Doce años después
—Thomas Wall —afirmó Aramintha Talbot, y su hermana Sophie, su prima Helen y la prima de esta última, Amelie, asintieron enérgicamente con la cabeza. Sophie incluso emitió un exagerado suspiro de emoción.
Las cuatro jóvenes eran las primeras amigas que Brenda Demarest había hecho en su nuevo hogar y, como era costumbre en ella, no había perdido el tiempo y las había puesto al corriente de su intención de conocer a los solteros más interesantes de la comarca.
Hacía apenas unas semanas que había llegado, junto con su hermana y el esposo de ésta, a la isla de Santa Marta, y aún no conocía a los Wall, aunque había oído a su cuñado hablar de ellos.
El sitio en el que vivían, al sur de la pequeña isla, era una zona donde había importantes terratenientes dueños de extensas plantaciones de cacao y tabaco, que residían en sus grandes mansiones, rodeados de las tierras de labor, y cuya única vida social consistía en visitarse mutuamente, lo que, a juzgar por lo que había visto hasta ese momento, hacían muy a menudo y sin aviso previo.
«Thomas Wall», había dicho Aramintha Talbot, y Brenda trató de recordar lo poco que había oído sobre él a lord Ashford. Sí, sin duda se había referido a ese caballero en términos amistosos. Lo consideraba un buen vecino y un amigo de confianza.
—¿Sólo un nombre? —preguntó, desconcertada.
—¡Oh!, podríamos darte infinidad de nombres —aseguró Amelie con una risita nerviosa—, pero nadie, nadie como Thomas Wall.
—Es el mejor partido —insistió Aramintha, acomodando con gesto coqueto sus pelirrojos rizos—, el más codiciado...
—Y el más difícil de conseguir —terminó Sophie.
—¿Y a qué es debido?
Brenda bebió un sorbo de su vaso mientras estiraba las largas piernas bajo el vestido. Cuánto deseaba tener a mano un abanico.
Aunque estaban sentadas a la sombra del porche bebiendo sus refrescos, la jovencita no acababa de acostumbrarse al calor de aquellas tierras, tan distinto a su Inglaterra natal.
—Sigue enamorado de Teresa Stuart, y eso a pesar de que ella lleva cinco años casada —la informó Helen, cuya voz se había convertido en un cuchicheo.
—¿Y por qué Teresa no se casó con él si es un partido tan apetecible? —inquirió Brenda, a quien divertían enormemente todos aquellos cotilleos, y además la ayudaban a conocer mejor a sus nuevos vecinos.
—Su padre no lo permitió. Estaba enemistado con los Wall por causa de unas tierras, y juró que sólo sobre su cadáver entregaría la mano de su hija a Thomas. —Helen parecía saber toda la historia al dedillo, aunque las otras no le iban a la zaga y asentían a todas sus explicaciones—. Cuando el coronel Stuart pidió a Teresa en matrimonio, su padre prácticamente la obligó a casarse con él, a pesar de que el coronel tiene edad más que sobrada para ser el progenitor de su esposa.
—El malvado viejo se murió poco después de la boda de su hija—continuó Aramintha con gesto malicioso—. Supongo que estará en el infierno.
—Bueno, opino que Thomas no debería pasar toda la vida suspirando por su Teresa. Alguien tendrá que hacerle entrar en razón —dijo Brenda, que se recostó sobre el asiento y jugueteó con un largo bucle de su cabello café, sonriendo pensativa.
—Quizá una cara nueva... —propuso Sophie, y todas rieron.
—Contadme cómo es Thomas —les pidió Brenda, cuyos ojos oscuros echaban chispas de excitación—. ¿Es joven y apuesto? ¿De qué color son sus ojos?
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Sólo yo
RomansaBrenda busca esposo y quiere a alguien que sea todo lo que ella no es: formal, correcto, incluso tirando a aburrido. Eso sí, debe ser moderadamente atractivo y, puestos a pedir, también moderadamente rico. Pero todos sus planes se irán al traste cua...