Realidad Desconectada

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Revisé las estanterías y saqué todas la botellas de vino que encontré. Quería borrarme, quería olvidar, quería embriagarme hasta perder la conciencia. Miraba al rededor, todo lo que me rodeaba era un castillo de mentiras lleno de cosas que no tienen sentido.

Comencé a beber, la idea era no pensar pero las imágenes venían a mi mente sin que pudiera hacer nada. Ahora las veía con claridad, las ausencias de Reiju en el trabajo, su rechazo al alcohol, las conversaciones, las miradas, todo. Ahora todo encaja. No sabía qué era más doloroso, si el hecho de no poder tener bebés, que mi amiga en la que confiaba me robara a mi marido que por cierto ya tenía un tiempo de ignorarme o que a mis treinta y dos años mi vida era un total fracaso.

La presión social, el estatus, mi madre, la maternidad, el trabajo y prácticamente todo se derrumbó. Las respuestas a mis preguntas acerca de mi futuro eran sólo de incertidumbre. La pena y el dolor me estaban quemando, me estaban consumiendo al punto en que no tenía claro mi espacio en la realidad.

¿Se puede enloquecer después de esto? ¿Qué sigue? ¿Qué hago? Vueltas y vueltas sin encontrar nada a lo que aferrarme. Vagando entre lo que me decía el corazón y lo que gritaba mi mente, mi cuerpo se perdió y cayó en un sueño etílico muy profundo. Dormí hasta el día siguiente.

Un ruido en el primer piso me despertó. Varios hombres cargaban con algunos muebles de la casa. Despeinada como estaba bajé a ver qué pasaba.

— ¡Oigan! ¿¡Pero qué diablos!?

— Buenas tardes, señora Robin

— ¿¡Qué mierda está pasando aquí!?

— No se altere, nuestro jefe nos mandó por algunas cosas, por lo de su mudanza ¿Comprende? Yo sólo cumplo sus órdenes — me entregó una lista de las cosas que mandó a buscar el muy desgraciado.

Se estaban llevando todo. En lo personal, me importaba un soberano rábano lo que Law hiciera con las cosas, la casa, los autos, si quería podía llevarse hasta el aire, yo ya estaba destruída.

Salí con una resaca infernal, me puse gafas de sol para conducir directo al supermercado, quería comprar más vino, necesitaba un barril.

Ya cuando volví con mis etílicas provisiones se había hecho de noche, los hombres que había enviado Law, en efecto, se llevaron la mayoría de las cosas, la casa había quedado casi vacía, sólo me dejó un tocadiscos con un miserable vinilo que ni siquiera me gusta, un par de cómodas, una silla, cosas sueltas, cosas random. En el armario no había nada de él. Decidí llamar a Lola con la intención de que me escuchara, debía hablar con alguien de esto.

— ¿Cómo estás?

— Amiga, ¿Puedes venir a mi casa?

— La verdad no puedo, estoy llena de trabajo acá en casa y... — se podía escuchar que sus niños tenían un griterío del infierno —. ¿Es muy urgente?

— Es que... Reiju y Law

— ¡Oh, te lo contaron! ¡Vaya! Lo siento

— Espera, ¿Tú sabías?

— Ay, amiga. No, o sea, sí... Ay, no sé cómo de...

Le corté con la boca abierta de asombro. Lola también sabía lo de esos malditos traidores y ella los encubrió, era otra maldita traidora. En vez de sentirme mejor con la llamada, terminé de confirmar que no podía confiar ni en mi sombra. ¿Desde cuándo lo sabía? ¿Desde cuándo todo el mundo se reía de mí a mi espalda? Maldición, estaba harta. Lloré, lloré como nunca.

Puse el único vinilo que me dejó el muy hijo de puta y me puse a tomar como condenada a muerte. Bailando al son de un bossa nova melancólico, sacándole hasta la última gota de vino a la botella, sin darme cuenta terminé en la azotea de mi casa con el celular en una mano y la botella en la otra. Caminaba sin rumbo de un lado a otro en el tejado, sin mirar a nada en particular.

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