Pov Darien
Cuando entro en sus aposentos, ella ya está allí. Su sombra en el suelo se alarga como una mano que pretendiese cubrir la estancia entera, completamente desproporcionada al tamaño de la menuda mujer que aguarda.
Cierro la puerta tras de mí, pero mi madre no se vuelve con el chasquido de la cerradura, como tampoco lo hace cuando mis pasos se acercan. En cambio, continúa tranquila e inmutable, observando el mundo que vive más allá de los cristales pero sin participar en él. Aquí, resguardada en las alturas, bien podría ser una diosa o un jugador que prepara su estrategia sobre el tablero de ajedrez.
El silencio se alarga. Sus cabellos rojos, rojos como la sangre, destacan contra su piel blanca, casi transparente. El vestido vaporoso flota a su alrededor, rojo y blanco. Sus alas titilan a su espalda. Su mano se aferra a la cortina, quizá en un acto inconsciente, aunque de sobra sé que nunca ha necesitado apoyarse en nada ni nadie para seguir adelante.
—Aún no me has dicho que te parece.
Doy un respingo. Su voz me ha agarrado por sorpresa, igual que su comentario. Me acerco un par de pasos más, sin llegar a situarme a su lado, las manos tras la espalda. Creo que sé de lo que me está hablando, pero me hago de rogar, en un intento de ganar tiempo para componer una respuesta de su agrado.
—¿Que qué me parece? ¿El qué?
Ella sigue sin volverse hacia mí, demasiado ocupada en mantener sus ojos clavados en el horizonte. ¿Es que puede leer mis pensamientos en el cielo?
—Lo sabes perfectamente. Hablo de tu prometida.
Suspiro, preguntándome cuál es la razón de que tengamos que pasar por esta conversación. Ambos sabemos que lo que yo piense está de más. La boda se acerca con pasos agigantados, haciendo temblar la realidad bajo mis pies.
Intento no pensar en que solo quedan dos días.
—¿Realmente importa? —inquiero, a pesar de que no espero respuesta—. Pronto será mi esposa. Para toda la vida. Y no hay vuelta atrás.
Al fin, se gira. En su boca luce una sonrisa dulce que, si bien hace juego con su aspecto, no tiene nada que ver con su actitud. No es un gesto maternal, pero ella tampoco ha sido una madre corriente. No como las madres que veo en la ciudad, al menos, llevando felices a sus hijos en brazos o caminando junto a ellos de la mano. Ella es más sutil, con una caricia olvidada en mis cabellos cuando era niño o una historia en su regazo antes de dormir. Aún ahora, de vez en cuando, me encuentro con una sonrisa de orgullo o un abrazo inesperado. Cuando lo segundo ocurre me siento incómodo, como si la sensación de estar entre sus brazos me resultase demasiado ajena para creer que es real.
Aparto esos pensamientos de mi mente y aguanto su mirada azulada, del mismo color que la mía, y atiendo a cada una de sus palabras:
— Me importa. La he elegido a ella, de entre todas las posibilidades, porque he creído que era lo mejor.
La respuesta me quema en la lengua y no puedo evitar escupirla.
—¿ Para ti o para mí?
Su ceño no se frunce, en contra de lo esperado. Ni sus labios se aprietan. Su rostro se queda tal y como estaba, sonriente y pacífico, pero su tono cuando habla, en cambio, es frío como el hielo. La he visto hablar así con otros, pero nunca conmigo. El resultado siempre es desfavorable para los demás.
— Mi Darien, ten cuidado con esa lengua afilada. Podrías hacerte daño a ti mismo con ella.
Aparto la vista para clavarla en mis propios pies. Respiro hondo y me obligo a mantener la compostura, aunque sé que ya se ha dado cuenta de que he claudicado. Por alguna razón nunca he conseguido enfrentarme a ella. ¿Será porque es mi madre, simplemente? Cuando era pequeño podría haber dicho que era miedo, porque aunque su figura no sea imponente, algo en su presencia definitivamente indica que no es una mujer cualquiera. Pero ahora que entiendo, que he crecido y aprendido a distinguir a la reina de la madre, sigo sufriendo momentos de desasosiego. A veces, en ocasiones como esta, incluso me parece que jamás la he sentido verdaderamente cerca: quizá la he observado desde lejos demasiadas veces como para empezar a considerarla alguien real.
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Secretos de luna llena: Alianzas
FanfictionAclaro que la historia no me pertenece es una adaptación de la Obra Alianzas de Iria G. Parente y de Selene M. Pascual. tampoco los personajes me pertenecen si no a Naoko Takeuchi. Una historia llena de amor, traiciones, alianzas entre enemigos y mu...