Incertidumbre de un corazón roto.

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Sobrevivir se había vuelto mi propósito de todos los días.
Sin llorar, sin doblegarme, sin sentirme frágil, sin romperme...
Estaba a medias y necesitaba sacarlo todo, pero algo dentro de mí no me lo permitía del todo. Quizá, era mi orgullo y el querer sentirme fuerte y valiente en una situación así. Ahora, mi pasatiempo favorito, era pretender enfrente de los demás, incluso aunque supiera que eso me hacía una hipócrita ante mis verdaderos sentimientos, pero, por lo pronto, encontraba que era la única solución. Todos los días me llenaban de preguntas y ya no sabía qué excusa inventar, ni para ellos ni para mí misma, sin sentir que existía una probabilidad pequeña de empezar a creer que era mi culpa. Muy adentro de mí sabía que no era así; que las cosas habían tomado el curso que debían tomar y que yo no tenía nada que ver ahí; sin embargo, vivía obsesionada por encontrar múltiples respuestas que pudiesen justificar su manera de actuar conmigo.

No podía entender cómo había podido soltarme con tanta facilidad. Cómo pudo dejarme ir sin morderse los labios por el remordimiento. Cómo pudo hacerlo sin sentir un nudo en la garganta; sin vivir en ansiedad; sin entender el temor, que yo sentía, de no volver a tenerme nunca más.
Yo, ajena a él, tenía miedo todos los días.
Y pensaba demasiado.
Pero, es que para mí, al menos, no había resultado ser tan fácil, incluso ahora que estaba empezando a entender que debía dejarlo ir... Y no lo sé. Solo quería entender, encontrar una respuesta, y mantenerme tranquila después de saber.
Puede que era un poco más curiosa de lo que imaginaba: él siempre me preguntaba por qué quería saber todo y le hacía tantas preguntas, y yo no sabía qué responder, solo me sentía interesada. Quizá, era muy entrometida...
Pero quería comprender por qué a mí se me hacía más difícil el soltarlo, más que a él. Quería comprender por qué estaba tan seguro de que las cosas debían ser abandonadas por ratos y solo debíamos dejarlas fluir.
Yo necesitaba tener algo de control.
Él volaba con el viento y se dejaba llevar por él.
Y creo que no sabré nunca quién está equivocado en la ecuación, pero creo que mi envidia crecía, indiscretamente, al verlo tan bien, mientras que yo sufría en silencio en una habitación que, con el tiempo, se había vuelto mía. A pesar de haberme confesado que no le gustaba mostrar tanto para no hundirse, igual lo sentía seguro de la decisión que había tomado, y yo sentía más inseguridad de su decisión que él mismo.

Me quería. Pero más quería estar solo.

Y yo sentía que nada sería lo mismo si no lo tenía junto a mí, mientras que él se sentía tranquilo porque sabía que se tenía a él, incluso en las noches más frías y oscuras.
Fue, en ese momento, cuando me di cuenta que yo no me quería tanto como pensaba o lo divulgaba en mi círculo social. Me faltaba mucho... un largo camino por recorrer del  que, a veces, no sabía mucho qué esperar. Pero, al menos, lo sabía. Y por lo pronto, eso era lo único que me bastaba en el lento proceso de recuperarme y sanar un corazón roto.

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