Dedicado a Dora
Bueno, desde hace dos semanas, cada vez que estoy sentado frente al ordenador para escribir alguna historia o cuento, mi mente pasa por un ritual, un ritual personal. Uno donde mi mente somete a mi alma a diferentes tipos de situaciones: graciosas, oscuras, espeluznantes, cariñosas y también tristes. Ya sea yendo a donde sea que tenga que ir, mi mente se adueña de vidas paralelas, momentos en las que tal vez muy poca gente haya pasado por eso o por último, nunca haya sucedido eso en la historia. Una vez terminado aquel juego, mi mente saborea aquellos momentos, analiza cada parte de estos y al final, mi corazón decide si me gustó o no lo ocurrido. Tres a cuatro días después, me veo sentado en el ordenador y es ahí donde las letras cobran vida.
Hoy, Halloween para el mundo, día de la canción criolla para Perú, sea cual sea la fiesta que uno desee participar, termina divirtiéndose y mucho. Pero ¿A que quiero llegar a todo esto? ¿Tengo alguna historia para escribir hoy? Pues sí, pero esta vez será un toque distinto a los cuatro anteriores. Hoy les contare acerca de un viaje que tuve.
Siete y media de la noche yo salía de la casa de mi enamorada para regresar a la mía, no tuve que esperar mucho pues antes de que llegase al paradero, un autobús venia hacia mí. ¿Acaso el autobús era conducido por un chofer malvado que escupía fuego y sangre? ¿Y él manejaba como si su misión fuese llevar a todos sus pasajeros al infierno? No y… no. Sigamos con la historia.
El único asiento personal que tenía aquel autobús estaba libre y como yo prefiero un millón de veces sentarme solo en los autos, aproveche el momento. En el comienzo del viaje podía a través de la ventana a unos cuantos niños disfrazados en busca de tiendas abiertas para conseguir dulces. Si lees esto y no vives en Perú, déjame decirte que aquí no se vive Halloween como lo pintan en las series estadounidenses. Aquí las casas no compran bolsas de dulces para dárselos a los niños con disfraces cuando tocan sus puertas. Los niños no van a casas, van a tiendas, acompañados de sus madres para poner en presión al vendedor (por esa razón, la mayoría de tiendas cierran). Los niños piden dulces estando disfrazados o no. Halloween es festejado, tanto por niños pidiendo dulces y por jóvenes disfrazados bailando en alguna fiesta o discoteca. A veces, Halloween puede ser una excusa para robar y la gente sin vergüenza entra a tiendas a robar o simplemente roban en la calle.
Regresando a la historia. En aquel autobús, la cobradora pedía el pasaje a todos los que se habían subido. Ya cuando era mi turno de pagar, la cobradora me vio y no recibió el dinero. ¿Acaso tenía el maligno plan de secuestrarme al final de la trayectoria así cortaba mi cabeza y colgaba mi cuerpo “de cabeza” con el fin de obtener grasa para venderlo a las industrias cosméticas? No, al menos eso creo yo.
Mi viaje dura aproximadamente treinta minutos, el tiempo pasa rápido si uno presta atención a lo que ocurre en la calle. Nunca pensé que esta vez cada detalle lograría despertar recuerdos que tenía escondido en mi cerebro. Ya habiendo pasado más de la mitad del camino, en un paradero pude ver a una señora con sus dos hijitos: una niña y un niño. El niño iba disfrazado de rana, una rana muy peculiar. Tenía lunares blancos por todo el cuerpo y unos pequeños ojos saltones que adornaban la cabeza del niño. La niña, menor que el niño, iba disfrazada de un diablo. Digo diablo porque vestía una manta color rojo y usaba una gorra con dos pequeños cuernos negros. Ambos niños andaban con una gran calabaza de plástico.
Mi mente quedo atrapado en aquellas calabazas. Mi corazón por un momento regreso en el tiempo y sentí que otra vez era un pequeño niño. Un niño cabezón de gafas ovaladas. Mi hermana menor y yo visitábamos la casa de mi tía. Ella nos recibía con los brazos abiertos y en su mesa, había dos calabazas llenas de dulces. Ricos dulces. Disfrute cada uno de esos dulces y recuerdo haber agradecido a mi tía en ese momento.
Verán, no he festejado Halloween hasta el momento. Nunca salí disfrazado de algún monstruo a pedir dulces. Es más, de niño tenía un pavor enorme a las máscaras. Recuerdo que cuando era muy pequeño, mis padres y yo fuimos a un centro comercial. Era Halloween y aquel centro comercial estaba repleto de niños disfrazados. Todos usaban máscaras de diferentes monstruos y yo camine asustado todo el tiempo que estuve en aquel lugar con los ojos cerrados, hinchados y húmedos.
Mi mente regresó al presente pero tenía a mi tía en la mente. ¿Cómo estará ella? ¿Estará repartiendo dulces allá? Dios, deseo que sí.
Ya faltaban unas cuantas cuadras para llegar al paradero final y yo miraba el exterior. Ahora veía a más niños disfrazados caminando hacia una misma dirección. ¿Acaso Jesús regresó con nosotros y los niños son los primeros en saberlo? No, era otra razón.
El autobús dobló en una esquina para acortar el camino. Una luz naranja iluminaba aquella calle que estaba a punto de pasar al costado. Una fila india de pequeños monstruos, princesas y súper héroes se formaba en dirección a aquella casa de la luz naranja. Estaba decorada con telarañas falsas y calaveras de juguete. Una señora con un gran sombrero de bruja estaba parada en la puerta y ofrecía a cada niño una gran cantidad de dulces. La fila era larga y todos los niños miraban impacientes a la puerta, esperando que no se acabe los dulces cuando sea su turno pienso yo.
-¿Qué hace la señora? –preguntó la cobradora al chofer.
-Esa señora hace eso todos los años –respondió él-. La señora se loquea con eso pero al menos es la única que da dulces a los niños.
-vamos rápido para traer a Camilita a que pida dulces –replico ella. Él rio.
El autobús llegó a su paradero final y ahora solo quedaba caminar unas pocas cuadras para llegar a casa. En el camino muchos jóvenes (de mi edad aproximadamente) iban hacia…hacia… alguna parte donde bailaran y lucirán sus disfraces. ¿No te gustaría hacer eso? Pues sí. Disfrazarme sí. ¿Para bailar e ir a fiestas? No. Lo más probable para hacer el ridículo en la calle, por supuesto, mientras ande con una máscara que cubre toda mi cabeza.
Mi tía, las calabazas llenas de dulces, mi tía, los momentos que compartí con ella mientras estaba con nosotros, mi tía, los apretones y los pellizcos que recibía de ella cuando iba a molestarla, mi tía, el día que tuvo que viajar a otro país para tener una vida mejor. Todos esos momentos inundaron mi cabeza mientras caminaba de regreso a casa. ¿Por qué cada palabra se me está haciendo difícil de escribir? Una pantalla de agua hace borrosa la imagen del texto mientras escribo. ¿será la pantalla o mis ojos los que me fallan? No lo sé.
Ya solo faltaba una esquina de mi casa y sin saber por qué, yo estaba esperando que mi tía abriese la puerta y me recibiese con un abrazo mientras detrás de ella, una calabaza llena de dulces me esperaba con ansias. Mi hermana abrió la puerta y todo regreso a la normalidad.
Ahora yo estoy aquí escribiendo esta historia. No es una historia que mi cerebro haya elaborado. Es un suceso que acaba de ocurrir. Disculpen si hasta este punto los he aburrido o no les haya gustado lo que he escrito. Es solo que esto era algo que necesitaba ser expresado de alguna manera y no encontré otra mejor forma que esta.
De aquí, con todo el cariño y el amor que pueda expresar, no saben lo ansioso que estoy por volverlos a ver.
Feliz Halloween a todos ustedes… y claro, feliz día de la canción criolla también.
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Película de agua en los ojos del autor
Non-FictionEl corazón traiciona a la mente. La mente traiciona a la pluma. La pluma traiciona al escritor. El escritor queda expuesto ante todos con miedo a no ser atacado por mostrar su naturaleza.