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—Señorita Demarest.

La voz de Thomas Wallace la sacó de su abstracción, sobresaltándola. Brenda había estado caminando a solas por la parte trasera de la casa, huyendo del bullicio y buscando el fresco de la súltimas horas del día. Cuando Thomas se le acercó, por un momento pensó que era su hermano. Claro estaba que Minho nunca la hubiera llamado así.

— Brenda, por favor —pidió al mayor de los Wallace, que le sonrió afable.

—Entonces, usted debe llamarme Thomas.

—Así lo haré —aceptó Brenda con una sonrisa, tomando el brazo que le ofrecía.

—¿No se divierte? La he visto varias veces sola, pensativa.

—¡Oh!, por supuesto que sí. Lo he pasado muy bien, de verdad.

—Intentó poner verdadero entusiasmo en su voz, pero notó la mirada escéptica de los ojos rasgados de Thomas, tan parecidos a los de Minho—. Es sólo que..., bueno, aún soy una recién llegada. Aquí hay mucha gente que no conozco.

—Se siente extraña, entonces.

—Así es.

No podía explicarle la desazón que la había invadido cuando Aramintha le había anunciado, mientras se arreglaban para la cena, que las reales ovejas negras habían desaparecido, probablemente para continuar con otro tipo de diversiones más escandalosas en Puerto España. La fiesta había perdido todo su interés desde el momento en que Minho y sus amigos se habían marchado. Thomasla condujo hasta un banco rodeado por fragantes rosales y esperó a que ella se sentara. Colocando un pie sobre un grueso tocón que había al lado del banco, se quitó el blanco sombrero que utilizaba y lo sujetó con la mano derecha, que apoyó sobre la rodilla flexionada.

Brenda lo miró con descaro. Era un hombre muy apuesto, que parecía más joven de lo que las muchachas le habían dicho, de buen carácter y con la galantería propia de aquella tierra.

—¿Qué podemos hacer, entonces, para que se sienta más a gusto entre nosotros? —le preguntó con gesto amistoso mientras la mirada de Brenda se perdía en el cielo rosado del atardecer.

—Supongo que sólo es cuestión de tiempo.

Brenda entrecruzó por dos veces las manos sobre el regazo, pensando qué debería decir en aquel momento. Se sentía cómoda en compañía de Thomas Wallace, pero había olvidado por completo sus intenciones de ser coqueta, ingeniosa y sugerente; ya no sabía si deseaba las atenciones de aquel hombre, pese a que se suponía que era el gran partido que ella andaba buscando.

—Me ha dicho su hermana que le gusta leer —dijo Thomas, intentado animar una conversación que decaía por momentos. Brenda asintió—. Presumo de tener una buena biblioteca, pero si quiere darme su opinión estaría encantado de mostrársela cuando desee.

—¡Oh!, me encantaría.

La joven se puso en pie, dispuesta a ver su colección de libros en aquel mismo momento, pero ahora era Thomas quien de repente había perdido interés en la conversación. Su mirada se dirigía hacia el porche, donde algunos grupos de invitados comenzaban a preparar su partida.

—Pero quizá ahora debería despedir a sus invitados.

—¿Quiere acompañarme?

El hombre le ofreció de nuevo el brazo y caminaron juntos hacia la entrada, donde saludaron a varios matrimonios con hijos pequeños que se excusaban por tener que retirarse temprano.

—Thomas.

La voz rasposa de un anciano que se les acercaba hizo volver el rostro a Brenda, que se quedó observando a la extraña pareja que formaban un hombre con edad suficiente para ser su padre, y que caminaba a duras penas ayudándose de un bastón, y la joven que había visto aquella mañana hablando con las hermanas Talbot.

Sólo yoWhere stories live. Discover now