Solía pensar que el mundo se regía por formas cerradas, pero vi que la abstracción cobraba sentido.
En el colegio me enseñaron que un círculo era redondo, y que un cuadrado era otra figura geométrica compuesta por cuatro ángulos iguales de noventa grados. Que noventa-sesenta-noventa era el cuerpo perfecto. Que 969 será las veces que te tropieces, y no todas aprenderás.
Me enseñaron que las cosas se medían con una regla y un cartabón,
y que para encontrar la respuesta incógnita a la pregunta bastaba con realizar una regla de tres. Pero que a veces, tres son multitud. Pero que la multitud, en ocasiones, es buena. Y que lo bueno también se puede medir con un tres, en vez de con un diez. Que diez dedos son demasiados para contar las amistades verdaderas. Y que lo de verdad, a veces duele, y no siempre es tan bonito como lo pintan. Que pintar, a veces, sana mentes y que mi mente es prisionera de la puta locura. Que la locura es necesaria para vivir esta vida de locos, que todos necesitamos psicólogos y menos lobos que coman ovejas o caperucitas rojas. Que el rojo es el color del amor y cómo le explicas a un ciego cómo es ese color del corazón. Corazón, a veces, nada tiene sentido, porque nos colorean la película de manera perfecta, sin decir que la perfección no existe. Y que siempre deberíamos vivir la vida como una toma falsa.