Meses después
Brenda sujetó el piececito del bebé con una mano suave pero firme, y con la otra le puso el diminuto patuco azul que se le había soltado con tanto pataleo.
—No sé de dónde saca tanta energía. Esta noche apenas ha dormido y ahora está tan fresco. Sin embargo, mi hermana ha tenido que subir a descansar un poco después de la comida, porque temía quedarse dormida en la fiesta de los Wallace.
Aramintha Talbot, experta tía de tres pequeños sobrinitos, tomó al bebé de brazos de Brenda y le hizo guiños y carantoñas hasta arrancarle algo parecido a una sonrisa.
—Eres muy pequeñito aún, Edward Maximilian Ashford; muy pequeñito para un nombre tan largo.
Con una sonrisa, Brenda aprovechó la ayuda de su amiga para terminar de arreglar su peinado y ponerse una gran pamela que la protegiese del sol inclemente de la isla.
—¿Has recibido carta? —preguntó Aramintha, como si estuviera hablando del tiempo.
—No desde la última vez que me lo preguntaste... Ayer, creo.
—Ya sé que soy una curiosa, pero, ¡ay, Brenda!, si alguien me hubiese dicho hace un año que vería a Minho Wallace prácticamente comprometido con una muchacha inglesa de buena familia y escribiéndole dulces cartas de amor...
—No son dulces cartas de amor; no exageres. Sólo me habla de los sitios que visita, de lo mucho que está aprendiendo de arquitectura, de las personas que conoce... De esas cosas.
Y de muchas otras que no pensaba contarle ni siquiera a su mejor amiga; cosas que la habían ayudado a conocerle mejor, a comprenderle y a quererle aún más. Lo que había comenzado como un deslumbramiento juvenil, un capricho, una atracción avasalladora e inesperada, se estaba convirtiendo con el paso de los meses en algomás estable, firme y duradero. Brenda sólo podía desear que para Minho aquel compás de espera significase tanto como para ella.
—Pero ¿acaso no te reitera su amor eterno y jura que cuenta los días hasta que vuelva a verte?
—Déjate de bromas.
Brenda amenazó a su amiga con el abanico y tomó al bebé de sus brazos. Lo acercó tanto a su cara que Edward se puso a chupar su mejilla como si fuera un biberón.
—Creo que el pequeño caballerito tiene hambre.
—Edward siempre tiene hambre —dijo Brenda, poniendo los ojos en blanco, mientras besaba los redondos carrillos de su sobrino—. ¿Verdad que sí, pequeño glotón?
—Entonces... ¿cuándo podremos empezar a hablar de matrimonio?
—¿Matrimonio? Aramintha, no me digas que Tom Ford se ha decidido por fin. Esa casa que Minho diseñó para él es un hermoso lugar para formar una familia.
—¿Quién ha hablado de Tom Ford?
Brenda soltó una carcajada, satisfecha al ver a su amiga sonrojarse. Todos los que los conocían sabían que el rubio gemelo y Aramintha estaban predestinados a unirse, pero los dos interesados parecían resistirse a cumplir los vaticinios.
—¿Qué hay de Amelie y Ben Tyler? —preguntó Brenda, ofreciéndole a su amiga la oportunidad de cambiar de tema y volver a su entretenimiento favorito, el cotilleo.
—Un amor imposible, me temo. La viuda Hamilton se opone totalmente a que su hija pequeña se comprometa tan joven, y además, tampoco tiene gran amistad con la familia Tyler. Parece que su difunto esposo discutió con el padre de Ben por la herencia de su abuelo; ya sabes que eran primos.
—¡Vaya!, no sabía que fuera un tema tan complicado. Sería una pena que Amelie y Ben tuvieran que pagar por antiguas rencillas familiares.
—Es peor de lo que piensas. Creo que no sabes que el hermano mayor de Amelie, Greg Hamilton, que es quien se ocupa de la herencia familiar desde que murió su padre, llegó hace unas semanas a la isla en el barco que capitanea. Por cierto que entre su cargamento traía finísimas telas de la India y sedas de China...
—Aramintha, ¿qué tiene que ver lo que me estás contando con los negocios del hermano de Amelie?
—Pues que el capitán Hamilton vuelve a partir en breve en dirección a Europa, y su madre se ha empeñado en que se lleve a Amelie para que visite a sus tías en España. No sé si te había dicho que la señora Hamilton es de ascendencia española.
—No, no me lo habías dicho.
Brenda, a veces, se perdía con las historias que Aramintha le contaba. En una isla que había sido colonia española, para pasar luego a estar bajo dominio de los ingleses, y en la que la mano de obra estaba formada por africanos, indios y chinos, era muy difícil, por no decir imposible, seguir el árbol genealógico de sus habitantes. Sin embargo, en ocasiones, Aramintha Talbot parecía saberlo todo sobre todos.
—Entonces, Amelie se va a España. ¿Y así termina su historia con Ben Tyler?
—Quizá acuerden esperarse. Como Minho y tú.
—Quizá.
En ese momento, el pequeño Edward decidió que ya estaba tardando demasiado su comida y comenzó a llorar con gritos tan desconsolados que su madre tardó apenas un suspiro en aparecer para rescatarlo.
—Creo que este jovencito no quiere esperar a la merienda que nos van a ofrecer los Wallace. —Jordan tomó en brazos a su hijo, que se calmó por un momento al reconocer su voz—. Abajo está tu hermano, Aramintha. Si queréis, os podéis ir adelantando con él. Lord Ashford y yo os alcanzaremos en cuanto Edward se haya alimentado.
—Nos vemos allí entonces —aceptó Brenda, dando un último beso en la coronilla al bebé, que volvía a comerse los puños con fruición—. No hagas esperar más a mi sobrino.
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Sólo yo
RomanceBrenda busca esposo y quiere a alguien que sea todo lo que ella no es: formal, correcto, incluso tirando a aburrido. Eso sí, debe ser moderadamente atractivo y, puestos a pedir, también moderadamente rico. Pero todos sus planes se irán al traste cua...