Día 8. Frágil - Frail. Ícaro.

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La puerta de la casa se cerró tras él junto al saludo formal del personal de servicio. Aquel hombre tan mayor podría perfectamente desmayarse en cualquier momento, pero ahí aguantaba, trabajando sin parar como lo había estado haciendo por lo menos durante cincuenta años. Por otro lado, le llamó la atención el hecho de que ya fuese completamente de noche. El Sol brillaba con fuerza cuando llegó a aquella casa. Quizá por eso estaba tan cansado en aquel momento.

Ícaro se sacudió ligeramente el cuello de su chaqueta con la mano derecha, mientras que en la izquierda llevaba el maletín oscuro de cuero en el que guardaba con sumo cuidado cada una de las partituras de las piezas que fuese a tocar en el lugar que le correspondiese. Así, se dio la vuelta, con intención de ponerse rumbo a casa, pero algo le detuvo ipso facto en cuanto puso el pie en el primer escalón que llevaba al exterior.

Lluvia.

Subiendo nuevamente aquel escalón, su mirada se clavó en el cielo. Completamente negro, ni una sola luz en todo lo que podía verse. Todo era oscuridad ahí arriba hasta que el primer relámpago iluminó toda la ciudad, sobresaltando a Ícaro instantes antes de que el estruendo posterior resonase sobre él, dando paso a una lluvia que ahora sí, caía cada vez con más fuerza.

Retrocedió un poco más, evitando así que las pocas gotas que lograban entrar en las inmediaciones del soportal de la casa lo mojasen. Echó con cierta fuerza aire por la nariz, al tiempo que pasaba su mano libre por su rostro. Notaba que se estaba poniendo nervioso por el suave temblor de su mano, que se vio obligado a meter en el bolsillo del pantalón. Alzó la mirada con rapidez y disimulo, comprobando en primer lugar que no hubiese nadie en las ventanas que daban directamente al porche. Después, miró a su alrededor. Aquel jardín no era excesivamente amplio, pero las calles de Knightfair no aseguraban en absoluto refugio en una noche como aquella.

Sacó de nuevo la mano que estaba en el bolsillo, yendo a parar en forma de puño a su boca. Se mordió con fuerza, cerrando incluso sus ojos mientras buscaba calmar su respiración, sus nervios. Un nuevo fogonazo, seguido casi de manera inminente del trueno correspondiente hizo que se mordiese con más fuerza de la que esperaba, aunque en aquel momento no notó absolutamente nada.

La lluvia era cada vez más fuerte, y la sola idea de ponerse bajo aquella tormenta y empaparse hacía que se le revolviese el estómago y que sus nervios no pudiesen controlarse. Resopló con fuerza, aún con el puño en la mano, los ojos abiertos como platos y el corazón latiendo a un ritmo frenético. Parecía incluso seguir el ritmo que marcaban las gotas de lluvia que caían a través de un pequeño canalón situado a apenas unos metros de él.

Un tintineo metálico.

Constante.

...

Frustrante.

No sabría decir en qué momento, pero su mirada se había desviado a aquel tintineo infernal, manteniéndose ahí durante varios segundos hasta que un nuevo estruendo lo sacó de aquel embelesamiento.

Apenas pensó antes de actuar, arrepintiéndose en el preciso instante en el que se puso bajo la tormenta. Arrancó a correr a gran velocidad, y apenas había avanzado tres metros, ya estaba completamente empapado.

Corría con el maletín oculto bajo la chaqueta, tratando de evitar que se mojase. Aquella sensación era horrible, pero la sola idea de darse la vuelta y verse atrapado nuevamente, con el añadido de estar empapado le daba pánico. Notaba sus pies encharcados. Le pesaban como dos bolas de plomo que le impedían avanzar, haciendo que el agua lo impregnase todo cada vez más. La ropa se pegaba a él, al igual que el pelo caía sobre su rostro, molestándole e impidiéndole ver con claridad. Pero no podía parar. No podía hacer otra cosa que no fuese correr.

Los truenos resonaban sobre él como un bombardeo. No veía el momento de llegar a casa, de poder resguardarse. De secarse. Necesitaba secarse cuanto antes.

Corría ahora por las calles adoquinadas de Knightfair, lo cual no hacía para nada sencillo el avanzar sin un solo traspié que desembocase en un resbalón casi inminente. Se vio así obligado a reducir el ritmo, limitándose ahora a caminar lo más rápido que podía.

Estaba temblando.

El agua estaba en todas partes. Notaba cómo le oprimía cada parte de su cuerpo, como unas cadenas que cada vez fuesen estrechándose más y más, impidiéndole moverse con normalidad. Su respiración estaba completamente descontrolada. Los nervios se habían apoderado de él por completo y el ataque de pánico era inminente.

No oía nada más que el arrecio constante de la lluvia, y los restallidos monstruosos que la tormenta no dejaba de lanzar sobre la ciudad. El miedo a desmayarse en mitad de la calle y que la lluvia acabase con él fue lo único que le empujó a seguir avanzando.

Apenas ocho minutos que parecieron una eternidad tardó en llegar a la parte delantera de su casa. Para entonces, había bajado ya los dos brazos. Sus hombros estaban caídos, la maleta empapada, y su rostro estaba perdido en algún punto de ningún lugar, con la mirada baja. Caminaba con gran lentitud, atravesando la reja de la entrada, chirriante, sin siquiera molestarse en cerrarla después. Tras atravesar el pequeño camino que separaba dicha reja de la puerta de entrada, subió los cuatro escalones de madera que daban a su porche, cubierto.

Avanzó con la misma lentitud hasta la puerta, sobre la que una vez cerca, apoyó su frente, elevando lentamente la mano temblorosa hacia el bolsillo de la chaqueta donde llevaba las llaves. El tintineo constante reflejaba el estado catatónico en el que se encontraba, no llegando apenas a alzar la mano cuando el juego de llaves cayó sobre el suelo de madera, seguido del golpe seco del maletín al resbalarse entre sus dedos.

Giró sobre sí mismo con total calma, apoyando ahora la espalda en la puerta, y dejándose caer lentamente sobre el suelo. Su pierna izquierda quedo ligeramente flexionada hacia arriba, mientras que la derecha fue a parar más o menos estirada al suelo, empapándolo todo al instante. Sus manos, por otro lado, parecían buscarse la una a la otra, siendo la única parte del cuerpo que parecía reaccionar en aquel momento. Así, su mano derecha fue a dar con el anillo de plata de su mano izquierda, apoyadas ambas sobre la parte superior de sus piernas.

Sucumbió así al abrazo del agua y el clamor de la tormenta, no siendo consciente del paso del tiempo en ningún momento.

...

—... ro...! —

...

...

—¡Íc....o! —

...

...

—¡Ícaro! —

Confundió los pisotones sobre la madera con los truenos que se sucedían sin parar en el cielo. Aunque la tormenta hubiese amainado y desaparecido hacía ya varias horas.

—¡Ícaro, eh! — Sus pupilas y su cabeza volvieron a moverse, ahora bajo el torpe control de su dueño. Seguía empapado y estaba tiritando, pero ya no sabría decir si era por el frío o por el terror que aún recorría su cuerpo. Notó el calor de la mano de Claus en su mejilla y después en su barbilla, cuando éste alzó ligeramente su cabeza en busca de su mirada perdida. Logró sin embargo dirigir sus ojos a los del otro cuando Claus le puso su gabardina negra sobre los hombros.

—Venga, vamos dentro. Necesitas entrar en calor.

FicTober 2019Where stories live. Discover now