Capítulo Único

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Las traviesas ventiscas de aire, jugaban con algunos mechones rebeldes que caían en su rostro de su oscuro cabello. Sus grandes ojos dorados observaban fijamente al gran manto azulado, que junto a éste, llevaban puras estrellas dejando una vista espectacular; pero ante toda esta tranquilidad que "sentía" en aquel lugar, no podía calmar todas las inquietudes y dudas que vivían en su mente, torturando cada segundo de su vida al recordar su cabellera castaña y sus ojos avellana.

—Manuel...

Aquel nombre prohibido desde hace un tiempo para él. El nombre de aquella persona que después de haber robado su corazón de forma improvista, lo abandonó al cansarse de éste.

No podía más.

Su corazón latía con fuerza, por los nervios que sentía. Todo el dolor que había habitado en su alma, salía físicamente por un río de lágrimas saladas que resbalaban de su rostro hasta acabar en el suelo.

Era culpa de él. Manuel tenía la culpa.

Ya no quería seguir aferrado a aquel amor que lo había lastimado tanto; pero los recuerdos seguían allí, logrando hacer que sea más fuerte.

—Miguel, deja de llorar...

Sus ojos se dirigieron hacia la expresión de preocupación que tenía uno de sus más cercanos amigos. Quiso reír ante la petición de su amigo. ¿Por qué le decía eso? No respondió, la intención del castaño frente a él era consolarlo.

—Pancho, no puedo. ¡No puedo! —gritó desesperado mirando la suela de sus zapatos— ¡Quiero dejar de pensar en él! ¡Quiero olvidarlo!

—¿¡Y por qué simplemente no lo haces!?

—¡NO ES FÁCIL! —explotó, jalando su azabache cabello con frustración— No es fácil..

El silencio fue muy incómodo para los dos. El ambiente era tenso, no podían dejarse llevar por sus sentimientos, porque sino, saldrían lastimados.

Miguel seguía llorando en medio de la desesperación, mientras Francisco mordía su labio inferior, y sin aviso, abrazó al peruano con cariño.

El ecuatoriano tenía que tener cuidado con Miguel, sabía que sí hacía algo indebido, lo pagaría muy caro. Según los ojos del peruano, Francisco solo era su mejor amigo en que podría confiar siempre; pero en la perspectiva del mayor, Miguel era algo más que un mejor amigo. Cerró sus ojos y acercó más al peruano en su pecho, abrazándolo de forma posesiva, queriendo que con ese simple toque, Miguel pueda sentir todo el amor que desbordaba de su ser.

—Francisco —llamó el de cabellera azabache, correspondiendo—, perdóname. Perdón. No debí gritarte.

Sin embargo el otro no respondió. No porque no quería, sino, porque estaba tan perdido en su mente y sentimientos, que no pudo escucharlo.

—Miguel, tengo que decirte algo —susurró inhalando el dulce aroma que tenía el cabello del peruano.

Un escalofrío recorrió todo su cuerpo al sentir el suspiro de Francisco cerca su cuello. Y antes de responderle, se tranquilizó esperando lo que le diría.

—¿si?

—Me gustas.

Esas dos palabras dejaron en blanco la mente del menor, dejándolo totalmente sorprendido, logrando olvidar por un momento al chileno.

—Pancho, no estés bromeando, pe. Ahora estoy sad, ¿no ves? —dijo separándose un poco del abrazo y mirando sus ojos, tratando de buscar una pista de que aquello era solo una broma para relajar el ambiente.

Superar [EcuPer]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora