Confusión

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  • Dedicado a María, contigo la eternidad se me pasa en un instante.
                                    

Desperté en un solar blanco, calzado de piedra lisa totalmente plana y pobre. Ni rastro de vegetación, ni un sólo transeúnte en aquellas yermas calles. Sólo unos pocos edificios colocados irregularmente decoraban el escenario, ese escenario tan artificial y desordenado, pobre y valdío.

Busqué cualquier resquicio de humanidad con la mirada, desesperado, confuso. Frustrado por la negativa que mis ojos me reconocían empecé a enervarme, hasta llegar a rozar el llanto ahogado que el desconsuelo me ofrecía. Un sentimiento de soledad afloraba en mi interior, devorando mi estómago y mi corazón, haciéndolos estremecer y revolverse, buscando la causa de tal malestar.

Pero no todo estaba perdido, no podía darme por vencido, no tan pronto. Una esperanza apareció en mi cabeza como un destello y templó mis nervios, devolviendo un poco de cordura a mi pobre existencia, la esperanza de encontrar vida dentro de los inmaculados y descolocados edificios.

Reaccionando al fin mis pies a los imploros de mi cabeza, caminé hasta el primer edificio. No tenía puerta, ni ventanas, ¿era un edificio? Seguí buscando por los demás monumentos que ante mí se alzaban. Tras mucho buscar y con los sentimientos ya controlados por el hayazgo, encontré un edificio real, ante mí, como si de un espejismo se tratase.

El edificio se extendía a lo largo y ancho del desierto pétreo en el que me hallaba y en su dintel se adivinaban unas letras tímidamentes grabadas: "Academia de Conocimientos". Me decidí a entrar. Agarré el frío pomo de la puerta principal y lo retorcí con espectación. Al ceder este, me desveló el interior del extraño edificio.

Estaba hecho de la misma piedra blanca, compuesto de largos pasillos y dispuesto en aulas de un tamaño considerable. Me dispuse a mirar por las ventanas de las clases, encontré gente, pero eso no me sorprendió en demasía. Seguí buscando algo que sólo mi instinto sabría explicar de qué se trataba, fue entonces cuando llegué al final del pasillo del fondo del edificio de la última planta. Allí estaba él.

Igual que con anterioridad reconocí un fino grabado en el lateral de la puerta: "Despacho del Director". Quizás él pueda despejar las dudas de mi cabeza.

Llamé a la puerta, y un amable hombre me la abrió con presteza y una sonrisa casi angelical. Después de ofrecerme asiento, en un albino sillón de piel, se sentó enfrente de mis ojos y se dispuso a esperar a que yo hablase. Yo, alarmado por la situación que se estaba aconteciendo y en un intento de aclararme me presenté: "Soy Sergio, y no sé dónde estoy". A lo que el amable director me contestó: "Debes averiguarlo, cuando lo hagas vuelve a verme".

Salí más confuso de lo que entré, esperando que alguien en algún aula pudiese ayudarme, mas no pude ni entrar a ellas de lo clausurada que se encontraban las puertas para mí. ¿Qué está pasando?, ¿quién me ha traído aquí?, ¿qué es este lugar?, tantas preguntas sin respuesta hicieron que mi pobre corazón, magullado por estar horas y horas cambiando su parecer, volviera a caer en el desespero, contagiando de esto a las demás partes descoordinadas de mi fatigado cuerpo.

Tal fue mi desesperación que me enterré en mis brazos y permanecí horas y horas en aquel valdío lugar, en la puerta de aquella misteriosa e insólita institución, esperando a que mi cuerpo decidiese empezar a cooperar de nuevo conmigo, o con lo que quedaba de mí.

El Sueño de un Enamorado CrónicoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora