Pumpkin Boy

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—Veeengaa, te prometo que a las ocho estoy de vuelta. ¡No se enterarán de que no estoy! ¡Están tan ocupados entreteniendo a los pesados de sus invitados que se pensarán que me he ido a la cama!

El elfo se encogió ante su tono.

—Dobby sigue sin creer que esto sea una buena idea, amo Draco.

—¡Me da igual lo que creas! —espetó Draco—. Esta es mi última oportunidad de hacer esto antes de que tenga que pasar todas las noches de Halloween en Hogwarts, y no vas a ser tú quien me lo estropee. Es una orden.

Draco se llenó de orgullo cuando Dobby se inclinó ante él y extendió el brazo. ¡Lo había conseguido! ¡Había convencido a Dobby! Merlín, de verdad iba a hacerlo. Iba a escaparse al Londres Muggle. Todos sus amigos habían dicho que lo harían ese año, y Draco estaba decidido a ser el que tuviera la mejor historia que contar cuando volvieran a verse.

—¿A dónde? —musitó el tembloroso elfo—. ¿Al centro de la ciudad?

—No. Ahí es donde van a estar todos mis amigos, y quiero que mi historia sea una sorpresa. Llévame a... —Miró a su alrededor, tratando de recordar el nombre de algún lugar Muggle que conociese. Se encogió de hombros—. Al último sitio Muggle al que mi padre te haya mandado Aparecerte.

Con un estallido ruidoso y un tirón en el estómago, Draco y Dobby se Desaparecieron.

Draco miró a su alrededor y puso mala cara.

—¿Dónde estamos? Este sitio es espantoso. —Y daba un poco de miedo, pero eso no lo dijo en voz alta.

—En P... Privet Drive, amo Draco. —Dobby soltó su mano—. Aquí es donde...

—Me da igual. ¿Dónde están las casas y los niños?

—Por aquí, amo Draco.

***

—¡Jade, espérame!

—¡Uuuhh, voy a mataros!

—¡Aaahhh! ¡¡¡Noooo!!!

Harry soltó una risita. Aquel debía de ser el disfraz de fantasma más absurdo que había visto en toda la noche, pero esas dos idiotas estaban corriendo como si les fuera la vida en ello. Qué crédulas eran; ¡los fantasmas ni siquiera existían!

Se llevó a la boca otra de las chocolatinas que había mangado de la bolsa de Dudley. Le quedaban cinco. Tendría que acabárselas antes de que los Dursley volvieran a casa, o sin duda se metería en un lío.

Otro grupo de niños se acercó al número 4 de Privet Drive, y Harry los espió por entre las fucsias de tía Petunia. Ah, conocía a esas niñas; eran el grupito popular de tercero. Se preguntó si seguirían siendo igual de populares al día siguiente si sus compañeros de clase se diesen cuenta del peculiar parecido que había entre su disfraz grupal y los langostinos pasados y apestosos que la señora Figg cocinaba en ocasiones especiales. Qué pena que Harry fuera el único niño del barrio que había tenido que sufrir la tortura que eran las habilidades culinarias de la señora Figg.

Otro niño pasó caminando por delante de su casa. Harry por poco no lo vio, porque llevaba puesto lo que parecía un disfraz de la Muerte extremadamente caro; su túnica era de un negro profundo y le llegaba hasta los pies, y al hombro llevaba una especie de... bolsa, tan grande que cualquiera pensaría que planeaba cargar un cadáver. El disfraz habría sido realista de no ser porque llevaba puesto un sombrero puntiagudo que hacía que pareciese un enorme cono de helado andante.

Pero nada de aquello importaba, porque aquel niño era nuevo. Harry nunca lo había visto, y no parecía que supiese muy bien adónde ir; no paraba de lanzar miradas al número 5 de Privet Drive, como si no supiera si la casa se lo comería si intentaba acercarse.

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