Me levanté sin despegar la mirada del sujeto, de las brazadas suaves que daban las flamas acurrucándose en torno a su traje impoluto.
La lámpara descansaba a unos metros, con el fuego reflejado en su cristal roto. Di unos pasos con la mano extendida tratando de alcanzarla.
El sujeto en cuestión no se movió. Distinguí sus ojos tras el contraste oscuro, eran rojos. Puede que brillaran.
Ahora que lo pienso; sí, brillaban. Es la única manera en que podría haberlos visto.
Toqué la lámpara, estaba caliente.
Cuando me enderecé, él también lo hizo. El fuego crepitaba pacífico. Traté de mirarlo a pesar de que me dolían los ojos, no traía ninguna túnica y eso me hizo quedarme más tranquila. Aquel sujeto no era el mismo que me había atacado antes. Debería alegrarme haber visto dos pyroquinéticos en un solo día, pero no te voy a mentir, tuve tanto miedo y estaba tan desconcertada que levanté un brazo y me tapé los ojos.
-Tú decides, piedad o a la fuerza.
Tardé un segundo en procesar su voz ¿Conocería él al que me encontré antes? Por la enorme coincidencia de poderes, quiero decir, y porque no había escuchado a nadie usar la palabra «piedad» antes.
-Es tu decisión -la segunda vez, creo que tuvo un dejo más de pregunta, pero no me paré a cuestionarlo. Mi decisión fue correr en dirección contraria como gallina sin cabeza.
Sin embargo, cuando una ceniza bailoteó cerca mío, supe que me seguía.
-¡Ey, espera!
Le llevé una buena ventaja hasta que me metí entre los árboles. Las raíces me atrapaban los pies si corría muy rápido pero el sujeto me alcanzaría si no lo hacía. De repente, encontré otro camino.
No era el sendero de guijarros. Era un camino de césped oscuro y plano. Tendría que haberme dado cuenta que las raíces evitaban ese lado por alguna razón. Seguí corriendo.
Miré hacia atrás a pesar de saber que si lo hacía podrían salirme los zurcos torcidos. De todas formas miré. Estaba muy nerviosa. Vi los árboles develados tras una cortina ámbar, luego roja, y el piso se me acabó de golpe.
Cuando volví a abrir los ojos, lo primero que sentí fueron las manos vacías.
Estaba suspendida sobre un desnivel. Abajo había un profundo precipicio oscuro. Junto a los zurcos de la tierra y las sombras, se podían apreciar un sinfín de enredaderas negras que se perdían más allá del haz de luz de la lámpara.
¡La lámpara! Moví la cabeza y sufrí vértigo. Todo mi cuerpo se balanceó. Me sostenía una raíz espiralada escapada del árbol más próximo, se había enredado con las correas de mi mochila. El árbol estaba inclinado justo en el borde del desnivel, como asomándose, con la mitad del cuerpo aferrándose a la tierra húmeda y la otra mitad deseando precipitarse.
Intenté relajar los pies.
Benditas las patas de todas las ardillas del mundo.
Volví a girar la cabeza con más cuidado, aterrada por la posibilidad de que lámpara se me haya caído al precipicio. La vi más arriba, sostenida por otra raíz. Lucía tan intacta como sea posible después de una caída así. Al menos, desde donde estaba no se veían sus cristales rotos.
Un fogonazo de luz me cegó. Gracias a Dios tuve el reflejo suficiente como para no mover un músculo, porque ocasionalmente prefiero no caer por huecos oscuros. Tardé un segundo en enfocar al sujeto de fuego asomándose por el borde del desnivel.
Su mano abandonó la oscuridad, entre llamas, y rozó el borde del mango de la lámpara.
-¡Oye! -grité. Sentía el estómago y los pulmones vacíos- ¡No hagas eso!
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Sendero de guijarros: Vestigios de una batalla campal
FantasyLa oscuridad se tragó la tierra. Puede que el mundo haya dejado de girar, o que la maldad que había en los corazones de los hombres finalmente tuvo que desbordarse. La negrura espesa es hogar de criaturas extrañas y hostiles. Los retazos de territor...