace años que quiero salir de esta isla, que quiero hacer vida normal en una ciudad como nos cuentan los turistas. No me iba a quedar quieta. Tenía que hacer algo para ahorrar para un futuro, y huir cuando viniera un turista.

Esa noche apenas dormí pensando qué podía hacer. No había apenas trabajos dignos así que tenía que encargarme de algo más sucio. Pero estaba dispuesta a hacer cualquier cosa por mi familia y mis estudios.

Al amanecer vi que mis padres y mi hermano no estaban, seguramente trabajaban. Me dejaron con mis dos hermanas y mi abuela. Así que tomé una decisión. Puse almohadas en la cama y las tapé con la manta, haciendo parecer que estaba dormida. Tenía que darme prisa antes de que se dieran cuenta de que me fui. Me dirijí al centro del pueblo, y allí vi a un chico bastante afortunado con su caballo.

- Perdone, ¿puedo cepillar a su caballo? Hoy estoy disponible - le pregunté.

- Está bien jóven, pásate a la noche. Está en una cuadra. Te daré poco, igual no te merece la pena - me dijo riéndose.

- Lo acepto, al anochecer llegaré.

Estaba segura de que merecía la pena. Corrí lo más rápido que pude para dar el desayuno a mis hermanas. Nada más dárselo me fui a ver si podía ayudar a mi padre. Llegué a los cultivos y él estaba en el suelo, sentado bajo un árbol cercano. Estaba frustrado, llorando. Ahí quise volver al pueblo, o acercarme al pueblo grande a ver qué podía hacer.

En el centro del pueblo grande no encontré nada. No sabía cómo ayudar. La culpa y la impotencia recorrían mi cuerpo. Era una carga más. No aportaba nada útil a mi familia. Me senté en una roca, puesto que no podía con tanto cansancio mental. Las lágrimas bañaban mis mejillas. Entonces allí se acercó una señora.

- Perdona jóven, ¿sabes si por aquí alguien trabaja haciendo pañuelos? Se me ocurrió hacer muchos para vendérselos a los turistas este verano - me dijo.

Era demasiado fácil, una oportunidad demasiado accesible. Acepté. Le dije que estaba libre a las mañanas. Así que acompañé a la señora hasta su casa y me dió muchos materiales para empezar. Me dijo que ganaría menos de un cuarto de lo que ganase ella con los pañuelos, y a pesar de ser una vergüenza acepté. Tenía que sacar a mi familia de allí, por más difícil que fuera.

Llegó el atardecer y mi madre se acercaba a casa. Ayudé con las sábanas que tenía que lavar hoy y le pedí permiso para trabajar y ayudar económicamente. Obviamente me lo rechazó. Ella me quería para casa, para cuidar a mis hermanas y a mi abuela y para ayudar con los trabajos de casa. No rechisté. Iba a trabajar como pudiera. Me comprometí con el caballo y con los pañuelos, no iba a echarme atrás. Además si veían que trabajaba lo más probable es que corriera la voz por la isla, así que conseguiría más trabajo, o eso pensé.

Al anochecer me escapé sin que se diesen cuenta y cepillé al caballo. Además encontré agua y jabón así que limpié las monturas. Cuando acabé con todo llamé a la casa del chico, me abrió y le enseñé lo que hice. Me entregó el dinero, y apenas daba para una comida de una sola persona... Pero aún así no perdí la esperanza, tenía que salir de esa isla, estudiar, volver y sacar a mi familia de allí para vivir medianamente bien.

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⏰ Última actualización: Sep 21, 2019 ⏰

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