Miradas

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Él llevaba mirándola varios minutos, pero Marinette no se daba cuenta aún. Y claro que Gabriel lo agradecía, porque su mirada no era exactamente algo que pudiera pasar desapercibido.

Había sido una semana difícil. Para empezar, su hijo le había dicho que se iría de vacaciones a Marseille con su novia, cosa que lo dejó angustiado. No le preocupaba darle dinero, sino pensar en que estaría solo. Era un padre muy sobreprotector, no lo negaba, al menos no consigo mismo. Lo dejó ir con la única condición de que la señorita Chloé Bourgeois tuviera también el permiso de su padre, el alcalde de París.

Había sido una platica tan pero tan larga que inevitablemente habían salido otros temas, como por ejemplo, cómo fue su vida en la escuela. Era un hombre ocupado que despegaba la vista de sus negocios para buscar que su hijo estuviera en casa; y aunque era muy contradictorio, también era un hombre distante. Lo mantenía a raya, sin mucha libertad, pero muchos gustos dentro de las paredes de su enorme residencia.

Conoció un poco de su vida escolar, y comprobó lo que le había dicho su alumna durante la primera semana de clases. Sí, Marinette y Adrien se conocían. Desde entonces, Gabriel no dejaba de pensar en cómo es que su hijo no tuvo interés en la señorita Dupain-Cheng. Era muy inteligente, y aunque sus nervios la traicionaban de vez en cuando, siempre lograba salvarse de sus errores, o enmendarlos, dependía también de la situación.

Si él fuera más joven, no dudaría en invitarla a una copa. A su edad no podía beber, pero nadie tenía que enterarse tampoco.

No dejaba de verla. Solo parpadeaba, admirando su cabello tan oscuro que con la mínima luz parecía verse azulado. Sus enormes ojos azules que supuso serían herencia de su padre francés, junto con la piel blanca y lisa, herencia de su madre asiática.

Suspiró, y por primera vez en varios minutos, miró el suelo.

Gabriel no había tenido suerte nunca. Siempre fue un muchacho celoso de su privacidad, y cuando apareció una hermosa joven de cabellera dorada y ojos verdes, decidió abrirse sin saber que tendría que cerrar su corazón de golpe. La muerte de su esposa Emilie fue un golpe tan duro que aún sentía la taquicardia invadirle cuando pensaba en ella. Emilie era su adoración, pero al menos le había dejado un regalo en vida: Adrien, su pequeño tesoro, a quien amaba y por eso protegía, pero se parecía tanto a su madre... que no soportaba acercarse demasiado. Sus sentimientos hacia su hijo eran tan extraños como la forma en la que estaba viendo a su alumna.

El cronómetro de su celular sonó, haciéndole saber que el tiempo había culminado. Se levantó y pasó a recoger uno a uno los exámenes, yendo hacia su escritorio una vez tuvo la prueba de todos.

—Pueden irse a casa— dijo el profesor Agreste, acomodando la pila de hojas sobre la mesa, admirando como todos salían casi corriendo de la institución, incluída Marinette.

A quien volvió a ver una última vez antes de que saliera del salón de clases.

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—¡Alya— Gritaba la joven, corriendo hacia su mejor amiga con prisa, abrazándola apenas pudo

—Marinette, tranquila, aquí estoy— decía la morena intentando calmar a su querida compañera, regresándole el abrazo con fuerza

—Me hiciste tanta falta, Alya. Fue una semana pesadísima, pero al menos ya no estoy en exámenes. ¡Soy libre!— decía feliz, dándole una amplia sonrisa

—Debió ser duro, más aún cuando tuviste a tu casi suegro como profesor—

Marinette sonrojó con fuerza, cubriendo su rostro completamente avergonzada.

"Especial" ; {Gabrinette - Gabriel x Marinette}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora