"Nada de lo que imaginó"

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Capítulo 7: Nada de lo que imaginó.

Cierto día, pudo respirar tranquilo cuando estuvo en la cocina. Fue a robarse unos panecillos como era su antigua costumbre. Sorpresa fue encontrar a las mismas cocineras de antaño, casi todo igual que antes de la guerra. Eso lo paralizó como si entrara al pasado y todavía era un niño de ocho años, quien travieso, atormentaba a la gorda, pero amable cocinera.

Los sirvientes hicieron una reverencia bastante solemne y extraña, la cual lo sacó de su burbuja de ensoñación, ya que nunca hicieron eso, hasta ahora.

—Dejen eso —dijo molesto.

—Lo sentimos, Mi Lord —respondió la cocinera—. Es que ahora es nuestro monarca y debemos seguir la etiqueta.

—Olviden la etiqueta —ordenó furioso.

—Está bien, niño Dean.

Eso fue un bálsamo para su corazón adolorido. Escuchar a su vieja cocinera, nombrarlo como todos los años desde que era un niño, fue esperanzador. Por primera vez desde que anunciaron la guerra con el imperio, puso esbozar una sonrisa sincera en su rostro, pero era una sonrisa nostálgica más que nada.

El olor de las galletas recién horneadas llegó a sus fosas nasales y un gruñido en su estómago se hizo presente. Después de todo, no había comido bien los últimos días. Si es que había comido algo. Se abalanzó como en otros tiempos a las galletitas, bajo la mirada divertida de la cocinera, quien lo hizo sentarse a la mesa y le dio un vaso de leche exquisita.

Todos los de la cocina estaban felices, de ver una sonrisa verdadera en su adorado príncipe. Dean no se dio cuenta de esto, hasta que levantó la vista y los quedó, mirando.

—¿Por qué están felices? —preguntó su monarca.

—¿Por qué no estarlo? Nuestro reino tiene a su príncipe de vuelta y vivo. Con él, el reino vivirá, y sin él, el reino muere.

Dean quedó sorprendido con la lógica de sus sirvientes, que era la razón de estar con vida todavía. Comió en silencio sus galletitas con leche. Trató de disfrutar cada uno de ese momento feliz que tenía, después de tanto terror.

—Puede llevarle estas al rey y la reina. Le dijo la sirvienta al chico, pasándole una bandeja de galletitas recién horneadas.

Dean las miró y le dio pena, así que el apetito se le fue tan rápido como apareció. Los sirvientes se quedaron recriminándose los unos a los otros por la metida de pata, quedaron muy preocupados por su monarca, el cual se fue derecho a su habitación. Entró en la cama con ropa y todo y se quedó ahí, sintiéndose miserable.

Castiel volvió pronto o eso pensó al sentir sus pasos. Un dulce aroma a galletas inundó la habitación, después de escuchar los pasos hacia la salida, destapó la cabeza y vio hacia la mesita de noche. Ahí estaba una hermosa bandeja, llena de galletitas recién horneadas. Dean se sentó en la cama, tomó la bandeja y las comió con gusto. Había un vaso de leche fresca para acompañarlas, así que también lo disfrutó. Después de tomarlo, quedó en la cuenta que no sabía quién las trajo, pero podía ser cualquiera de la cocina, aunque nadie de ahí tenía el permiso necesario. Salvo los sirvientes que lo vistieron para la boda y a ellos no los vio nunca más, quizás se fueron con la comitiva de Lucifer. Eso era bueno, porque no quería verlos otra vez.

Así que, sacando la cuenta, debió ser Castiel. Él tipo raro de las abejas, quien además era su consorte en un matrimonio de luto. Sin embargo, no sabía qué pretendía con todo esto. Ya era dueño de todo Winchester, no necesitaba traer galletas a su Consorte para reafirmarlo. Eso lo llenó de curiosidad, quizás en verdad al sujeto le faltaban varios tornillos, porque no se explicaba la acción del hombre en ningún sentido.

El Príncipe Cautivo (Destiel)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora