C E L O S

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No entendía. James definitivamente no entendía por qué su padre estaba tan horrorizado y por qué su madre lloraba descontroladamente.

Desde bebé, James Sirius fue un niño adorable. Amaba las atenciones de su familia; especialmente de su padre.

Siempre fueron muy unidos, Harry Potter se desvivía por su hijo y James era feliz con eso. Jugaban todos los días, incluso desde bebé lo llevaba a todos lados.

Ginny (su madre) a menudo decía que lo consentía demasiado y que esa "papitis" les causaría un problema. Harry le decía que exageraba, sólo quería darle todo lo que él no tuvo de niño, llenarlo de recuerdos, juguetes y cariño. Molly lo respaldaba y Ginny no podía hacer nada más que sonreír. De cualquier forma no era tan malo.

Cuando era necesario, Harry lo reprendía y educaba, jamás necesitó darle ningún jalón de oreja o pellizco para enseñarle a James a decir "Por favor" y "Gracias". Bastaba una buena mirada para que su hijo dejara las pataletas, sólo en contadas ocasiones tuvo que recurrir a alzar la voz y en dado caso, castigar alguno de sus juguetes para que aprendiera la lección.

Siendo así, Ginny no tenía ningún problema.

¿Cierto?

De esa forma pasaron casi ocho años, James era un niño alegre que amaba estar en casa de sus abuelos y jugar con sus primos, era educado, sociable. Eso sí, le encantaba ser el centro de atención, que sus primos lo imitaran, se regocijaba cuando sus tíos decían cosas como: "Pórtate bien Hugo, obedece como James, ¿Sí? Es el mayor y tienes que hacerle caso" para después guiñarle el ojo y que le encargara a sus primos.

Pero nada se comparaba a pasar tiempo con sus padres, especialmente con Harry. Ayudaba a su madre a hacer la comida y practicaba en su escoba para poder enseñarle a su padre después, cuando llegara de alguna peligrosa misión. Luego Harry lo llevaría a dormir y le contaría alguna historia.

La vida de James era perfecta.

Fue entonces que las cosas cambiaron.

Sus padres estaban felices y se portaban raro, Harry no paraba de besar a su madre y abrazarla. James hacía gestos de asco y ellos volvían a reír como tontos.

Estaban desayunando waffles con arándanos -los favoritos de James- cuando su padre le hablo.

—Hijo, ¿Te gustaría tener un hermanito?

Si Harry y Ginny no hubieran estado tan ambobados viendo el vientre de la pelirroja, habrían notado en la mirada de James lo mal que le sentaba la idea. Esa mirada que siempre guardaba cuando nadie lo veía, cuando algo no le parecía y debía ocultar su desacuerdo.

Tal vez, si lo hubieran notado, las cosas hubieran sido diferentes.

James también cambió después de eso, ni jugaba con el mismo ánimo y estaba algo arisco.

Harry lo notó y aunque le preguntó varias veces qué tenía, James contestaba vagamente y después le insistía a que jugaran Quidditch. Harry cedía por un rato, hasta que nuevamente regresaba a ese estado sombrío.

Cansado y preocupado, se sentó en una esquina de la cama, Ginny ya estaba acostada, pero al ver su postura, lo abrazó por la espalda.

—¿Día difícil?

Harry sacudió la cabeza y cerró los ojos.

—Estoy preocupado por James, va a ser duro para él, siempre estuvo acostumbrado a ser hijo único...

Ginny sonrió y masajeó sus hombros, el pelinegro gruñó de gusto y se relajó.

—Te preocupas demasiado, es normal que esté así. Pero cuando nazca va a amar al bebé. Ya verás... James adora cuidar a Hugo y Rose, no seas tan sobreprotector Harry, ya te lo he dicho.

Harry volvió a gruñir algo y se convenció de que su esposa tenía razón. Aúnque la sensación de que algo estaba mal no desapareció.

Un par de meses después las cosas no variaron mucho, el niño que vivió volvía a estar todo el día en casa para cuidar a su esposa e hijo. Entre los antojos y cambios de humor de Ginny y la apatía de James hacía que Harry deseara estar trabajando.

La noche que Albus nació, puso todo patas arriba. James se mantuvo encerrado en su cuarto. Odiando cada segundo. ¿Por qué hacían tanto ruido? Era sólo un estúpido bebé. Cuando su madre dejó de gritar Harry fue con él para que conociera a su "hermanito". Se veía cansado y horriblemente feliz en opinión de James. Sintió que se le revolvieron las tripas de forma desagradable.

Aún así, fue detrás de su papá y lo siguió hasta su cuarto. Su madre se veía aún peor que Harry. El cabello enredado y empapado de sudor, aún más agotada y con una sonrisa que iluminaba la habitación entera. Entre sus brazos había un pequeño bulto. James se acercó, tenso y una ansiedad que sus padres confundieron con emoción. Ginny tarareaba y desenvolvió al bebé con una adoración que casi hace vomitar a James. Se forzó a ver a la criatura oculta en la manta.

"Es horrible"

Fue lo que pensó. Redondo, hinchado, rojo y con unos mechones de cabello negro.

Se forzó a sonreír y cuando su padre le apretó el hombro, quiso creer que esa bestia en brazos de su madre no sería tan problemático.

Gran error.

Si antes ya no tenía la atención de sus padres, ahora era peor. Mucho peor. La pasaba solo casi todo el día, negándose a pasar demasiado tiempo con ese... Bebé. Estúpida bola de carne. No hacía más que llorar y comer.

Eso era lo peor. Él sólo quería volver a pasar tiempo con sus padres, pero siempre estaban con el bebé, y cuando no, estaban demasiado cansados para hacer nada. James los entendía. Todas las noches la bestia lloraba, al menos cada tres horas, los entendía.

El bebé era una molestia.

El fin de semana estuvieron en la madriguera, creyó que la situación sería diferente y que sus abuelos lo llenarían con los mismos mimos y abrazos de siempre... Pero estaba equivocado. Una vez frente a sus abuelos, volcaron toda su atención en la cosa llorosa.

Su abuela no hacía más que hablar y arrullar a la bola de carne, Rose estaba pegada al bebé como si fuera alguna clase de maravilla e insistía en que quería otro hermano menor porque Hugo ya no servía.

James estuvo a punto de decir que le regalaba el suyo cuando Hugo protestó y gritó que era James el que no servía y por eso lo habían cambiado.

Sintió que un gran peso le apretaba el corazón, incluso dejó de respirar.

No importó que su padre y su tía Mione hubieran reprendido a su primo. El nudo en su pecho crecía junto con el rencor por el bebé.

Un par de noches después, con una almohada en sus manos, por fin podía respirar tranquilo de nuevo. Por fin, el bebé había dejado de llorar. Por fin, las cosas volverían a ser como antes, su papá volvería a jugar Quidditch con él, su madre le haría waffles con arándanos. Ya no habría más llantos nocturnos, volverían a quererlo y no lo dejarían de lado. Sus padres seguro que estarían contentos.

Entonces, ¿Por qué lloraba?

Minutos después, Harry regresaría al cuarto, encontraría a James con una almohada en sus manos y una cuna silenciosa.

—¿Puedes jugar conmigo ahora, papá?

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