La comida se sirvió en largas mesas cubiertas con impecables manteles blancos y montadas en el jardín trasero. Brenda tuvo la suerte de sentarse al lado de Aramintha, cerca de la cabecera de la mesa principal, presidida por el patriarca de los Wallace.
Henry Wallace celebraba su sesenta y cinco cumpleaños, aunque aparentaba veinte años más. Aramintha le explicó a Brenda que el hombre llevaba años enfermo, tanto que ya apenas podía mantenerse en pie, por lo que un criado le ayudaba en sus desplazamientos en una silla especial con ruedas. Aun así, el hombre demostraba buen apetito, y de hecho, toda su atención se centraba en la abundante y sabrosa comida, e ignoraba por completo a sus invitados. A su lado estaba su esposa, una mujer mucho mejor conservada que su marido, de rasgos severos y nariz arrugada con el gesto perpetuo de quien está oliendo algo desagradable.
—Thomas se empeñó en que Minho debía vivir con ellos tras la muerte de su madre; de eso hace doce años —le explicó Aramintha en un cuchicheo, mientras esperaban a que les retiraran los platos usados—. La señora Wallace se opuso violentamente, pero el viejo la hizo callar y decidió que quería tener a sus dos hijos bajo el mismo techo. Desde entonces, Silvia Wallace no les ha vuelto a dirigir la palabra a ninguno de los dos.
—¿No habla con su esposo ni con su hijo? —preguntó Brenda, asombrada. Aramintha asintió—. ¿Y con Minho?
—Finge que no existe.
—Pero eso es imposible. — Brenda esperó en silencio a que la doncella le sirviera un nuevo plato antes de volverse hacia Aramintha con nuevas preguntas—. Y la madre de Minho ¿quién era?
—Una joven coreana que llegó a Santa Marta recién casada. Su esposo pretendía buscar fortuna en la isla, pero el pobre murió en un accidente al poco de llegar y ella se quedó prácticamente en la indigencia. Trató de ganarse la vida como costurera, pero entonces conoció al señor Wallace y... —Aramintha encogió los hombros, dando a entender que el resto ya era de imaginar.
—Quizá se enamoraron —aventuró Brenda, mirando de reojo a la antipática señora Wallace.
—Quizá.
Entonces Brenda dirigió una mirada pesarosa hacia el fondo de la mesa, donde sus ojos se cruzaron con aquellos otros rasgados que parecían perseguirla en todo momento. Minho estaba sentado en medio de un ruidoso grupo de jóvenes que bromeaban y bebían más de lo que comían.
—No ha dejado de mirarte ni un solo instante —dijo Aramintha, y Brenda tosió al atragantarse con la copa que había empezado a beber.
—¿Es que no se te escapa nada? —preguntó, rabiosa.
—Tenlo por seguro.
Las dos amigas se levantaron de la mesa junto con la mayor parte de los comensales, que se disponían a pasear por los jardines tras la copiosa comida. Apenas habían dado dos pasos cuando el animado grupo de amigos de Minho se les acercó.
—Aramintha, ¿no vas a presentarnos a tu nueva amiga?
El que había hablado era un joven alto y delgado, cuyo erizado cabello tenía el color de las zanahorias. El parecido con la interpelada era bien notorio. Por su parte, a ésta no le quedó más remedio que asentir con fastidio hacia Brenda.
— Brenda, perdona que te presente a sus excelencias las reales ovejas negras de la comarca. Empezando por mi hermano Steve — dijo Aramintha sin hacer caso de las protestas del joven—. El que está a su lado es Benjamin Tyler —continuó, indicando a un joven moreno de agradable sonrisa—. Los gemelos Bob y Tom Ford...
—Yo soy Tom —protestó el primero que había señalado.
—Bob Ford, sé muy bien quién es quién, así que ve e intenta engañar a alguna otra incauta. —Aramintha descartó con un gesto a los dos apuestos rubios de ojos azules y apuntó hacia el fondo del grupo—. A Minho ya le conoces. Caballeros, la señorita Brenda Demarest.
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Sólo yo
RomanceBrenda busca esposo y quiere a alguien que sea todo lo que ella no es: formal, correcto, incluso tirando a aburrido. Eso sí, debe ser moderadamente atractivo y, puestos a pedir, también moderadamente rico. Pero todos sus planes se irán al traste cua...