Día 23: Acmé || Inglaterra x NyoFrancia

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Arthur mira por última vez la silueta de Marianne tras la ventanilla. El médico hace las últimas observaciones en su informe, la máquina que marca el ritmo de su cansado corazón suena cada vez más despacio, mientras siente que el propio comienza a desvanecerse junto a ella.

Su esposa, la mujer a la que más amó en la vida, demacrada por un cáncer de útero que la subyugó.

Ahora, delgada como una figura cuyo fin no es ser bella sino reflejo de la anatomía humana, Arthur se pregunta a dónde se fue la sonrisa, la mirada azul, su peinado recogido. Su cabello está fino, opaco, seco, su piel gris, su rostro como el de un muerto.

Arthur recuerda que en los primeros días de su enfermedad, ante ese aspecto, le daba miedo dormir a su lado.

El cáncer de útero ha llegado a su acmé; ella, en cambio, ha tocado fondo.

El médico sale, Arthur toma la mano de Alfred y Matthew, los hijos que Marianne lo hizo engendrar. Le informa que su mujer no pasará la noche, tal vez ni siquiera esté viva al atardecer.

—Los dejaré a solas un momento con ella —dice.

Arthur asiente. Al entrar, Matthew se pega a su pecho, Alfred intenta contener el llanto. Ya no son tan pequeños, tienen trece años, pero Arthur siempre los verá como niños y por eso desea hacerlos salir para que no vean tan horrible cuadro, pero no es justo que no puedan despedirse de su madre, aunque ella tal vez no los escuche.

Ni siquiera saben si siente dolor, si la han alimentado, si ha necesitado algo.

Es Arthur el que toma su mano. Alfred y Matthew permanecen a los pies de la cama. Marianne no abre los ojos. No lo hará nunca más y se irá sin mirarlos otra vez.

No es capaz de decir nada. Y como si ella supiera que estaban allí, como si pudiera sentir su presencia, la máquina suena en un pitido eterno. Arthur se negó a que la reanimaran, qué sentido tendría traerla de vuelta a la vida si ni respirar podía.

Los chicos sollozaron, él sintió que las lágrimas le salieron sin autorización. Luego, la firma del cónyuge. A los días, el ritual que tanto tiempo amenazó con llegar.

Arthur llevó consigo, a partir de ese día, una fotografía de ella cuando eran novios. Siempre fue hermosa; cuando la conoció, cuando se casaron, cuando nacieron sus hijos, incluso cuando le sonreía con demacrado encanto.

Fue allí, en esos días de libertad, donde jugueteaba con la juventud y la incertidumbre, que el máximo esplendor la rozó junto con él.

Y no iba a irse jamás.

—444 palabras—

Nota final:

El reto lo hice bien a mi manera, así que sepan perdonarme por favor si lo que hice no tiene nada que ver.

APH: Fictober 2019Donde viven las historias. Descúbrelo ahora