Al día siguiente hablamos.
Te pregunté si habías aprobado tu examen.
Por desgracia me dijiste que no lo pasaste.
Me dió miedo que no aprobaras el segundo examen de recuperación.
Si no lo hacías tendrías que irte de la escuela.
Ya sería muy mala suerte que ocurriera por segunda vez que alguien que me gusta tenga que irse por reprobar un maldito examen.