Dos semanas pasaron desde el suceso. Jazmín había tocado el cielo con los dedos y caído tan repentinamente que le resultaba difícil, siquiera, contar cuántos minutos habían transcurrido entre cada momento. Seguramente nada de eso le hubiese afectado tanto si no hubiese llegado tan ilusionada a esa fiesta.
Eran vacaciones, así que no había problema si decidía quedarse en la cama todo el día, pensando en qué pudo haber hecho mal y recordando tan vívidamente cada minuto de esa noche. Contra todo pronóstico, decidió levantarse e ir por algo para comer aunque no tuviese hambre. En realidad, no le daba hambre desde hacía dos semanas, pero se había obligado a alimentarse para no preocupar a su familia.
Tampoco había estado durmiendo bien. Le estaba costando muchísimo hacerlo aunque se la pasara todo el día con sueño. Cada noche pasaba unas dos o tres horas pensando y armándose escenarios ficticios de lo que podría haber sido y no fue; preguntándose el porqué de las cosas, preguntándose por qué, de todas las personas en el mundo, se tenía que enamorar de la persona equivocada. ¿Por qué simplemente no podía querer así a alguien más?
Salió de su habitación, bajó por las escaleras y se dirigió a la cocina. Ahí se encontró con Peluso, su gato. Le acarició la cabeza y le sonrió débilmente, pero con sinceridad. ¿Hace cuánto no sonreía de verdad? Las últimas sonrisas que mostró habían sido fingidas y tan dolorosas que pensó en no volver a sonreír jamás.
De la alacena tomó un pan y sólo pudo comer la mitad. Regresó a su habitación y, colgada en una de las paredes, vio su pizarra de corcho, repleta de fotos de ella con personas que quería. Y ahí estaba. La foto de la persona cuya imagen no dejaba de aparecérsele en cada pensamiento y en cada sueño; y cuya voz retumbaba en su cabeza cada madrugada, recordándole cómo duele el amor.
Una presión empezó a manifestarse en su pecho al mismo tiempo que el sollozo luchaba por desprenderse de su garganta. Una lágrima rebelde marcó el inicio del llanto, tan nuevo y conocido a la vez, que la mantuvo ocupada por casi una hora. Había perdido la cuenta de las veces que había llorado en estas últimas semanas. Incluso antes de aquella fiesta era común que por las noches llorara en silencio, castigándose ella misma por haberse permitido llegar a ese punto. Odiaba sentirse así, tan decaída y tan vulnerable. Eso era. Estaba vulnerable y la persona que se tenía la culpa no era nadie más, sino ella misma. Se miró al espejo y en el reflejo no se reconoció. Esa no era ella, esa no era la Jazmín que siempre había sido: fuerte y decidida.
El espejo le demostraba con esa imagen todo lo contario a lo que siempre fue.Como si el haberse visto tan desgarrada hubiese hecho clic en su cerebro, decidió que, por su propio bien y a partir de ese momento, ya no podría seguir permitiendo que el dolor de un amor no correspondido le siguiera causando tanto daño a su alma y a su corazón.
Con sus manos limpió el rastro de las lágrimas en sus mejillas, dio un par de respiraciones profundas y cambió el triste semblante de su rostro por uno que denotara que estaba decidida a cambiar el rumbo de las cosas.
Llevaba un año y medio guardándose lo que sentía y, aunque varias veces pensó en hacerlo, nunca tuvo el valor suficiente para confesar sus sentimientos a la persona de la cual estaba enamorada. Porque sí, estaba enamorada y no quería seguir negándoselo ni ignorándolo, pero tampoco podía seguir lamentándose a cada minuto.
Un par de días después recibió un mensaje. Eran sus amigos que querían organizar una nueva fiesta. No contestó. Leyó el mensaje una y otra vez y en su mente sólo podía estar el recuerdo de la fiesta pasada: el alcohol y sus estragos, la música a todo volumen, las lágrimas retenidas, el nudo en la garganta y las palabras que llevaba en el corazón clavadas.
Pensó mucho la propuesta. Pensó en no contestar o en decir que no. Pero al final, unas horas más tardes, aceptó. No iba a seguir permitiendo que el recuerdo de aquella mala noche le prohibiera ser feliz de nuevo.
Se sentía mejor, no podía negarlo. Jazmín estaba aprendiendo a lidiar con sus sentimientos y estaba empezando a entender que lo que se dice ebrio, aunque puede tener algo de verdad, no necesariamente es real. Al menos así quería ella verlo. Le funcionaba, en realidad.
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Autres Fleurs - Flozmín
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