Día 14. Descuidado - Overgrown. Ícaro.

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Cuando se miró en el espejo cubierto de polvo, apenas pudo reconocerse. Pasó su mano derecha por su cara, tratando de fijar su vista cansada en la de su reflejo. La imagen de agotamiento era más que obvia. Ojeras que comenzaban a formar bolsas en la parte inferior de sus ojos, barba y bigote completamente desaliñados, enredados, por no hablar de cómo le había crecido el pelo desde la última vez que se prestó atención a sí mismo.

—"Cuídate un poco." — Fueron las palabras de Claus la última vez que se vieron, hace más de diez días. Sin duda había seguido su consejo, desde luego. Se echó hacia atrás el pelo con las dos manos, antes de volver a clavar la mirada en aquel espejo.

Había pasado demasiado tiempo inmerso en todos los rincones de la que fuese casa de sus padres, y todo por un fugaz pensamiento que comenzó a carcomer su mente. Imágenes, cartas, textos... Allá donde mirase todo alimentaba esa incertidumbre que durante días le había hecho preso entre aquellas cuatro paredes que tanto detestaba, y que al mismo tiempo no podía abandonar a su suerte.

Dormir, apenas había dormido. No había rozado su cama, siendo los únicos momentos de descanso aquellos en los que sin darse cuenta comenzaba a cabecear sobre el montón de libros, de polvo, de documentos, de lo que fuese que en ese instante estuviese leyendo.

¿En qué momento había dejado de sonar la música...?

Apartó la mirada de golpe del espejo, buscando la caja de música que en algún momento se había detenido sin él percatarse de ello. Observó a lo largo de toda la sala, repleta de tomos, papeles y todo tipo de trastos, hasta dar con ella. Cerrada, sobre el escritorio donde recordaba haberla dejado. Se pasó la parte exterior de la mano sobre la nariz, aliviando así el picor que el polvo en suspensión le estaba provocando. Con cierta torpeza, y evitando pisar como buenamente podía alguno de los libros que invadían el suelo, llegó hasta el escritorio, rodeando con sus manos la caja de música.

La observó unos segundos, repasando los grabados de ésta con sus dedos. Eran formas abstractas, de madera barnizada hace ya décadas seguramente, pero aun así se mantenía intacta ante el paso del tiempo.

Cogió aire, resoplando a continuación con fuerza, y haciéndose con la caja de música en su mano derecha. Dándose media vuelta, se dirigió así hacia el exterior de aquel caos. Avanzó por el pasillo con paso decidido, entrando en una de tantas puertas que solían permanecer cerradas en aquella casa. Un lavabo seco, un barreño lleno de agua, una bañera cubierta de polvo, toallas, espejos... Más de lo necesario en un aseo para lo que Ícaro realmente necesitaba.

Dejó la caja de música cerrada sobre una cómoda de madera blanca, desabrochándose a continuación la camisa que en sus mejores días fue azul, pero que en aquel momento había adquirido un color amarillento bastante desagradable. Una vez quedó su torso al descubierto, regresó al frente del espejo, junto al lavabo y el barreño de agua. Volvió a mirar su reflejo, sin demasiada mejoría respecto a su igual de otra sala. Quizá el deshacerse de esa camisa desgastada había ayudado a dar una apariencia menos pordiosera.

Con su mano izquierda, sabiendo que la caja contaría con cuerda más que suficiente, Ícaro abrió la tapa, dejando que la música comenzase a sonar.

[https://youtu.be/fUvG1o18dLU]

Con cierta parsimonia, agarró un pequeño bote de cristal, vertiendo un par de gotas de su contenido en el agua. En apenas unos segundos, un olor algo exótico, pero no excesivamente fuerte, comenzó a llenar la sala. Sumergió así un pequeño paño blanco en el agua, escurriéndolo con fuerza después, antes de llevárselo a su cuello, hombros, pecho y resto del torso. Al principio recorría su cuerpo con cierta suavidad, pero más tarde acabó por frotar con bastante fuerza, recorriendo los chorros de agua su espalda, y su barriga, mojando sus pantalones.

Se había quedado descalzo antes de empezar, por lo que enseguida notó cómo el suelo comenzaba a llenarse de agua debido a la fuerza con la que pasaba aquel paño húmedo. Tras varios minutos, un trapo seco algo más grande alivió la sensación que el agua había dejado sobre él.

Dejó caer ambas piezas de tela al suelo, volviendo a dirigir su atención a su imagen en el espejo. Unas tijeras fueron lo siguiente que fue a parar a su mano derecha, y, con cierta habilidad, comenzó a recortar cualquier atisbo de rebeldía en la barba. Había crecido bastante, y afeitarse de ligeramente no era algo que entrase en sus planes en aquel momento, por lo que retirar los flecos que sobresalían sería más que suficiente. Los aceites y el cepillado que en algún momento habría de usar y realizar, darían una sensación de limpieza óptima, como acostumbrar a hacer antes de cualquier evento importante.

Dejó finalmente las tijeras junto al lavabo, bajando la mirada levemente, dirigiéndola al barreño de hojalata lleno de agua que tenía a mano derecha. Alzó una vez más la mirada hacia el espejo, viendo ahora a un Ícaro completamente diferente.

Entrecerró ligeramente los ojos, no dando crédito a cómo aquella imagen podía corresponderse con él. Era como... como si aquel reflejo estuviese riéndose de él. Aquella sonrisa, aquella mirada de soberbia, aquella... arrogancia y altivez.

Parpadeó un instante, y ante él, la viva imagen de su padre apareció ante él. Le observaba como siempre lo había hecho. Superior, insoportable. Feliz cada vez que su hijo sufría, en especial cuando él era el causante de tal sufrimiento. Siempre había sido igual.

Ícaro apretó los dientes, apartando la mirada hacia un lado. —"¡No te atrevas a dar la espalda a tu padre!"— Aquellas palabras hicieron un eco infernal en la mente de Ícaro cuanto éste dejó de observar al espejo. Como acto reflejo, sus ojos volvieron al frente, furiosos, donde ahora sólo estaba él, observándose a sí mismo, a apenas unos centímetros frente a frente.

De reojo, volvió a observar aquel barreño lleno de agua, con el que se hizo usando ambas manos, y de manera un tanto brusca, poniéndolo ante él. Agachó la mirada hacia el agua, dando una vez más con su rostro, completamente diferente al que podía verse en el espejo. El primero reflejaba su ira, el segundo, sobre el agua, era de pánico.

Clavó su mirada en el primero, frente a él, aún con el barreño en sus manos. Retrocedió lentamente, sin dejar de ver su rostro colérico riéndose de él en aquel espejo. Se sentó en el suelo con relativa calma, a pesar de notar cómo sus nervios comenzaban a aflorar. Aún miraba al frente, donde únicamente dos puertas de madera de la cabina bajo el lavabo era lo que podía ver. Entre sus piernas, el barreño de hojalata temblaba ligeramente entre sus manos.

Se negaba a observar aquella imagen. Se negaba a observar a aquel Ícaro presa del pánico.

Sin premeditación alguna, cogió aire, alzando el barreño sobre él, y vertiendo por completo todo el agua sobre su cabeza. Un fugaz instante de victoria pudo quizá dejarse ver en algún punto de su mente, pero si así fue, el terror se encargó de que desapareciese de la misma forma.

Lanzó con fuerza el barreño vacío, llevándose las manos a la cabeza. Los golpes resonaron por todo el lugar, haciéndose después el silencio. Enmudeció también la caja de música, dejando escuchar únicamente las gotas e hilos de agua que recorrían a Ícaro y caían en el suelo encharcado.

Sólo la figura de la doncella que hasta entonces había bailado al ritmo del tintineo de la caja de música, fue testigo del grito desgarrador que siguió a aquel instante de calma y silencio.

FicTober 2019Where stories live. Discover now