Epílogo

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En cubierta, el capitán Greg Hamilton observaba el mar inmenso que los rodeaba. El viento hinchaba las velas blancas y un par de delfines saltaban ante el casco de su barco, saludándole con sus chillidos. Sonrió. Siempre le hacía feliz surcar el océano, esas jornadas alejado de toda tierra y todo contacto humano más allá de su tripulación y, en ese caso, un par de pasajeros inesperados. Conocía a Minho Wallace desde aquel lejano día en que su medio hermano había ido a buscarlo a la casa en la que había vivido con su madre antes de que ésta falleciera. Lo había visto crecer con todas sus contradicciones; tratando, por un lado, de convertirse en un caballero como Thomas y su padre, y por otro, desahogando su juventud y rebeldía junto a aquella cuadrilla de amigos, las reales ovejas negras, como les gustaba que los llamaran.

Nunca habría imaginado que lo vería contraer matrimonio tan joven. Parecía dispuesto a sentar cabeza, y además había iniciado con buen pie su carrera como arquitecto. Greg podía dar fe de ello, pues había visto los planos de la casa de Tom Ford.

Claro estaba que no se había casado con una joven cualquiera.

Hamilton no había tenido tiempo de tratar mucho a Brenda, pero le parecía que a su belleza se sumaba una especial inteligencia, además de un carácter alegre, que no dejaba a nadie indiferente.

En ocasiones así, cuando veía a una pareja tan bien complementada haciendo planes para su vida en común, tan felices por el mero hecho de estar juntos, no podía evitar sentir cierta envidia.

Había viajado mucho en los últimos años. Supuso que simplemente estaba cansado de aquella vida itinerante, de ver poco a su familia y sus amigos, y de que no hubiera nadie especial esperándole cuando llegaba a puerto. Tal vez iba siendo hora de plantearse otro estilo de vida. Quizá podría encargarle a Minho Wallace que le diseñara su propia casa en Santa Marta, establecerse, a lo mejor casarse...

Sus ojos, de un azul que rivalizaba con el mar y el cielo, se perdieron en la lejanía, pensativos.

Recuerdos sepultados de meses atrás, cuando había viajado a España para dejar a su hermana Amelie al cuidado de sus tías, volvieron en tropel para acosarlo, para martirizarlo.

Se dio cuenta de que estaba reteniendo el aire y lo dejó escapar entre sus labios como un suspiro. El aire le devolvió un eco que decía

«Coral».

Sólo yoWhere stories live. Discover now