Capítulo veintiocho: Inesperado.

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Se le congeló la sangre por completo, ambos voltearon a ver al chico.

—¿Qué quieres?—preguntó Renata con un tono molesto.

—Tranquila—sonrió—, solo quiero charlar un rato con tu hermano, ¿me lo prestas?

—Que cínico—pronunció la chica rodando los ojos y mirándole con asco.

El rubio rió, pasó sus dedos sobre las sedosas hebras de su cabello.

—Cálmate, no estoy hablando contigo. ¿Joaquín podemos hablar?

—Si—respondió un par de segundos de haberlo pensado.

—¿Qué?—su hermana lo miró indignada.

—Déjalo, si tenemos una charla pendiente—lo fulminó con la mirada.

—Bien, pero me quedaré aquí junto.

Joaquín asintió y caminó los pocos metros que lo separaban del chico, su pulso se aceleró, pero sabía que tenía que hacerlo.

—Perdón—se disculpó el ojiverde al estar lo suficientemente cerca.

—¿Solo eso?—se cruzó de brazos.

—Se que tendría que haberte
ayudado, pero tenía miedo—miró hacia el suelo, su mirada reflejaba arrepentimiento—, Santiago estaba metido en asuntos mayores, preferí no arriesgarme.

—Claro. Aunque eso significara dejar a tu "mejor amigo"—su voz comenzó a alzarse, las personas que caminaban por ahí les vieron curiosas.

—No te hagas la víctima—espetó—. Siempre te dije que no te hacía bien, que estaba hasta el cuello de drogas, solo me ignoraste.

—Yo...—balbuceó, pensando en que decir.

—¡Ves!—exclamó incrédulo, sus brazos extendidos para darle más énfasis..

—Ni te atrevas a volteármela Christian.

—Joaquín, sabes que me importas—afirmó viéndole con intensidad—. Tú te alejaste de mi, no yo. Traté todos los medios posibles para comunicarme contigo.

—Para mí fue difícil—susurró—, realmente no quería volverte a ver en mi vida. Si Santiago me lastimó, tú lo hiciste de igual manera al no ayudarme—lo miró, sus ojos comenzaban a cristalizarse y su voz temblaba con impotencia—. Una afirmación tuya en la policía podría haber hecho algo de justicia.

—Y estoy arrepentido por eso—trató de acercarse al castaño, el cual no se lo permitió dando un paso atrás.

—Es demasiado tarde—dio media vuelta, dispuesto a irse.

—Tal vez lo es, pero no para mí.

—¿A qué te refieres?—preguntó confuso.

—Santiago murió.

—¿Qué?—se detuvo en seco, sintió un bajón por todo el cuerpo. Volteo a ver al rubio con una mirada incrédula.

—Fue una sobredosis—respondió—. Las malas lenguas cuentan que gritó tu nombre sus últimos segundos de vida, realmente te amó, pero las drogas lo arruinaron.

Sus piernas fallaron y cayó al suelo, su corazón dolió. Recuerdos llegaron a su mente nublando su vista en forma de lagrimas, las cuales no tardaron en salir. Nunca deseó su muerte, solo un poco de justicia al haberle hecho aquello.

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