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El sábado, a media mañana, Minho Wallace se presentó en la casa de los Ashford con dos hermosos ramos de flores, uno para cada una de las hermanas, que lo recibieron con sus mejores sonrisas.

—No sabía cuáles serían sus favoritas —dijo mientras Jordan colocaba las flores en un alto jarrón de porcelana—, así que escogí las más exóticas del invernadero.

—Son muy hermosas, y tienen un delicioso aroma —respondió lady Ashford con una sonrisa agradecida, e inspiró hondamente el perfume de una gran orquídea.

De pronto, el rostro de Jordan cambió. Brenda la vio palidecer y llevarse una mano a la boca con gesto descompuesto. Apenas pudo murmurar una disculpa antes de salir corriendo de la sala.

Minho miró la puerta que se cerraba tras Jordan y luego a Brenda con una pregunta en sus ojos. La muchacha enrojeció y escondió el rostro tras su ramo para terminar la tarea de su hermana.

—Parece que me convertiré en tía este invierno —murmuró, cohibida.

—Mi enhorabuena. Max se debe sentir el hombre más afortunado del mundo últimamente. Tu hermana es una belleza... Supongo que porque se parece bastante a ti.

—No nos parecemos tanto —protestó Brenda.

—Y ahora, su primer hijo. Sí, seguro que está más que satisfecho con el cambio que ha sufrido su vida.

—Imagino que llega una edad en que todo hombre desea establecerse y formar una familia.

Brenda trataba de introducir las últimas flores, pero al parecer eran demasiadas para el estrecho cuello del jarrón. Nunca se le habían dado bien los arreglos florales; en realidad, ella prefería cuidar las plantas vivas. Le daba pena cortar flores, pues sabía que con ello, inevitablemente, estaba acortando su vida.

—No creo que tenga que ver con la edad —dijo Minho, que de repente estaba a su lado; Brenda ni siquiera se había dado cuenta de que se le había acercado tanto—. Me parece que se trata más bien de encontrar a la persona adecuada.

—Demasiadas flores... —dijo Brenda, notando que las rodillas comenzaban a temblarle cuando Minho tomó un mechón de su cabello y lo acarició entre las yemas de los dedos—. Necesitaré otro jarrón.

—Ashford es muy afortunado; no cabe duda.

—¿No pretenderás ahora hacerme creer que lo envidias?

Brenda respiró profundamente, tratando de alejar aquella lasitud que la invadía ante la cercanía de Minho; pero sólo consiguió que el aroma de éste invadiese todos sus sentidos.

—Hace poco aseguraste que un anillo no entraba en tu futuro inmediato.

—Dicen que rectificar es de sabios.

Se acercó un poco más, apoyando las caderas contra la mesa en la que estaba el jarrón que Brenda trataba en vano de arreglar.

Cuando ella se movió para coger el resto de las flores, la atrapó entre sus piernas, rodeándole la cintura con sus grandes manos.

—¿Te he dicho hoy lo preciosa que eres?

—Te aprovechas de mi debilidad —susurró ella, estirando el cuello para mirarle a los ojos, pero detuvo la mirada en su hermosa boca y, sólo con recordar su sabor, no pudo evitar un suspiro.

—¿Soy tu debilidad?

—Lo eres.

—¿Habías besado antes a algún otro?

Brenda negó con la cabeza. La habían besado, sí, pero nunca había devuelto el beso. Y los pocos que había recibido habían sido tibios, insulsos y rápidamente olvidados. Nada que ver con las sensaciones que le provocaba Minho cuando se unían sus labios.

—Preciosa...

—Minho, no deberíamos...

Pero él ya se había inclinado y acallaba sus protestas cubriéndole la boca con sus sensuales labios, que al acariciarla le despertaban un millar de sensaciones desconocidas, completamente inesperadas y maravillosas.

—No, no deberíamos —murmuró él contra su piel, besándole el cuello y el hueco suave de detrás de la oreja—. Tu cuñado me matará si nos descubre.

Con un último beso en la comisura de la boca, se separó de ella, respirando con profundidad.

—¿Qué vamos a hacer?

Sin darse cuenta, Brenda había dicho en voz alta lo que estaba pensando, pero ésa era una pregunta que difícilmente tendría respuesta. Minho, exasperado, tuvo que morderse la lengua para no soltar un exabrupto.

—Tú te sentarás a un lado de la mesa, yo al otro, y tomaremos ese maldito té inglés que lleva media hora enfriándose en la tetera.

Brenda miró el servicio de té como si fuera un jeroglífico egipcio que debiera descifrar. Luego volvió a mirar a Minho, desconcertada.

—No hay nada más que podamos, que debamos, hacer, Brenda.

—Tomar té...

Como una autómata, Brenda se obligó a sí misma a caminar hasta la mesa, servir el té en dos delicadas tazas de porcelana y ofrecerle a Minho leche y azúcar. Pero su mente estaba atrapada aún en la misma pregunta. ¿Qué iban a hacer? ¿Qué iba a hacer ella con aquella ansia, aquella necesidad que sentía de los besos de Minho, del contacto de su cuerpo, de llegar más allá y dejar que él le descubriera todo el alcance de la pasión física?

Minho tomó la taza que le ofrecía y revolvió con desgana el contenido. No le gustaba el té, pero menos le gustaba estar allí sentado, portándose como un caballero, mordiéndose las ganas de estrechar a Brenda entre sus brazos, sentarla en su regazo y devorarla sin piedad. «¿Qué vamos a hacer?», le había preguntado. Y él, atónito, había comprendido por completo el alcance de aquella pregunta, pero no tenía ninguna respuesta que darle.

Al fin, el destino decidió por ellos. Lord Ashford se les unió y compartió su refrigerio, aceptando con una sonrisa satisfecha las felicitaciones de Minho por su futura paternidad. Habló con el joven de su plantación de tabaco, al mismo tiempo que lo interrogaba sobre la futura casa de Tom Ford. Y así transcurrió la mañana, hasta que se fue acercando la hora de la comida. Aunque Max insistió en que se quedase a comer con ellos, Minho no tuvo más remedio que negarse, alegando que su padre y su hermano le estaban esperando.

—Volveré el próximo sábado —le dijo a Brenda en la puerta, cuando ella salió a despedirlo—. El resto de la semana estaré en el pueblo, trabajando.

—Entonces será una semana muy aburrida y muy larga —dijo Brenda con un mohín compungido.

—Te traeré flores.

—Pero vivas; quiero flores vivas. —Los ojos de Brenda se iluminaron ante la mención de las flores, que ya casi había olvidado—. He pedido permiso a lord Ashford para crear un pequeño jardín en la parte trasera, y me encantaría cultivar algunas de las hermosas plantas de tu invernadero; así tendría algo con que entretenerme cuando tú... —Se calló al darse cuenta de que sonaba muy presuntuoso el suponer que él iría a visitarla a partir de entonces todos los sábados.

—Te traeré las más bellas plantas de la isla para tu jardín. — Minho le tomó la mano y besó sus dedos con devoción—. Creo que ésta va a ser la semana más larga de mi vida.

Sus ojos oscuros brillaron con picardía y se alejó caminando con largos pasos, volviéndose cada poco a mirarla por encima del hombro, hasta que los árboles ocultaron la casa y a su hermosa moradora.


Sólo yoWhere stories live. Discover now