16. Del episodio 5 - No puedo hablar

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Del capítulo anterior...

Sanem lo sabía. Desde su regreso, lo sabía. No obstante, cuando aún su relación estaba en los comienzos, sus inseguridades la acompañaban siempre y no veía salvo rivales por todos lados. Can era atractivo, imaginativo, siempre estaba rodeado de una fuerza y un magnetismo del que era imposible escapar y las mujeres caían a sus pies como moscas.
-¿Ni siquiera Ceyda? -preguntó ella muy bajito rozando con sus labios la oreja de Can.
-Mucho menos ella.

...

Sanem se perdía en su mirada, en esos ojos oscuros y fieros y a la vez tan sinceros que siempre la habían atrapado. Se refugió en su cuerpo cuando Can bajó el cuerpo hasta que sus estómagos contactaron. Sanem cerró los ojos, sus manos vagaron por el cuerpo masculino acariciando los costados, llegando a su pecho y recorrió el camino que iba desde el tórax hasta su cuello. Le acarició la nuca, sus dedos eran el aleteo de las alas de una mariposa, tan suave era la caricia. De allí pasaron a las orejas, esas orejas en las que tantas veces, durante los años pasados, le había susurrado que le amaba. Con los pulgares dibujó la línea de sus cejas y ambos confluyeron en el entrecejo para dibujar la perfecta nariz del hombre.
Can cerró los ojos cuando sintió que esos pulgares tocaban sus párpados y se sintió transportado a otro momento de sus vidas. Un momento treinta años atrás. Casi podía oler el profundo aroma de los eucaliptos del bosque mezclado con la sutil fragancia de ella a flores silvestres, casi podía oír el suave sonido de la brisa en sus oídos de aquel día mientras ella intentaba reconocerle a ciegas.
Aquellas caricias eran las mismas que las que le estaba prodigando ahora y él sólo quería sentir, no podía hablar. Como tampoco pudo hacerlo aquel día. El silencio de aquellas caricias eran palabras atronadoras de amor y de deseo. Lo fueron entonces... y lo eran ahora.
Sanem cerró las manos y comenzó a cariciarle con los nudillos las mejillas, notaba en ellos el crespo vello de la barba de Can. Quería llorar. Como quiso hacerlo aquel día. No podía hablar. En aquella ocasión solo podía transmitirle con esas caricias todo el amor que sentía y que callaba. Ahora no podía hablar porque, si hablaba, rompería la magia y el hechizo del momento. Él entendería, como había entendido entonces. Lo sabía porque lo había sentido allí, en aquel claro del bosque con muchas personas pendientes de cada uno de sus gestos, porque en una de las páginas del Cuaderno de Bitácora de Can, estaba reflejado ese momento, lo había descrito de una manera tan hermosa...
Sanem volvió a extender los dedos de sus manos y acarició con ellas la nariz, bajó por lo que llamaban la caricia del angel y sus pulgares rozaron los labios llenos de Can. En aquella ocasión él se había mantenido quieto como una estatua pero el calor que transmitía su cuerpo era el mejor de los indicios para saber que era real, que era de carne y hueso, que estaba lleno de amor y de deseo.
Ella había vuelto a cerrar los dedos, sus nudillos acariciaban ahora el mentón masculino cubierto por esa barba recién recortada de nuevo y bajaron por el cuello hasta la garganta. Sanem volvió a extender los dedos y sus manos se posaron abiertas sobre los hombros de él antes de abrir lentamente los ojos.
Can seguía lejos, en aquel claro del bosque, esperando que ella hablara, que dijera su nombre. Pero no ella no lo pronunció. No pudo hacerlo. Sintió decepción cuando oyó aquellas palabras de «No lo conozco» antes de retirarse aquel pañuelo amarillo de los ojos.
Can abrió los ojos en ese momento y miró a su mujer. La mirada era la misma que entonces.
(Como aquel día, Sanem. Me has hecho el amor con tus caricias como aquel día.)
Ella entendió. Ellos se hablaban sin palabras. Una sonrisa, un gesto, un guiño... eran más que suficientes para que se entendieran.
(No puedo hablar, Can. Como aquel día, no puedo. Si hablo, me rompo.)
El amor con el que se miraron en aquella ocasión era el mismo con el que se miraban ahora pero la sonrisa que ella lucía en estos momentos en sus labios plenos era mucho mejor que el rictus serio de aquel día. Can también le sonrió, lo hizo con esa sonrisa torcida suya tan característica, agachó la cabeza y la besó con las ansias que se quedaron contenidas en aquella ocasión pero a las que ahora podía dar rienda suelta, volcando en aquel beso el mismo amor que siempre había sentido por ella, sólo ella.

RECUERDOS (¿Spin-off? de Erkenci Kus)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora