La ilusión de Helena

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Helena subía las escaleras blancas que la llevaban a sus aposentos. Ese día brillaban más que nunca, se notaba que las iban a pisar por primera vez en décadas unos reyes que no eran sus padres. Al entrar a su grandiosa habitación advirtió la presencia de dos caras conocidas. La primera figura era la de una mujer de largos y rubios cabellos rizados, con una expresión seria però sonriente y una piel pálida. Era Lara, la sirvienta que cada día le hacía las camas a la princesa. Estaba junto a la modista real, doña Eugenia, que venía a enseñar a Helena las diversas opciones que tenía para la boda:
—¿Cual cree que es más adecuada para una señorita de su índole?— Preguntó doña Eugenia.
— Definitivamente el blanco con la flor símbolo de nuestra familia en el busto es perfecto para una boda solemne i pura como la mía.— Respondió Helena.
— Perfecto, entonces vamos a probárselo y a ajustarlo a sus justas medidas, Alteza. —
En ese momento la costurera se puso manos a la obra. Mientras la modista trabajaba, Helena Garyen fantaseaba con la boda que se iba a celebrar a los pocos días. No podía creerse que se fuera a casar con el príncipe Lyon Pyter de Palagan. Ese hombre tan apuesto con el que todas las damas soñaban. Las jóvenes nobles de la corte que habían tenido el placer de conocerlo, lo describían con todo lujo de detalles. Decían que tenía la piel rosácea y era de estatura media. Resaltaban en él su pelo del color de la madera, bastante corto pero rizado, sus ojos miel, pero sobre todo le hablaban de su espectacular físico, ya que según ellas ese cuerpo era el de un rey como el de las leyendas. No se podía llegar a imaginar que ese hombre fuera el que la iba a desposar.
Fueron pasando los días y Sam, el mayordomo de la familia de Helena, le iba anunciando todas las familias nobles que iban a acudir a la boda: las familias Viran, Rolp y Linus, vasallas de su padre, toda la familia del principe Lyon, los príncipes de las islas Carod... La lista cada día iba aumentando, poco a poco, a la vez que la ilusión de Helena por la boda, acontecimiento que veía ya a los quince años de edad como su único objetivo vital, junto con tener muchos hijos y cuidar de su marido. Creía que cuando el príncipe Lyon llegara, ella inmediatamente corroboraría su enamoramiento hacia él. Ante todas esas expectativas, cada día le daba gracias a su padre, Espil Garyen, por haber organizado la boda mejor para ella, siempre pensando en su felicidad.

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⏰ Última actualización: May 03, 2020 ⏰

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