UNICO CAPITULO

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LAS MUJERCITAS SE CASAN Louisa M. Alcott

I CHISMECITOS
Para retomar nuestra historia y poder asistir al casamiento de Meg con conocimiento de las cosas conviene primero ponernos al día con las noticias de los March, para enterarnos de toda la chismografía del caso. Creo probable que algunas personas mayores piensen que hay demasiado "amor" en el relato (ni por un momento se me ocurre que los jóvenes verán en ello inconveniente) pero, de acuerdo con la señora de March, sólo puedo decirles: "¡Qué se puede esperar con cuatro muchachas alegres en la casa y viviendo enfrente un vecino joven, elegante y lleno de bríos!..."
Han pasado tres años y son pocos los cambios ocurridos en la modesta familia. Ha terminado la guerra y el señor March está de vuelta en el seguro puerto de su hogar, ocupándose de sus libros y de su pequeña parroquia, que encuentra en él al verdadero pastor, por naturaleza y por gracia de Dios.
Por lo tanto, pese a su pobreza y a su rigurosa integridad, que le vedaron los éxitos más mundanos, aquellos atributos atrajeron junto al señor March a mucha gente admirable, con la misma naturalidad con que las hierbas dulces atraen a las abejas. Y con igual naturalidad les dio él la miel destilada en cincuenta años de dura experiencia, sin que se colase una sola gota de acíbar.
Para los de afuera parecían gobernar la casa las cinco enérgicas mujeres, y así era efectivamente en muchas cosas, pero aquel hombre tranquilo, estudioso, sentado entre sus libros, seguía siendo el jefe de la familia, la conciencia hogareña, el ancla, el consuelo. Era hacia él a quien se volvían en momentos difíciles las mujeres de su hogar atareadas o inquietas, según el caso, encontrándolo siempre, en el estricto cumplimiento de esas misiones sagradas: marido y padre.
Las chicas entregaban a su madre el corazón y a su padre el alma, y a ambos, que vivían y bregaban por ellas con tanta firmeza, les daban un amor que crecía igual que ellas y las ligaba con lazos de esa ternura que es bendición para la vida y que sobrevive a la muerte.
La señora de March está tan ágil y animosa como la vimos la última vez, aunque con su cabeza más cana. Por el momento la tienen tan absorbida los asuntos de Meg que los hospitales y los sanatorios, todavía llenos de soldados heridos, extrañan decididamente las visitas maternales de esta misionera voluntaria.
En cuanto a Juan Brooke, el novio de Meg, cumplió como hombre su deber militar durante un año, lo hirieron y fue enviado a su casa, no volviéndosele a permitir que regresara a luchar. No recibió medallas, ni estrellas, ni barretas, habiéndoselas merecido, sin embargo, por haber arriesgado animosamente cuanto tenía; y muy preciosos que son el amor y la vida cuando están en pleno florecimiento. Completamente conforme con su licenciamiento, se dedicó a restablecerse y a prepararse para el trabajo que había de darle los medios de ganar un hogar para Meg. Con el buen sentido y la firme independencia que siempre lo caracterizaron, rehusó los ofrecimientos más generosos que le hiciera el señor Laurence, aceptando únicamente el puesto de tenedor de libros, pues le daba mucha más satisfacción comenzar con un sueldo ganado con honestidad que aventurarse a correr riesgos con dinero prestado.
Por su parte, Meg había pasado trabajando el tiempo de la espera, desarrollando su carácter de mujer y adquiriendo sabiduría en las artes domésticas. Y poniéndose cada día más bonita, pues no hay duda que el amor es un gran embellecedor. Como tenía sus ambiciones juveniles y las esperanzas típicas de toda muchacha, sintió algún desencanto al ver el humilde tren en que debían comenzar su nueva vida. Eduardo Moffat se acababa de casar con Sarita Gardiner,
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y la pobre Meg no podía dejar de comparar la hermosa casa y el carruaje de ellos, los muchos regalos que recibieron y sus espléndidos ajuares con los modestísimos suyos. Secretamente, deseaba haber podido tener lo mismo, pero sin saber cómo, el asomo de envidia y de descontento pronto se desvanecieron al pensar cuánto amor y trabajo paciente había puesto su Juan para ofrecerle la pequeña casita que le esperaba. Cuando el crepúsculo los encontraba juntos, hablando de sus proyectos, por modestos que fuesen, el porvenir se le aparecía siempre tan lindo y lleno de luz que Meg se olvidaba de Sally y sus esplendores y se sentía la muchacha más rica y feliz de toda la cristiandad.
En lo que e. Jo se refiere, no tuvo que volver a casa de la tía March, pues la anciana le tomó tal afición a Amy que la sobornó con el ofrecimiento dé lecciones de dibujo por uno de los mejores profesores del momento. Por esa ventaja en perspectiva, Amy hubiera servido a patronas aún más severas que tía March. Así, pues, Amy dedicaba las mañanas al trabajo, las tardes a las diversiones, y le iba muy bien con ese sistema. Entretanto, Jo se dedicaba a la literatura y a Beth, que había seguido delicada mucho tiempo después que su fiebre pasara a la historia. Sin estar propiamente enferma, no fue ya nunca la chiquilla rosada y sana que había sido antes; no le faltaba nunca ánimo, sin embargo, y se ocupaba de las pequeñas tareas domésticas, que adoraba; era amiga de todo el mundo, el ángel de la casa, aun mucho antes de darse cuenta de ello aquellos que más la querían.
Mientras "El Águila Desplegada" le pagó un dólar por columna sus "tonterías", como ella las llamaba, Jo se sintió rica y siguió tejiendo con gran diligencia sus romances. Pero en la cabeza le bullían grandes proyectos y en la vieja cocinita de lata de la bohardilla seguían amontonándose despacito los manuscritos garabateados que habían de colocar un día el nombre de March en el cartel Ce la fama.
¿Y qué había sido de Laurie? Una vez que satisfizo los deseos de su abuelo ingresando en la universidad, ahora lo pasaba allí lo mejor posible para cumplir consigo mismo. Mimado por todo el mundo a causa de su dinero, sus excelentes modales y su mucho talento y el más bondadoso de los corazones, corrió gran peligro de echarse a perder, lo que hubiese ocurrido con toda seguridad a no ser por el talismán que poseía el chico contra todo mal: el recuerdo del bondadoso anciano que tanto tenía que ver en sus éxitos, y de aquella maternal amiga que velaba por él como si se tratara de su propio hijo. Y en último término -aunque en manera alguna el menos importante- el saber que cuatro muchachas inocentes lo querían, admiraban y creían en él con todo su corazón.
Siendo un ser humano -aunque de la raza de los "gloriosos"- era muy natural que se divirtiera, flirteara, se vistiera de "petimetre" y le diera por seguir la moda universitaria al pie de la letra, ya fuese acuática, sentimental o deportiva, según la época, aprendiendo y practicando al dedillo la jerga estudiantil y poniéndose más de una vez en serio peligro de sufrir suspensiones y aun la expulsión. Pero como las causas de estas travesuras no eran sino el buen humor y el afán de broma, siempre se salvaba y salía del paso mediante la confesión franca, la reparación honorable, o aquel irresistible poder de persuasión que poseía a la perfección. A decir verdad, casi se enorgullecía de sus "escapadas" y le gustaba deslumbrar a las chicas con gráficos relatos de sus triunfos con preceptores enfurecidos, dignísimos profesores y enemigos vencidos. Los "hombres de mi clase" eran héroes a los ojos de las chicas, que nunca se cansaban de las proezas de "nuestros tipos", permitiéndole a menudo regodearse con las sonrisas de esos superhombres cuando Laurie los traía a quedarse en su casa.
La que más disfrutaba de este alto honor era naturalmente Amy, quien llegó a ser la "niña bonita" del grupo, ya que la señorita aprendió bien pronto a darse cuenta del don de fascinación de que estaba bien dotada. Meg hallábase demasiado absorbida por su muy particular y especialísimo Juan como para ocuparse de ningún otro señor de la creación y Beth
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⏰ Última actualización: Sep 22, 2019 ⏰

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