7. Caos

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Cierta mañana, ya al inicio del verano, aquel joven actor comenzaba a sentirse diferente. Él no se daba cuenta de que solo había encontrado otra forma de esconder sus sentimientos.

El incesante teclear de la máquina de escribir llenaba por completo aquella habitación, el vapor que expedía la taza de té inglés le aportaba una sensación de calidez al inundar el ambiente, mientras que el continuo y repetitivo murmullo del muchacho confiaba alegría. Sin duda alguna, estaba seguro de que haber iniciado aquel proyecto era la mejor decisión que había tomado desde el accidente de Susana; y el mérito era solamente suyo.

Pasado el mediodía tomó un breve recesó, suficiente como para preparar un sándwich y revisar el correo; aún no tenía deseos de comer bien y por el momento no sabía cómo continuar con su labor.

—Candice White... —resopló al tiempo en que leía el remitente del sobre—. ¿Qué haré contigo, Candy?, ¿Cómo te hago entender? ¿Por qué no eres capaz de darte por vencida?

Con pereza abrió un cajón del escritorio en donde, a primera vista se notaba al menos media docena de correspondencia proveniente de Chicago. Soltó un pesado suspiro admitiendo para sus adentros que, a partir de la tercera misiva ya ni siquiera se tomaba la molestia de abrirlas. Realmente no comprendía el porqué de tanta insistencia.

Haciendo a un lado el asunto, terminó su almuerzo y continuó con aquella labor que lo había mantenido agradablemente ocupado durante esa temporada.

Ya no permitiría que nada ni nadie lo distrajera de las metas que se había planteado y sobre todo de aquello que deseaba.

•••

Estaba molesta y aún así, Candy se arregló para asistir a la dichosa cena con Albert.

Por más que pensaba no lograba entender porque no se había comunicado antes con ella, que con Terry; aquello le generaba un presentimiento extraño y, por supuesto, intentaría averiguar lo que ocurría.

Siendo esa una noche especial para ella, habría preferido quedarse en casa, con su esposo y con la sorpresa que le tenía preparada; en cambio, estaría con mucha más gente de la que había planeado.

Molesta y desilusionada, eso era poco comparado a todo aquello que escondía tras su sonrisa, pero al menos podría charlar con Albert y eso la alegraba. Seguramente había visitado la ciudad junto con Marcia, Archie y Annie. Siendo así, la noche no sería suficiente.

Era claro que Albert estaba más que feliz de recibir a la apreciada pecosa. Y a pesar de que Candy había deseado que el resto de sus amigos también estuvieran presentes, no fue así; pues para el patriarca Andrew aquel se trataba de un viaje de negocios que únicamente duraría dos días más y solo George lo alcanzaría al siguiente día.

—Pequeña; ¿por qué vienes sola? ¿Dónde está Terry? —no esperaba que aquella pregunta surgiera tan pronto cruzó la puerta.

—Él está en una reunión. —mencionó sin ganas de tocar el tema—. Pero cuéntame; ¿Cómo están todos en Chicago?

Ambos rubios estaban felices de poder charlar de nuevo y mientras esperaban al actor, hablaron sobre diversos temas.

—Señor; la cena está lista. —anunció el ama de llaves, después de una hora, tal como lo había acordado el rubio con anterioridad.

—Gracias —luego de confirmarlo en su reloj, meditó, se rascó la barbilla con suavidad y, sin dejar de observar la incomodidad de Candy, se levantó—. Cenemos antes de que sea más tarde.

—¡Oh! Sí. Claro —estaba contrariada—. Imagino que la junta de Terry se alargó más de lo que él esperaba.

—No tienes porque disculparlo. Sé muy bien cómo es esto. También soy un hombre de negocios; ¿Recuerdas?

—Claro —sonrió con un poco de ansiedad.

La tensión de la rubia aminoró conforme avanzaba la cena; sin embargo, Albert no podía dejar de observar cada uno de sus movimientos y actitudes.

—¿Candy? —cuando aparentemente ya no tenían ningún otro tema de conversación, Albert decidió indagar—. ¿Recuerdas que, hace ya algún tiempo, prometimos contarnos todo?

—Sí... —la desazón regresó y anunció su presencia acompañando esa palabra; justo cuando comenzaba a volver a tranquilizarse—. ¿Por qué?

—Me preguntaba... ¿Terry te trata bien?

—¿Cómo?

—Mi intención no es entrometerme. De verdad. Pero te noto extraña —procuró tocar el tema con el mayor tacto posible.

—¿A qué te refieres?

El ama de llaves, con apoyo de una mucama, entraron para ocuparse de retirar los platos ya usados y servir el postre. Albert les hizo una seña para que se apresuraran y una vez que se retiraron, continuó.

—Detrás de tu sonrisa hay demasiado nerviosismo y tristeza —ella suspiró y apartó la mirada —. Te conozco desde que eras una niña, me has confiado hasta tus peores momentos.

—Lo sé... —jugueteó la cucharilla del té—. Sí hay alguien que puede darse cuenta de un cambio en mis actitudes; eres tú —admitió con pesar.

—No nos habíamos visto desde tu boda y en las cartas suele ser difícil percibir los sentimientos. Puedes confiar en mí. Lo sabes. Lo importante es que, pase lo que pase, seas feliz.

—Lo que sucede es que... —tardó un poco en ordenar sus pensamientos y las palabras que usaría, antes de tomar valor para pronunciarlas—. No es como esperaba...

—¿A qué te refieres? —insistió al ver que la chica no continuaba.

—Es que... —lo miró suplicante, para ella era difícil admitirlo—. El matrimonio. Nunca pensé que sería así.

—¿Cómo? —trataba de alentarla a hablar.

—Pues, así. Tan solitario y frustrante...

—¡Albert! —de forma inesperada, Terry entró al comedor con una gran sonrisa—. Disculpa la demora...

•••

Estaba cansado de la tanta porquería que seguía ensuciando su vida y aquello que escribía lo demostraba. Quizá no narraba su diario; sin embargo, todo el dolor y la angustia que sentía eran palpables en el texto.

Sin duda alguna era un buen desahogo. En aquel relato descargaba todo aquello que lo atormentaba y por eso procuraba pasar la mayor parte de su tiempo libre en ello. Deseando poder terminar lo antes posible, sin importar las noches en vela ni los momentos de ayuno. Todo era parte del sacrificio que estaba dispuesto a dar en aras del éxito. De su propio éxito; de su propia liberación.

Tenía nuevos y grandes planes para sí mismo, para su futuro; planes solo para él. Estaba decidido a hacer lo que fuera necesario para mostrarle al mundo de lo que era capaz.

Quería cruzar el océano y restregar en la cara de su padre, todo aquello que había logrado sin la ayuda de su inútil título nobiliario; quería avergonzarlo, quería humillarlo y hacerle ver qué, a pesar de los obstáculos y las migajas de cariño que recibió de él, había logrado trazar su propio camino, había logrado ser algo más que el heredero del ducado de Grandchester.

Tenía ganas de ir a Chicago, acompañado de alguna hermosa y despampanante chica, para mostrarle a Candy que él ya había cerrado ese capítulo de su vida, quería demostrarle que a pesar de todo por lo que había pasado, aún era capaz de salir adelante y sin necesidad de nadie. Tal vez así, finalmente dejaría de mandarle tantas cartas.

Tal vez así, al fin podría librarse de todos los fantasmas del pasado que aún lo rondaban y atormentaban. Tal vez...

••• • •••

Por Ahora, Por un PocoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora