Jordan Ashford agitó ante el rostro expectante de su bebé un pequeño muñeco de lana que ella misma le había hecho. Le había atado cascabeles en manos y pies, para regocijo de Edward, que pataleaba y reía cada vez que el juguete se acercaba, y se aquietaba cuando su madre lo alejaba, hasta que volvía a balancearlo a su alcance.
—Es tan fácil hacerlo reír —dijo a su hermana, que sentada a su lado pasaba las páginas de un grueso libro con gesto aburrido.
—Todo en su vida es fácil —murmuró Brenda, pensativa—. Come, duerme y recibe mimos y atenciones constantes de todos los que le rodeamos. Supongo que es la mejor etapa de la vida.
—Veo que tu terrible situación te ha vuelto muy reflexiva — exageró Jordan, tratando de picar a la más joven.
—Es lo que tiene ser la heroína de un dramático romance gótico.
Brenda cerró el libro y lo abandonó sobre una mesa cercana.
—Entonces... ¿cuáles son tus opciones? ¿Hacerte monja? ¿Dedicar tu vida a los pobres y menesterosos?
—Podría hacerme institutriz y ocuparme de cuidar a los hijos de otros —replicó mordaz Brenda, haciéndole recordar a su hermana la opción por la que ella misma se había decidido cuando había creído que su historia con Max Ashford no tenía ningún futuro.
—¿Institutriz? Sí, una buena elección.
Jordan sonrió agitando una vez más el muñeco ante los ojos del bebé, que extendió una mano y logró agarrarlo, para sorpresa de ambos.
—Eres un chico muy listo, Edward Ashford, y muy rápido.
—Ha llegado Aramintha —anunció Brenda, que había visto a su amiga acercarse desde la ventana—. Pediré que nos sirvan el té.
—¿Sabes, Brenda? —dijo Jordan, que miró a su hermana inclinando el rostro con gesto reflexivo—, todo tiene solución y las cosas nunca son tan malas como parecen. Debes tener confianza.
«Confío en él», pensó Brenda mientras caminaba hacia el vestíbulo para recibir a Aramintha. Le había costado semanas llegar a tal conclusión, pero al fin lo había hecho. Confiaba en Minho, en su amor y en sus promesas. Y nadie podría separarla de él a base de mentiras.
—Aramintha, querida, no te esperaba hoy. —Besó a su amiga en el rostro, y ésta le devolvió el gesto con aire circunspecto—. ¿Ha ocurrido algo?
—No, nada, nada. Sólo que estaba aburrida en casa.
—¿Aburrida?
Brenda alzó una ceja interrogativa. Con una familia tan numerosa como la de los Talbot, que poco a poco iba aún aumentando con cuñados y sobrinos, era difícil aburrirse ni una sola hora del día.
—Sí, bueno... ¡Oh, Brenda!
Aramintha la agarró por un brazo y respiró hondamente.
—Dímelo ya.
—Ya... ha nacido. La criatura de Rose. Es... es un niño.
Brenda asintió. Hacía nueve meses que Minho se había ido. Y ella ni siquiera sabía si su hermano Thomas le había escrito para contarle lo ocurrido.
—Pasa. Tomaremos el té —dijo con voz estrangulada.
—Stevie se la encontró en Puerto España, paseando tan fresca con el recién nacido —dijo aún Aramintha sin dejar de sujetarla del brazo.
—¿Y...?
—Dice que tiene el pelo negro y los ojitos como un chino.
Brenda cerró los ojos y apretó los puños, mientras el rostro de Minho flotaba ante ella como en un sueño. Pelo de un intenso negro brillante, ojos rasgados, afilados en la punta, felinos. ¿Por qué? ¡Por el amor de Dios!, ¿por qué?
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Sólo yo
RomanceBrenda busca esposo y quiere a alguien que sea todo lo que ella no es: formal, correcto, incluso tirando a aburrido. Eso sí, debe ser moderadamente atractivo y, puestos a pedir, también moderadamente rico. Pero todos sus planes se irán al traste cua...