Dream on the dance floor

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Érase una vez una hermosa muchacha de piel morena y rizos negros como la noche. Su nombre era Rose, tal vez porque sus padres vieron lo delicado de sus rasgos al nacer, o simplemente porque supieron que ella sería alguien especial. Y todos sabemos que alguien especial no puede tener un nombre ordinario, sin significado alguno.

No era perfecta, pues solía enfadarse a menudo por tonterías, como tocarle el cabello o mordisquear su oreja. Su voz era melodía pura, pues parecía sedosa de tan dulce que era. Como acariciar un algodón de azúcar reiteradas veces. Así se sentía el escucharla.

No era delgada, pero tampoco gorda. Tenía unas piernas largas envidiables, pero sus pechos dejaban mucho que desear. Su vientre no era plano, sino que tenía carne en él, como cualquier persona normal.

Pero cuando ella bailaba, nadie podía interponerse en su camino. Sólo sus movimientos importaban, eran lo único en lo que se permitía pensar. Bailaban naturalmente, sin necesidad de que ella les ordenara qué hacer. Se movían al compás de la música, o de cómo ella se sintiera en el momento. Eran su segundo corazón, porque indicaban todos sus pensamientos y sentimientos. Eran su alma.

Amaba sentir que el mundo le pertenecía y que no había nadie más allí la reconfortaba. Esa era su pasión, su deseo, su anhelo. Hasta el día en que conoció a Christian. Oh, ¡aquel muchacho de ojos grises sí que cambió las cosas!

La conoció en un bar, porque mientras ella necesitaba entrar con urgencia al lavabo, él bebía sin parar desde hacía ya tres horas. No estaba deprimido, ni tampoco herido, simplemente bebía para llenar el vacío de su interior. Aquel vacío que ni siquiera Rose pudo llenar.

Nunca supo por qué, pero desde ese veintiuno de marzo, las cosas en su mente se complicaron. Parecía un acertijo imposible de resolver, excepto cuando estaba a su lado. En los momentos que pasaban juntos, Rose sabía que estaba haciendo lo correcto. No podría haber sabido lo equivocada que se encontraba.

—Te amo— decía él, tal vez demasiadas veces seguidas. Cualquiera que lo hubiese escuchado decirlo, hubiera sabido lo falso que sonaba. ¡Pero quién podría culpar a Rose! Ella estaba perdidamente enamorada y no podía identificar la realidad de lo ficticio. Esa fue su perdición, la causa de todas sus tristezas y males.

Sus ensayos pasaron a un segundo plano, pues dedicaba todo su tiempo libre a su querido y pecoso amor. Sus músculos perdían agilidad cada día que no danzaba, y su sueño de bailarina profesional se debilitaba a cada momento.

Nadie lo vio venir, pero ella se derrumbaba, perdía su esencia.

Ella hubiera sido una excelente bailarina, si tan solo hubiera podido presentarse al show final. Allí estarían productores que la habrían lanzado a la fama inmediatamente, pues su talento era difícil de ignorar. Las prácticas desde los tres años habían perfeccionado su estilo y delicadeza. Era como ver a una pequeña y frágil rosa danzando, y lo único que querías hacer era tomarla entre tus manos y protegerla de sus propias espinas y de las del exterior.

Y así fue como su cuerpo amaneció, sin vida a los pies de la escalera, en el lugar que más amaba en el mundo.

Lo bueno, si es que podemos encontrar algo bueno, es que murió en su estudio de baile. En el lugar donde bailaría la siguiente noche, de no haber muerto, ¡le habría gustado tanto! Al menos, murió siendo aquella Rose divertida y adorable que todos conocieron. Siendo ella misma.

Seguramente estarán preguntándose, ¿qué hacía ella ensayando nuevamente aquella noche? La respuesta es simple: Despertó.

Su transe con respecto a Christian se esfumó en un segundo, como cuando alguien chasquea los ojos frente a ti y te quita de tu ensoñación. Así se sintió ella. Porque cuando vez a tu chico con una castaña pegada a sus labios y un cigarrillo en la otra, las cosas cambian. Los sentimientos abren paso a la razón común.

Lo último que se supo de esta triste historia vino en los brazos de Christian. Él derritió y estrujó nuestros corazones al dejar esta notita sobre su pecho, antes de fallecer. Era demasiado viejo ya, pero no podría decirse que su vida fue feliz, pues perder a Rose lo destrozó. No importa si la amó realmente o no, jamás podremos saber aquello, pero sí sabemos algo: Se arrepintió de lo hecho.

“Nunca supe si ella intentó suicidarse, o su desconcentración le jugó una mortal pasada.

Lo que sí sé, es que cualquiera de ambas, fue por mi culpa.

Oh, Rose, Rose, querida Rose.

Anhelo tanto tu perfume a vainilla. Siento que no merecí ni un minúsculo instante que pasé a tu lado. Eras demasiado imperfectamente perfecta para mí.

Merezco todo el dolor que hoy padezco, porque las espinas de tu rosa ahora están clavándose una y otra vez en mi corazón, como puñales afilados.

Ahora escribo esta carta, con mi propia mano, en mi lecho de muerte. Sé que no te veré en otra vida, pues eres un ángel y yo un demonio, y las criaturas puras no se mezclan con las de mi tipo.

Seguramente estarás pensando, «¿Ahora se arrepiente de todo lo que me hizo? Evitó que cumpliera mi sueño, acabó de manera indirecta con mi vida, e intenta ser poético. Qué patético.»

Porque te conocí demasiado bien para saber que aquello es lo que pensarías de leer esta carta. Porque nunca supiste que aquella vez en el bar no fue la primera vez que me fijé en ti. Hacía meses venía observándote.

¿Sabes por qué bebía ese día? Para olvidarte. Necesitaba olvidar tu color de ojos, marrón oscuro en los que podría ocultarme durante horas, tu cabello ondeando en el viento. Tu voz. Tus piernas. Todo.

No podía manchar tu pureza con mi mierda, pero aún así lo hice. Perdóname.

No puedo decirte más que eso. Perdóname…”

 

Su pasión por la danza la habría hecho alguien aún más especial de lo que era, si no hubiera entregado su corazón antes.

Fin.

Sueño en la pista de baileDonde viven las historias. Descúbrelo ahora