11 La estatua

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La calle es mágica: cuando los rayos de sol la calientan, uno puede freír un huevo o arrancar una fina película de hielo durante invierno. La lluvia –se dijo–, puede dificultar la estabilidad y la conducción, pero qué bella es.

Llueve, eso es cierto. Las gotas se deslizan por el parabrisas y son arrastradas a los bordes por el viento. La radio se enciende y lo sobresalta.

"¡Puta madre! ¿Cuando mierda voy a sacarle la porquería esa autimática?" El volumen al máximo: ¡Maldita radio! Se inclina sobre el aparato y aprieta los botones. Siente el brusco impacto y levita, con la frente rompe el vidrio, imágenes difusas aparecen a su alrededor. La humedad impregna su cuerpo, la sangre y el asfalto, en un juego recíproco. Antes de desvanecerse, ve la estatua de La Bruja en el centro de la fuente.

Abre los ojos y se levanta sin dolor. No lo cree: nada, ni un rasguño.

Entonces la estatua le habla:

–Tienes vida por tu azar, tu porvenir continúa en la siguiente habitación.

Atraviesa el umbral y se siente distinto: un terrible pesar se funde a su alma. Insoportable, tal la oscuridad que lo invade; sombrío corazón tendrá que llevar si no se marcha de la habitación. Camina por los suburbios, se mete en un túnel. Sin notarlo, llega al puente. Ya está sobre el barandal, mira hacia abajo y salta.

La estatua de La Bruja toma la forma de un cuervo y se echa a volar, mientras la fuente del parque se queda vacía.

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