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—Hoy estás muy callado —dijo Brenda mientras vaciaba las últimas gotas de su regadera sobre las bellísimas chaconias que Minho le había traído aquella mañana—. ¿No te gusta cómo está quedando el jardín?

—Sí, está precioso —dijo Minho, acercándose para envolverla con un brazo y hablarle al oído—. Casi tanto como tú. Brenda se permitió disfrutar unos momentos del inmenso placer de estar pegada a Minho, de aspirar su aroma a jabón y cuero, y de apoyar por un segundo la frente en el hueco de su cuello. Luego, con un suspiro, se separó antes de que alguien pudiese verlos desde la casa.

—Gracias por las flores, pero deberías dejar de traerme más todas las semanas. Me mimas demasiado.

—Te traería la luna y las estrellas si me las pidieras. —Minho le cogió la regadera vacía de la mano y la dejó a un lado—. ¿Paseamos hasta el río?

Brenda asintió, pensativa. Sabía que él quería decirle algo, pero no tenía ni idea de qué podía tratarse.

—¿Has tenido mucho trabajo esta semana? ¿Qué tal se encuentra tu maestro? —le preguntó, pensando que tal vez lo que le tenía preocupado era el estado de salud del señor Elliot, que quince días atrás había tenido que guardar cama debido a un enfriamiento.

—Está completamente repuesto de las fiebres. Ha vuelto al trabajo con renovadas energías, y también... —Como si reflexionara, Minho se calló por un momento, y una arruga de preocupación le cruzó la frente—. Ha puesto fecha para el viaje a Inglaterra.

—¿Piensa viajar a Inglaterra?

Habían llegado a su sitio favorito a la orilla del río. Brenda extendió sus largas faldas y se sentó a la sombra de los árboles. Minho continuó de pie un rato, observando la corriente que salpicaba contra unas rocas y luego caía en una pequeña cascada de menos de un metro de altura.

—Hace muchos años que no pisa su tierra natal. Dice que es imprescindible para cualquier arquitecto, o aspirante a arquitecto, visitar Inglaterra, conocer sus edificios, sus iglesias, sus castillos, sus mansiones campestres... Según el señor Elliot, en Inglaterra están todos los estilos y todas las épocas de la construcción humana. En su opinión, simplemente pasear por las calles de Londres es una lección magistral para cualquier persona observadora y con interés en la construcción.

Silencio. Minho dio una patada a una piedrecilla que desapareció en la rápida corriente del río, introdujo las manos en los bolsillos de sus pantalones, las volvió a sacar, dio dos pasos adelante, uno atrás, y por fin se sentó al lado de Brenda, sin mirarla a los ojos.

—Entonces, tienes que acompañarle —dijo la joven, comprendiendo al fin su dilema—. Si vas a ser el mejor arquitecto de la isla, no puedes perderte esa lección magistral.

Minho se sacó la chaqueta y la dejó a su lado, sobre la hierba, alisándola con excesivo cuidado. Respiró hondamente y, por fin, se atrevió a mirarla. Ella sonreía con la boca, pero no podía ocultar el dolor en sus expresivos ojos pardos.

—Será todo un año.

—¡Oh!

—No iré si tú no quieres.

—No soy yo la que tengo que decidir. No me cargues con esa responsabilidad.

—Pues no iré.

—Te arrepentirás.

—No quiero dejarte.

Brenda se mordió los labios para no pedirle que la llevara con él.

Sabía que era imposible. No podría acompañarle a menos que fuera como su esposa, pero eran demasiado jóvenes y sus familias se opondrían. Además, ahora ella conocía las ambiciones de Minho.

Amaba su trabajo, quería forjarse un nombre como arquitecto y poder vivir de sus propios ingresos, sin depender de su familia. Nunca le pediría matrimonio hasta poder ofrecerle un hogar propio y una vida al menos similar a la que estaba viviendo.

—Te esperaré —susurró Brenda con la voz estrangulada por el llanto.

—No... —Minho se volvió y se puso en pie. Se sentía demasiado alterado para estar quieto—. ¡Maldición!

Y se alejó por el sendero. Sin despedirse. Sin mirar atrás. Como si lo persiguiera una jauría de demonios.

Brenda se recostó contra el tronco del árbol. Tomó la chaqueta abandonada sobre la hierba y se la llevó a la cara para aspirar el aroma de Minho. No iba a llorar; ella no era una sentimental. Un año pasaba pronto. Un año. Una eternidad.


Sólo yoWhere stories live. Discover now