Capítulo cincuenta y seis.

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–¡Agrr! –gruñó guturalmente mientras jadeaba.

–Ahora sube... y baja... otra vez –pedí.

–No puedo más, estoy cansado –gimió.

–No seas niña y hazlo –luché por contener mi risa.

–Parece que disfrutas con mi dolor, Bambi... –hizo un puchero adorable.

–Por supuesto que no –reí, no podía contenerme más–. Es por tu bien.

–Estoy seguro de que las enfermeras serían más amables conmigo que tú –soltó el extremo de la cinta elástica que sujetaba en su mano izquierda.

–Pues entonces ve a hacer tu terapia física en el hospital –di un paso atrás, dispuesta a dejarlo.

–No no no –se aferró rápidamente a mi muñeca jalándome para que volviera frente a él–. Prefiero que tú me ayudes, aunque seas demasiado exigente –rodeó sus ojos y después sonrió.

–Bien –sonriente me agaché para tomar el extremo de la cinta elástica que había soltado ya que el otro extremo lo contenía con su pie izquierdo y la estiré hasta alcanzar su mano para que la sujetara de nuevo–. Haz cinco flexiones más.

–Si jefa –gruñó entre dientes.

Frunciendo su rostro en muecas de dolor, Bloo hizo cinco flexiones más con su brazo estirando la cinta elástica. El médico le había recomendado ese tipo de rehabilitación para que recuperara el pleno movimiento de su brazo tras la lesión del codo.

–Listo –suspiró al terminar y levantó su pie para retirar el extremo de la cinta enganchado en el para luego lanzarla lejos y se sentó sobre su cama.

–Todos los días pasamos por esto –me acerqué a él para poner mis manos en sus hombros como señal de apoyo y felicitación–. Ya debiste acostumbrarte.

–Lo sé –suspiró profundo mientras me abrazaba por la cintura pegándome a su cuerpo–. Han sido tres semanas de tortura –se quejó ronroneando contra mi estómago.

Habían pasado tres semanas rápidamente y nuestra vida juntos se convirtió en una rutina; después de clases él me retiraba de la universidad e íbamos a pasear y comer por allí disfrutando tiempo juntos hasta que llegara la hora en que yo iba a un trabajo de medio tiempo en una heladería en la que Bloo compraba helado todos los días cuando faltaban diez minutos para que terminara mi turno y después íbamos juntos a la casa para hacer su rehabilitación o como él le llama: "su tortura"

–Eres un exagerado –reí y traté de apartarlo ya que su boca pegada contra mi estómago me hacía un poco de cosquillas.

–Y tú eres una mandona –volvió a hablar contra mi estómago.

La tela de mi blusa no podía reprimir la calidez de sus labios y aliento e involuntariamente reí revolviéndome un poco.

–¿Cosquillas? –levantó su rostro sonriendo ampliamente mientras hundía sus dedos a mis costados.

–Claro que no –sus dedos no me causaban cosquillas.

Entonces volvió a pegar su rostro contra mi estómago besando o mejor dicho mordiendo y volví a retorcerme. Maldita sea, él acababa de descubrir la forma de causarme cosquillas.

Me retorcí tratando de apartarlo de mí, pero fue inútil, él dio un giro hábil para tirarme a la cama y continuó torturando mi estómago con besos y mordidas.

Suplique entre risas nerviosas que se detuviera mientras pataleaba y trataba de empujarlo por los hombros con mis manos, poco a poco sus besos fueron subiendo por mi torso y el ambiente cambió por completo. Regó besos por mi torso hasta llegar a mi cuello, él estaba sobre mí y mis manos lo acariciaban mientras empezaba a subir su camiseta, tocar su cálida piel es tan placentero que me vuelve loca, loca por él, por tenerlo como lo eh tenido cada día en estas tres semanas.

RUDEWhere stories live. Discover now