Flor marchita

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Comienzo a toser de manera frenética; esta vez son pétalos rojos, aunque el color ya no tiene importancia. Solo soy capaz de arrastrarme por las orillas de los aparentes charcos de agua estancada, el aroma a humedad invadiendo mis fosas nasales. Otra vez el mareo acompañado por nauseas, buscando refugio en unos muros enmohecidos y que se extienden de manera indefinida por lo largo y ancho. No hay cielo ni final, solo un panorama de falsedad.

El tacto frío y grumoso me estremece, sin lograr retener las arcadas vomitando en un espacio pequeño y acuoso. Los colores se entremezclan y forman un prisma en el estanque, la cabeza de un diminuto renacuajo asomándose y dibujando círculos en la superficie antes de volver a sumergirse en las profundidades de lo desconocido. Nuevamente, pétalos de matices cálidos descienden de mi boca a son del viento y originan unas ondas circulares al entrar en contacto con el suelo, retorciendo mi reflejo hasta perder la forma "humana". Me limito a quitarme los restos que puedan permanecer en mi rostro y sigo el camino de la incertidumbre.

A cada paso que doy, el sufrimiento se vuelve más insostenible. Un dolor agudo recorre mi espalda una vez que freno para descansar, sintiendo como mis pulmones son quemados a medida que respiro aquel aire contaminado. Una sustancia cristalina mana por mis ojos, trazando una fina línea por las mejillas que se multiplican con el incremento de la misma. Muevo una mano de forma que un par de gotas caen como lluvia sobre la palma; lucen un aspecto inofensivo, mas decido abstenerme de clasificarlo como lágrimas.

Mis párpados se vuelven pesados y mi visión borrosa. Hay zonas de mi cuerpo que ya no reaccionan, la idea de un alma en pena parecida a la imagen del presente. De cualquier modo, la agonía es necesaria para huir de la sombra de la locura. Pensamientos gélidos me atrapan y retienen en un abismo de niebla. Te sientes ahogado por lo densa que es, el abrazo del fenómeno terminando en un apasionado final lleno de agridulces sentimientos, obra del simple letargo que es dejarse a merced del porvenir.

Perdí la cuenta del total de veces que he regresado a esta pesadilla basada en recuerdos. Es un ciclo, donde se repiten fracciones de la historia cuyo desenlace siempre soy yo, siendo perforado en el abdomen. El filo del acero glacial atraviesa mi carne en un movimiento lento que me roba el aliento, iniciando el cotidiano recorrido por mis entrañas. Solo puedo reaccionar con un grito ahogado que se pierde entre las extensiones del vacío, cuando dejo de sentir aquella presencia, dando origen a mi viaje entre la realidad y la fantasía.

Las flores siguen en aumento, pero ya estoy acostumbrado a vivir con ellas. Desde temprana edad, nacen al momento de un corte y crecen cuando entran en contacto con la atmósfera, alimentándose de la luz. Pero así como florecen, mueren. Llegué a la conclusión que se tratan de formas frágiles. No poseen la capacidad de aguantar, aunque sea por un corto periodo, dentro de las fauces de la vida, por lo que sus cuerpos perecen en un suspiro y ceden ante la presión que representa la existencia. Su forma característica se deshace en una danza tradicional mientras descienden agrupados en parejas o en solitario por un camino invisible hasta el suelo, donde solo alcanzarán a aterrizar algunos pétalos, puesto que otros son llevados por el viento para que perdure aquel baile de la muerte, reafirmando mis ideas que conceptualizan al destino como algo sádico.

Soy cómplice de un exclusivo acto digno de una obra teatral que, irónicamente, carece de diálogos y en donde el protagonista permanece solo durante toda la función, pero que de alguna manera rebosa vehemencia. No existe un director que guíe hacia dónde se orienta el juego, ni un texto al cual aferrarse en los momentos de confusión. La escenografía de ensueño oculta su verdadera naturaleza tras una capa de bruma que genera formas etéreas, silbidos, el chasquido de la madera quemándose, el oleaje y el sonido de la multitud mezclándose entre fauna y flora.

El llamado desgarrador de una voz retumba en mi mente y me paraliza. La energía residual en confinamiento dentro de las hojas que representan ese día se vuelve presente, y yo cierro los ojos como respuesta. Aquella intervención aparece esporádicamente, cuando lo hace desencadenando en mí una serie de escalofríos que me hacen gimotear. Vuelvo a toser, y más pétalos salen a flote. Con una mano temblorosa, pese a que vacilo en mi decisión, alcanzo a agarrar uno en el aire y lo froto entre mis dedos. Se siente cálido, pero viscoso. Al final, se deshace sin más.

Palpo la herida y me estremezco. Como si recuperara los sentidos luego de un despertar abrupto, un olor familiar se hace presente. Los pétalos comienzan a gotear. Un mal sabor en la boca acompaña al cansancio. La tos incrementa y me cubro con la mano. Al verla de nuevo, está oscurecida. Respiro agitado, la necesidad de sentir que sigo vivo nublando mi juicio. Ya no tengo fuerzas.

Tropiezo en mí andar, caigo y me levanto. Una y otra vez hasta que... solo me rindo.

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⏰ Última actualización: Nov 13, 2019 ⏰

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