12

2 0 0
                                    

Los Wallace ofrecían esa vez una merienda para celebrar el comienzo de las plantaciones. A Brenda se le hacía extraño pisar aquella casa por primera vez desde la partida de Minho. En los últimos meses, con el embarazo y el parto de su hermana, había salido muy poco de la finca Ashford y las únicas personas que había visto habían sido las que se habían acercado a conocer a su sobrino en las últimas semanas.

Descubrió a Amelie Hamilton sentada en un banco del jardín, pensativa. A su lado, Sophie Talbot, la hermana de Aramintha, bromeaba con los jóvenes que se acercaban a saludarlas, haciendo gestos a los gemelos Ford para que se unieran a ellas. Un hombre alto, de cabello claro y porte elegante, se aproximó a las muchachas para ofrecerles unos vasos de limonada. Amelie lo aceptó con un gracias apenas murmurado, mientras que Sophie le dedicó al caballero la mejor de sus sonrisas.

—¿Quién es? —preguntó Brenda a su amiga, haciendo un gesto con la cabeza hacia el hombre que conversaba con su coqueta hermana.

—¿El hombre más atractivo de la fiesta? —Aramintha fingió un exagerado suspiro—. El capitán Hamilton, por supuesto.

—¿El hermano de Amelie?

Aramintha asintió y tiró del brazo de Brenda para conducirla hasta el hombre del que hablaban.

—Amelie, querida, hace semanas que no nos vemos.

La pelirroja acercó el rostro al de su amiga y besó el aire, para luego volverse con su gesto más coqueto hacia el alto caballero que estaba al lado de Sophie, a la que ignoró deliberadamente.

—¿Gregory Hamilton? ¡Vaya!, a usted hace meses, incluso años, que no le veíamos. Y debo decir que es un placer poder hacerlo de nuevo.

—El placer es todo mío, señorita Talbot.

Hamilton se inclinó para besar la mano de Aramintha con una media sonrisa en su atractivo rostro. Luego su mirada se dirigió a Brenda.

—Creo que no nos conocemos.

—La señorita Brenda Demarest —anunció Aramintha— es inglesa.

Apenas hace un año que llegó a Santa Marta. Su hermana es la esposa de lord Ashford.

El capitán besó la mano que Brenda le tendía y se detuvo, quizá unos segundos más de lo correcto, mirándola a los ojos. Brenda se encontró casi sin aliento mientras aquellas pupilas de un profundo color aguamarina la recorrían con cierto descaro.

—Tengo entendido que es usted marino y ha regresado hace poco a la isla —murmuró la joven, cohibida.

—De haber sabido que tenía una nueva y tan bella vecina, habría vuelto mucho antes.

El encanto duró apenas unos segundos más. Thomas Wallace se acercó al grupo y, saludando a las jóvenes, requirió la presencia de

Greg Hamilton, al que se llevó en dirección a la casa. Aun antes de traspasar el umbral, el capitán se volvió y dirigió una mirada apreciativa a Brenda, que sintió las mejillas ardiendo bajo su escrutinio.

—Peligroso, ¿verdad? —preguntó Aramintha en un susurro—. Nunca se queda demasiado tiempo en tierra, y aun así, deja una hilera de corazones destrozados a su paso. Supongo que hará lo mismo en todos los puertos que va tocando en sus viajes.

—No es un buen partido —aceptó Brenda, y de repente soltó una carcajada al recordar la conversación que, meses atrás, había mantenido con sus amigas, cuando ellas le habían insistido en que su mejor opción era Thomas Wallace.

—No, no lo es. —Aramintha se volvió hacia Amelie Hamilton, que bebía su limonada con gesto distraído—. Dime, querida, ¿el viaje a España es inevitable?

Sólo yoWhere stories live. Discover now