Noviembre 25
Era una noche lluviosa, se predecía una tormenta para los próximos días.
Todo estaba completamente frío, y la noche era cada vez más oscura y profunda.No podía dormir, así que salí de la habitación para no despertar a mi esposo. Estaba a punto de ir a tomar una ducha cuando escuché ruidos fuera de la puerta principal de la casa. Más específicamente. La voz de un hombre. Me asusté, ya que era una voz muy clara y demasiado grave, parecía no animarse a tocar la puerta.
Me acerqué lo más silencioso que se me hizo posible, sujete mi crucifijo y rogaba en silencio a Dios porque no pasara nada malo y que ese hombre se marchara.—Alice, ¿Qué estás haciendo? -Dios, casi me mata de un susto.
—Shhhhhh!, Creo que hay alguien afuera -Dije en un susurro. Creo que el hombre extraño nos escuchó, puesto que se animó a tocar el timbre.
Ambos retrocedimos unos pasos, y el hombre volvió a llamar a la puerta.
—Abre -Le dije a mi esposo, el cual me miraba con una cara de completa confusión.
—Aguarde un momento -Respondió mi marido, dirigiéndose a la puerta.
Cuando está se abrió, detrás había un hombre, vestido de una manera muy elegante, siendo una persona demasiado alta. Ocultaba su mirada bajo la sombra de su sombrero de copa alta.
La luz de fuera no era suficiente para poder observar su rostro.—Muy buenas noches y disculpen la molestia -El hombre empezó a hablar con una voz más gruesa y profunda, me provocaba inseguridad —No era mi intención venir a tales horas, pero tengo un regalo de vuestro padre -Dijo mirándome seriamente.
—¿De qué trata esto caballero? -Cuestionó mi marido —Nuestros padres fallecieron hace ya mucho tiempo -Comenzó a decir un poco enojado.
—Es una lastima, lo sé, tengo el placer de conocerlos -Dijo aquel hombre —Pero no vengo por vuestros padres terrenales -Sonrió, tenía una sonrisa que me indicaba cerrar la puerta y ponerme a rezar.
—Eduardo, cierra la puerta -Aquél hombre me miró indignado.
—Especialmente el obsequio es para tí, Alice.
—¿Para mí?... ¿Q-qué obsequio? -Dije titubeante.
—¿Cómo sabe el nombre de mi esposa? -Volvió a cuestionar Eduardo, se volvió hacia mi —¿Lo conoces?
—Mmm, ella no me conoce, pero yo a ella si, incluso a usted y muchos de sus antepasados. -Sonrió —Entonces, Alice, acércate.
Por alguna razón mis piernas empezaron a moverse, Dios, ¿Qué es todo esto?, No podía dejar de caminar hasta que estuve frente a él. —¿Quién eres tú? -Dije con una voz temblorosa.
—Por favor Alice... Recuerda... "Aunque ande en valle de sombra de muerte, no temo peligro alguno, porque tú estás a mi lado" -Dios, no puedo creer ésto. No puede ser, no puedo retroceder.
Miro hacia atrás y Eduardo no está, no puedo gritar, ni hablar, el intento es inútil.—Aquí está tu obsequio -Da un paso hacia atrás y por fin deja ver sus manos, que escondidas detrás de él, sostenían una canasta de picnic con una hermosa bebé —Es toda tuya, solo hay una condición en ella.
—¿A qué te refieres? -Dije temblando.
—Su nombre es Daphne, y su apellido es innombrable, el bautizarla no servirá de nada, eso JAMÁS VAS A PODER CAMBIARLO -Soltó con una voz y una posición muy amenazadora. —Ahora despierta y ven por ella.
Espera... ¿Qué?
Abrí los ojos, estaba en mi habitación, con mi esposo a un lado, eran las 3:33 AM.
Estaba sudando, a pesar de que el clima era frío.
"Ve por ella", recordé.
Tome mis zapatillas y bajé a toda prisa las escaleras. Abrí la puerta y allí estaba ella.
En una canasta de picnic vieja, la tomé en mis brazos y rápidamente entré en la casa. Una preciosa niña pálida de ojos color cobre... Encantadora.—Alice, ¿Qué haces?
—Por Dios, algún día me matarás de un susto.
Él me miraba extraño.
—Ven, la han dejado en la puerta, no me lo puedo creer.
—Alice, ¿Qué se supone haremos con ella?, Tenemos que reportarla -Decía con mucha insistencia.
—¡No! -Grité —Quiero quedármela.
—Mujer estás demente.
—Es un regalo de Dios.
—¿Y cómo estás tan segura de eso, eh?
—Porque lo soñé, soñé que un hombre elegante venía a dármela.
—Solo recuerda mujer, el diablo también hace regalos.
Después de un par de horas, logré convencer a Eduardo para quedárnosla, además, es una niña preciosa, y eso encantó a Eduardo.