Sombras

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–¿No se sabe nada de ellos, Kraro?– preguntó la primera sombra.

–No, Kroljo, han desaparecido. No hay rastro de ellos– respondió Kraro.

–Maldita sea. Se suponía que no había espíritus de alto nivel en la zona. Pero está claro que los había y que acabaron con ellos. No hay otra explicación.

–Sí, pero no tiene sentido. ¿Qué hacían espíritus de alto nivel en una zona de tan bajo?

–Quizás sabían algo, quizás alguien los avisó. ¡Eso es! ¡Eso lo explicaría todo!– exclamó Kroljo.

–¿Quieres decir que...?

–Sí, tiene que haber un traidor entre nosotros.

–Eso tampoco tendría sentido. ¿Qué ganaría? No puede volver atrás– disintió Kraro.

–No tiene por qué querer volver atrás. Podría ser Jralon. Sabes que no está contento con estar por debajo de nosotros. Quiere ser el jefe.

–¿Quieres decir que llegaría sacrificar a las sombras inmaduras para conseguir sus objetivos? ¡Es realmente despiadado!

–Sí, es un pena que se haya convertido en nuestro enemigo. Debemos buscar la forma de deshacernos de él sin que sospeche. Tenemos que ir con cuidado, es peligroso.



–Esto tiene que ser cosa de Kroljo. Nadie más podría ser tan retorcido– masculló Jralon.

–¿Y por qué iba a eliminar a las sombras inmaduras? ¿Qué sentido tendría?– preguntó un espíritu corrompido, desconcertado.

–Eres muy ingenuo, Jreneg. ¿Realmente crees que somos todos amigos porque estemos en el mismo bando? Está claro que es algún tipo de trampa. Querrán echarnos la culpa, ganar aliados contra nosotros. No hay duda de que pretenden deshacerse de nosotros.

–Pero... ¿De qué les serviría? Ahora la mayor amenaza son los vivos. Sin nosotros, ellos también estarían en peligro.

–Kroljo es paciente y astuto. Está preparando el terreno. Cuando ya no nos necesite, querrá deshacerse de nosotros.

–Eso... Podría ser...– musitó Jreneg, medio convencido.

–Y luego está el problema extraño en la zona este de nuestro dominio. No puede ser casual– insistió Jralon.

–¿¡Quieres decir!? Son tan... tan... ¿¡Cómo no lo había relacionado!? Es cierto, no puede ser casualidad. ¡Quieren que parezcamos débiles y ganar apoyos! ¡Mandaré a Jrevlo a investigarlo!

–Buena idea. Es evidente que no pueden ser los vivos los que han eliminado a tantas bestias. Lo habríamos detectado antes.

–A no ser que ellos los hayan dejado pasar.

–Mmmmm ¿Serían capaces de aliarse con los vivos para hacernos daño? Si podemos encontrar pruebas, los tendremos cogidos del cuello.

–Je, je, seguro que no esperan que veamos a través de sus planes– se congratuló Jreneg.

–Sí, ja, ja. Tenemos que aprovechar que estarán confiados y prepararnos. Cuando llegue el momento, tenemos que golpear primero.



Las estrellas brillaban y ambas lunas iluminaban la noche, mezclándose su luz en el miasma, y creando así una atmósfera lúgubre. Varias bestias corrompidas yacían inmóviles, sin otra cosa que hacer que permanecer sumergidas en el miasma, a la espera de que fueran llamadas. Y, alrededor, los árboles oscurecidos y sin hojas se alzaban cual terrible pesadilla de lo que un día fueron.

Entre aquel escenario tétrico, se movía una sombra invisible a la mayoría de ojos, pero a la que los seres corrompidos debían obediencia. Se movía en silencio, irritada por tener que llevar a cabo aquella misión.

Le habían encargado investigar la desaparición de varios de aquellos seres en una zona cercana, algo por lo que se sentía humillada, pues consideraba que no era un trabajo lo suficientemente digno para ella.

–Maldita sea. ¡A quién le importan un par de bestias más o un par menos! ¡Si ni siquiera llegan a nivel 10!– refunfuñó malhumorada, aunque no había nadie quien pudiera escucharla.

Tardó varias horas en llegar, pateando de vez en cuando a bestias que se encontraba a su paso, la reacción de las cuales era únicamente apartarse de su camino. El rebelarse contra sus amos era algo imposible para aquellos esclavos que habían perdido la facultad de razonar.

Pero patear a las bestias no sirvió para aliviar su malhumor. Al fin y al cabo, apenas podía hacerles daño, ya que su capacidad física era extraordinariamente limitada. Aquello la irritó a aún más, así que ordenó a una enorme hormiga atacar a otra.

Obedecieron sin rechistar, abalanzándose la una contra la otra, atacándose sin piedad, temerariamente, sin preocuparse de los daños que recibían. Jrevlo estuvo contemplando la batalla cual espectador de una obra de teatro, hasta que una de las dos sucumbió y acabó desapareciendo, mientras la otra se tumbaba, dejando que el miasma entrara en ella y sus heridas fueran, poco a poco, reparándose.

Habiéndose parcialmente desahogado, la sombra siguió su camino, hasta que llegó a la zona donde Goldmi había eliminado a varias decenas de seres corrompidos. Estuvo dando vueltas, comprobando el terreno, hasta que descubrió un objeto en el suelo.

–Una flecha...– murmuró sorprendida, mirándola con los ojos muy abiertos.

Siguió inspeccionando la zona, descubriendo otras flechas y marcas evidentes de lucha que parecían recientes, pero ni rastro de los atacantes.

–Vaya, esto es más interesante de lo que esperaba. Hay vivos por aquí– sonrió con malicia.

Ordenó entonces a cientos de seres corrompidos que fueran hacia allí y se repartieran por una extensión de casi cien kilómetros, inspeccionado cada agujero, cada cueva, cada posible escondite. Su misión era localizar a los vivos y avisar en cuanto los encontraran. Eran órdenes sencillas, que incluso aquellos seres podían llevar a cabo.

–Es una suerte. Llevaba tiempo sin saborear vivos. Ja, ja, ja. ¡Y son todos para mí! Tengo que pensar bien como torturarlos, puede que no haya muchos. Y asegurarme de que ninguno de los otros se entere. Ya les informaré cuando acabe con ellos– se dijo a sí mismo, riendo con crueldad.

Odiaba a los vivos. Había odiado tener que vigilar y cuidar a los habitantes del bosque. Se consideraba una forma de vida superior, por lo que no entendía por qué tenía que preocuparse de los seres con carne. Por ello, junto a otros que pensaban como él, habían aprovechado la oportunidad que se les había presentado, traicionando a los suyos. Así, habían obtenido el poder y el control del miasma para erradicar la vida y reinar sobre ella, y transformarse a sí mismos, renunciando a su esencia.

Para su desgracia, los vivos y los otros espíritus habían conseguido oponerse a ellos y detener su avance, aunque estaba convencido de que acabarían venciendo. Al fin y al cabo, "somos superiores a los débiles vivos, y a los espíritus demasiados blandos como para ver la realidad".

Regreso a Jorgaldur Tomo II: la arquera druidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora