Me he pasado noches tirada en la cama temblando, deseando que fueran tus manos las que me sacudieran en este otoño, que a mí me parece invierno, porque el frío se ha quedado incrustado en mis huesos y ni mis sábanas son capaces de darme el calor que debería sentir. Que tanto extraño, de aquellos abrazos de cada una de nuestras despedidas, antes de que le cediésemos las noches que me pasaba sin dormir a aquel mes.
Soñamos demasiado, vivimos atados a recuerdos, que a veces son sólo eso, recuerdos.
He leído tanta poesía y mentiría si te dijese que ni la mitad de ellas no me recordaban a ti.
Versos que me traspasaban la piel y que me dolían, al inyectárme en las venas las palabras y sentimientos que transcurrían entre cada espacio de aquellos versos. Me arañaba cada capilar, cada vena y arteria por no poder leertelos y por no poder hacerte la promesa de cuidarte, para que nunca sintieses este dolor tan visceral.
Quisiera escuchar la risa que te provocaba con mis tonterías, tu voz hablándome en italiano, que tan empeñada estabas en aprenderlo, y seguro que se oye precioso saliendo de tus labios, acentuando las sílabas con ese acento tuyo, que ojalá pudiese estar toda la vida escuchándolo.