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Brenda entró en el comedor olisqueando con apetito los sabrosos aromas que se desprendían de las fuentes servidas para el desayuno.

Dio los buenos días a su hermana, que para su sorpresa no le contestó y siguió dando vueltas con la cucharilla a su taza de té de forma mecánica. La señora Turner, la formidable ama de llaves inglesa que lord Ashford había heredado junto con la propiedad, revoloteaba alrededor de Jordan, instándola a que se bebiese la infusión. Cuando al fin ella aceptó e intentó llevársela a los labios, sólo fue para dejarla caer, llevarse una mano a la boca y levantarse corriendo para salir del comedor ante la mirada estupefacta de su hermana.

—¿Qué le ocurre?

—No se preocupe, señorita Brenda —dijo la señora Turner, que recogió los pedazos de la taza rota y se apresuró a ir tras lady Ashford—. Sólo es una leve indisposición.

—Pero...

El ama de llaves salió del comedor sin darle más explicaciones en el momento en que lord Ashford entraba por la otra puerta de la estancia.

—Buenos días —saludó a Brenda, acercándose para darle un leve beso en la frente.

La joven lo miró extrañada, tanto por su sonrisa demasiado satisfecha como por el gesto cariñoso.

—Jordan está enferma —le anunció.

—La señora Turner la está atendiendo. No te preocupes.

—Mi hermana nunca se pone enferma —insistió Brenda, que no podía comprender cómo su cuñado seguía sonriendo sin preocuparse lo más mínimo por la salud de su esposa.

—Siempre hay una primera vez. —Max se sirvió una taza de café negro y se acercó a la ventana, observando el jardín deslumbrante bajo la brillante luz de la mañana—. Ahí llegan los Talbot. ¿Estás lista?

—No creo que pueda irme con Aramintha a Puerto España y dejar sola a Jordan en estas circunstancias.

—Ella no querría que te privaras de divertirte con tu amiga por una pequeña indisposición.

Las mismas palabras que la señora Turner: «pequeña indisposición». A Brenda casi le chirriaron los dientes a causa de la frustración.

—Bien, me voy —contestó, y con gesto airado, recogió de encima de una silla, donde antes los había dejado, su bolsito y su pamela—. Pero si cuando vuelva por la noche mi hermana ha empeorado...

Levantó un dedo amenazador hacia su cuñado, pero éste le devolvió una sonrisa divertida y un alzamiento de cejas, a la espera dela conclusión de su amenaza, de modo que Brenda no pudo más que emitir un bufido mientras salía con gran revoloteo de sus faldas, de un intenso azul turquesa.

—Buenos días —la saludó Aramintha sin bajarse del carruaje abierto que su hermano Steve conducía—. Hace una mañana preciosa, ¿verdad? Buen día para viajar. Stevie, sé un caballero y ayuda a Brenda.

—Por supuesto, señorita Aramintha —rezongó el joven pelirrojo, mofándose de su mandona hermana.

Bajó del carruaje y ofreció su mano a Brenda, que la aceptó con una sonrisa deslumbrante. La muchacha se subió al vehículo con tal agilidad que a Steve Talbot no le cupo duda sobre lo innecesario de su ayuda.

—¿Será usted nuestro cochero? —le preguntó la morena, coqueta, y Steve, que no encontró nada ingenioso con que contestarle, apretó los labios, irritado ante su incapacidad.

—Mamá ha insistido en que nadie mejor que Stevie para acompañarnos.

Aramintha acomodó las amplias faldas de su vestido rosado para hacer sitio a Brenda a su lado, haciendo muecas hacia la espalda de su hermano, que se había acomodado en el asiento del conductor y azuzaba los caballos para ponerlos en marcha.

Sólo yoWhere stories live. Discover now