El día que... me desperté del sueño.

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Me desperté con lágrimas en mis ojos, y con dolor en mi corazón, con sollozos que no pueden hacer nada para calmar el miedo y la tristeza que me embarga.

Al principio las cartas eran enviadas puntualmente cada semana, eran mi único consuelo y salvación. Un poco de luz y alegría en mi pequeño y destruido mundo, cada carta era como un pequeño tapiz que recubre las grietas en mi corazón, aunque todo fuera temporal; porque al final, incluso esas cartas eran insuficientes para mí ser egoísta.

Entonces, un día... las cartas dejaron de llegar cada semana, hubo más tiempo entre cada carta, un mes, dos meses, tres meses, seis meses, un año...

Finalmente, su última carta no fue una despedida, pero de algún modo lo parecía, incluso si nuestra última promesa se pudiera cumplir, ya no sabía qué es lo que pasaría cuando volviera a verlo, ¿seriamos un par de desconocidos? ¿habría por lo menos, un poco de afecto o indiferencia? ¿su amor y corazón ya serian de alguien más?

No tenía derecho a quejarme, ni siquiera a pensar en ello.

Si Lan Jingyi pudo encontrar lo que yo no pude darle, entonces, tenía que ser feliz por él.

Sin embargo, aún dolería y no podía hacer nada.

Me levanté de la cama, las sábanas cayeron al piso con un sonido sordo, la tranquilidad de la noche y el canto de los grillos y ranas, mi cara se siente húmeda y fría por las lágrimas que había derramado, mi cabello se desplaza hacia el frente cuando me inclino para tratar de regular mi respiración y los latidos de mi corazón, llevo mi mano hasta la ropa que cubre mi pecho y me aferro a ellas con tanta fuerza, que, incluso sobre la tela, la piel de mis palmas se marca por mis uñas.

El dolor es real. Pero no tan doloroso como cuando pienso en la mirada de Lan Jingyi que, aceptaba mis errores o su silencio conciliador y ameno, sus sonrisas forzadas y falsas o lo que es peor, la última vez que pude ver a Lan Jingyi, mi esposo y su mirada llena de tristeza, que había elegido abandonar todo. Pensando en ello, el dolor físico, era nada, si atravesaran mi corazón con una espada, no dolería más que todo lo anterior dicho.

Incluso si solo...

Esta es mi habitación desde que era pequeño, la primera habitación que se me fue entregada, como un niño que no tenía nada, de pronto tener a dos personas que me amaban y un lugar que podía llamar hogar, una habitación, una cama, juguetes y cualquier cosa que pidiera, jamás olvidará nada de ello, no olvidaría el amor de mis padres, ni el calor que esta familia me dio, tampoco olvidaré la emoción de mi yo de cinco años cuando vi una habitación tan grande solo para mí.

Incluso había preguntado si estaban seguros que algo tan bueno era para mí, ¿Qué tal si era un error? Esta habitación era indudablemente para el primer hijo del Duque de Lan.

Nadie podía ocuparla descaradamente.

El dosel de fina seda rodeaba la cama por completo, pero, de alguna manera sabía lo que había tras esa fina tela; a continuación, podía recordarlo porque toda mi vida había vivido aquí, la noche pasada dejé un rollo de papel sobre mi escritorio, por una vez no recogí la tinta y el pincel, pero incluso con ese desastre, todo lo demás en mi habitación estaba completamente ordenado y limpio.

En la esquina de mi cama estaba mi túnica, justamente como la coloque antes de ir a dormir anoche.

En la pared colgaban algunos pergaminos con fina caligrafía en ellos, el incienso encendido de sándalo que me recordaba al amor y protección de mis padres.

Era mi habitación.

Y más tarde sería la habitación de mi hijo.

¿Fue un sueño? — Susurre, pequeñas perlas de sudor se formaron en mi frente.

El día que lo encontré.|SizhuiYiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora