Lo que es quererte: pt. II.

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Ahora me gustaba Cultura Profética, gracias a ti.
Y Alt-J, y The Strokes, y también Silvio Rodríguez.
Y después de no conocer de muchas cosas que me ahora llenan el alma de gozo, sé que estuve mucho tiempo sin sentirme viva en su totalidad.

Mis sábanas siempre han estado heladas, y tú, muy bien, sabías lo mucho que me gustaba rozar mi pierna contra ella, como una manía adquirida desde pequeña, para poder dormir. Y te reías porque te causaba ternura. La cuestión es que no sabía que me gustaba, aún más hacerlo, cuando estabas cerca de mí y te quedabas a dormir. Quizá era por el hecho que sabía que estaba acompañada y que el frío, a pesar de relacionarse con la soledad, no se sentía así porque estabas tú. O porque sabía que calentarías ese pedacito de espacio con tu cuerpo cuando me abrazaras por detrás, como cada noche en la que te quedabas junto a mí.

Odiaba estos días sin ti.
Y te odiaba a ti.
Y odiaba el hecho de no poderte decir "mi amor" de nuevo, porque, de pronto, ya no lo eras... aunque deseaba a gritos que así lo fuese. Y me preguntaba con insistencia cómo pueden cambiar las cosas de una manera tan rápida, como haciéndole competencia a la velocidad de la luz... y es que, en un abrir y cerrar de ojos, pasamos de serlo todo a serlo nada y a tener que obligarnos a olvidar. Pero dime, ¿cómo? Si yo no puedo.
Ni tampoco quiero.

Te odiaba. Te odiaba.
Y era la única manera que encontraba para no repetirte a ti, y a mí misma, lo mucho que te amaba. La falta que me hacías. Y lo desesperada en que me sentía por querer regresar el tiempo y tenerte de nuevo.
Te odiaba porque era mi escape para que no doliera tanto.
Te odiaba porque no podía cambiar nada.
Y me sentía impotente, y no escuchada, y con un nudo en la garganta que me ahogaba por las noches. Como si el agua llenara mis pulmones y no hubiera remedio.

Y a veces escuchaba el mar, y veía las conchas, en mi escritorio, que me regalaste en la playa cuando nos fuimos lejos de todos. Volvía a tocar tierra firme y me imaginaba el agua acariciando mis pies en la orilla. Tomabas mi mano y parecía no existir nada más que nosotros, esa noche, con el frío viento rozando nuestra piel desnuda, conectándose con el universo.

Te quería. Fuerte, intensamente, sin pudor.
Te quiero, y todo se vuelve más real mientras lo escribo en una hoja blanca que parece gustarle la manera en que la lleno de letras tuyas y mías.
Todo fluye.
Y aún así, a pesar de ver todo borroso a mi alrededor y de sentir el pecho caliente; aún a pesar de sentirme flotar entre recuerdos, la realidad sigue siendo mía y a la vez ajena a mí. La razón por la que a veces no quiero levantarme porque no quiero luchar contra ella.

Te quiero, y nada está bien.

Pero aún así te quiero. No te odio. No podría hacerlo, y pensarlo sería un pecado... pero, oye, qué fácil sería todo...

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