Capítulo 25 🏹 Cuatro Derakyos de oro

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—¿Qué arma eliges usar? — Inquirió Lenko señalando la armería con una inclinación de cabeza.

Lenko Dunhsek era uno de los Caballeros Dronos de la fortaleza Akerya y era el que le había ordenado a Jyrok llevarlos a las cuadras para que pasaran la noche.

Los guardias los despertaron arrojándoles agua salada para hacerles saber que debían demostrar en combate su valor como guerreros, si es que pretenden ser admitidos dentro de la Torre Drona, que es como los Akeryos llamaban a su castillo.

—Como no tienen suficientes recursos para pagar por su admisión a la Hermandad — anunciaron Jyrok con suficiencia —, se enfrentarán entre ustedes y cinco entrarán en la Torre Drona al final del combate.

Oryana resopló. Esos nos eran los ideales que Saryo Indarok había perseguido por la Hermandad en sus inicios, y comenzaba a comprender los motivos por los que Gaero Tekkarum no había querido penetrar en la fortaleza. No le había mentido cuando le dije que los preceptos Akeryos habían sido olvidados.

Ningún aldeano, esclavo, escudero o mozo que solicita entrar en el Castillo Drono debe pagar el derecho a ser aceptado. Desde que Quno, el hermano de Saryo, asumió el mando de los guerreros, siempre tuve las puertas del castillo abierto como un refugio que albergaba y protegió a los esclavos y los oprimidos de la crueldad que les sobrevenía por parte de reinos y señoríos. Así había sido durante las posteriores regencias de la Hermandad, pero en algún momento, esos principios se habían tergiversado.

—Yo decidiré quiénes combatirán — controlarán a Jyrok levantando el cuello con altivez como si fuera un gran señor —, y Lenko determinará si las armas que van a elegir son las apropiadas.

Oryana sabía que ella sería la primera, incluso antes de que el hombretón robusto entornara los ojos en su dirección.

—Oryana e Inyi abrirán el combate — dijo.

Inyi Sekarya era una aprendiz de escudero con la espalda y los brazos cubiertos de cicatrices de cortes y golpes que no habían sanado muy bien. Era tosca y solía contestar siempre con gruñidos cuando alguien le preguntaba algo. En el Daskya , solía quedarse contemplando el mar, ensimismada, y si alguien se acercaba se apartaba de inmediato como un animal solitario negándose a formar parte del rebaño.

Como nadie sabía las circunstancias que habían llevado a querer unirse a los Akeryos, los marinos españoles cotilleos sobre ella y la habían apodado "Molusco Sekarya".

La muchacha avanzó hacia el interior del amplio círculo que los demás formaron para delimitar el espacio de lucha, y encuadró los hombros con una expresión inescrutable.

Oryana echó un vistazo a las espadas, lanzas y sables, y negó con la cabeza.

—No pelearé con armas — repuso secamente.

Reinos Oscuros, Libro IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora