—¡La has matado!
—Calla, estúpida. No chilles de esa manera.
Rose Smythe se tapó la boca con una mano, contemplando horrorizada el cuerpo desmayado a los pies de su padre. Bajo la escasa luz de la cabaña, la joven parecía demasiado quieta y demasiado pálida.
—¿Qué vamos a hacer?
—La arrojaré por el acantilado. Con suerte, el mar se la llevará y tardará meses en devolver el cadáver, y para entonces ya nadie podrá reconocerlo.
Rose dio la espalda a su padre, cubriendo con su cuerpo la cuna de su hijo, como si quisiera evitar que el bebé contemplase aquella terrible escena.
—¿Y si alguien más sabía que venía a hablar conmigo? Su familia, amigos...
—Tendremos que arriesgarnos. ¡Maldición!, cómo pesa. Traeré la mula y me ayudarás a subirla.
—No puedo.
—Pues claro que puedes. No me vengas con remilgos ahora. — Smythe escupió en el suelo y se acercó para zarandear a su hija sin miramientos—. Escúchame bien: tu señor Wallace ha vuelto a casa, y ha llegado la hora de darle un apellido a tu bastardo.
—¿Minho ha vuelto?
—Yo mismo lo he visto en los muelles. Ahora ayúdame a deshacerme de este estorbo y después podrás emperifollarte a tu gusto para ir a buscar a tu futuro esposo.
Smythe salió y al poco Rose oyó el sonido de los cascos de la mula ante la puerta.
—Venga —dijo el viejo, entrando en la cabaña y agarrando a Brenda por debajo de los brazos—, cógela por los pies.
Rose tragó saliva. A lo largo de su vida había hecho cosas malas, pero nada tan grave como colaborar en un asesinato. Rezó una breve oración pidiendo perdón y se agachó para sujetar a la joven por los tobillos. No pudo evitar apreciar sus finas medias y sus delicados zapatos. La recordó con la barbilla alzada y los ojos oscuros, lanzándole llamas mientras la acusaba de mentir. Aquella señoritinga era todo lo que ella no sería nunca en la vida. Educada, bonita, bien vestida. Seguramente sabía leer y escribir, y en sus ratos libres bordaba en un telar o quizá pintaba paisajes. Rose quería odiarla, pero en el fondo sólo podía sentir una rabiosa envidia.
—Ahora, empuja, así... Arriba.
El cuerpo desmadejado de Brenda quedó colgando sobre el lomo de la mula. Smythe chascó la lengua para hacer andar al animal y se alejó campo a través hacia el acantilado.
***
Los Talbot y su numerosa familia estaban aprovechando el fresco del anochecer sentados en el porche, entretenidos en conversaciones y diversos juegos, cuando llegó un visitante inesperado.
Minho soportó con cierta impaciencia las bienvenidas y los saludos de todos y cada uno de los Talbot, hasta lograr un aparte con los mayores para informarles de lo ocurrido en la plantación del coronel Stuart. El padre de Aramintha decidió partir de inmediato para ofrecer su ayuda, mientras Minho hacía gestos a la joven para poder hablarle en privado.
—¿No está Brenda contigo?
—Estuvo esta tarde, pero volvió a su casa hace al menos tres horas.
—Allí tampoco está.
Aramintha frunció el ceño, pensativa. No se le ocurría a qué otro lugar podría haber ido su amiga a aquellas horas. Entonces observó el gesto consternado de Minho y comprendió lo que él estaba pensando.
—¿Crees que puede tener algo que ver con lo ocurrido al coronel?
—¿Y si se ha cruzado en el camino de Smythe cuando huía de la plantación?
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Sólo yo
RomanceBrenda busca esposo y quiere a alguien que sea todo lo que ella no es: formal, correcto, incluso tirando a aburrido. Eso sí, debe ser moderadamente atractivo y, puestos a pedir, también moderadamente rico. Pero todos sus planes se irán al traste cua...