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Jazmines, orquídeas, lirios y hasta un formidable araguaney de más de tres metros de altura, plagado de increíbles flores de un delicioso amarillo limón, que dejó a Brenda boquiabierta. Con ese hermoso y fragante tesoro se presentó Minho, acompañado de dos jardineros de la casa Wallace, el siguiente sábado.

Mientras tomaban el té, Brenda le enseñó el boceto que había realizado como diseño para su pequeño jardín. Minho le dio su opinión sobre el lugar más idóneo para las flores que le había traído, y al final decidieron salir y comenzar la tarea con sus propias manos. Los jardineros cavaron el hoyo para el árbol y removieron la tierra, donde los dos jóvenes fueron plantando poco a poco las flores.

Minho le habló de su trabajo en el estudio del señor Elliot, de cómo su afición a dibujar le había llevado a la arquitectura y de la hermosa casa que había diseñado para Tom Ford. Con ayuda de una ramita, le dibujó en la tierra del jardín la fachada principal del edificio, que Brenda elogió sinceramente. Por un instante, estuvieron tan juntos, en tan perfecta armonía, que sólo la presencia silenciosa de Jordan Ashford, que supuestamente leía un libro a la sombra del porche trasero, logró contener sus sensuales impulsos.

A la siguiente semana fue un árbol de Júpiter, cargado de pequeñas flores parecidas a rosas. A la siguiente, un jacarandá con apretados capullos azul lavanda. Al finalizar el mes, Brenda contaba en su pequeño jardín con todas las más hermosas y exóticas plantas de la isla de Santa Marta, y mientras paseaba entre ellas, tocando sus pétalos y aspirando sus deliciosos aromas, sonreía con satisfacción imaginando qué nueva sorpresa le traería el siguiente sábado.

Recordó la conversación que habían tenido aquella tarde. Minho le había hablado por primera vez de sus orígenes, consciente de que ella era conocedora de parte de su historia. Le contó las humillaciones recibidas en el pequeño colegio de Puerto España al que su madre insistía en enviarle, a pesar de su frontal rechazo. Él siempre había sido un niño más alto que la media, pero también delgado y desgarbado. Los chicos mayores se cebaban con él y, más de una vez, había vuelto a casa con un ojo morado y magulladuras por todo el cuerpo. Los hijos de los estibadores del puerto, de los taberneros, incluso de los barrenderos de la ciudad, se creían mejores que él, pues el estigma de su bastardía era más importante que cuantos méritos pudiera llegar a alcanzar en el colegio. Al final, simplemente dejó de ir. Se pasaba las horas muertas haraganeando por los muelles, y a veces ayudaba en la carga y descarga de mercancías de los barcos, ganándose así algunas monedas que luego malgastaba.

No tenía amigos ni más familia que su madre y la doncella que se ocupaba de la casa, y cuando su madre murió, se encontró absolutamente solo en el mundo.

—Entonces llegó Thomas para rescatarme —dijo en un susurro, con la mirada perdida en la puesta de sol, a lo lejos, sobre el cauce del río.

—Le quieres mucho, ¿verdad? —preguntó Brenda, estremecida aún por su relato.

—No entendí el significado de las palabras «amigo», «hermano» y «familia» hasta que le conocí. Se lo debo todo —afirmó Minho, que carraspeó, tratando de liberarse de la emoción que le embargaba.

Brenda apoyó una mano en su hombro y lo apretó con afecto. Fue todo lo que se atrevió a hacer bajo la mirada atenta de lord Ashford, que, supuestamente, aprovechaba el fresco del porche para fumar un cigarro a escasos metros de la pareja.

El sábado siguiente, fue Brenda la que le contó su infancia. Le habló de la triste muerte de sus padres al despeñarse el carruaje en el que viajaban por un acantilado; de la inexistencia de herencia y su necesidad de vivir de caridad en casa de sus parientes; de su querida prima Elizabeth, que había sido otra hermana para ella y Jordan, y brevemente, pues ésa no era su historia, de cómo lord Ashford había llegado a Inglaterra comprometido con su prima y había acabado casándose con su hermana.

—Entonces, si Max se hubiera casado con Elizabeth, sería ella y no vosotras quien estaría ahora en esta casa —razonó Minho, y por unos instantes, los dos se quedaron meditando sobre las paradojas dela vida y sobre lo cerca que habían estado de no llegar a conocerse jamás.

—¡Gracias a Dios no fue así! —dijo Brenda, apretando las manos que Minho le había tomado e inclinándose hacia él.

Sus rostros casi se tocaban cuando la puerta se abrió a sus espaldas. Lord Ashford y su esposa habían decidido, supuestamente, que era un buen momento para salir al porche a tomar un refresco.


Sólo yoWhere stories live. Discover now